Hace un tiempo, leí una historia sobre un hombre que, al finalizar un torneo de golf y haber ganado un premio, se encontró con una mujer que le pidió ayuda para su hijo enfermo. Sin pensarlo dos veces, este hombre le entregó su cheque de premio a la mujer. Más tarde, se enteró de que ella había mentido y no tenía ningún hijo enfermo. Sin embargo, en lugar de sentirse engañado, el hombre se alegró, diciendo: “Eso significa que no hay ningún niño muriendo”. Esta historia me hizo reflexionar profundamente sobre la bondad desinteresada.
El mundo necesita un poquito más de bondad, no para ser un trending topic, sino porque hay una necesidad inherente de ver el amor de Jesús reflejado en cada acto de bondad, por pequeño que parezca. La bondad no es solo un sentimiento; es amor en movimiento. Es un interés genuino por el bienestar ajeno, manifestado en actos serviciales y palabras amables. La bondad es paciente y generosa, como nos recuerda 1 Corintios 13:4-7.
¿Por qué debemos ser bondadosos? Primero, porque Dios nos ha salvado por su bondad y gracia. Tito 3:4-5 nos muestra que nuestra salvación no es por nuestras obras, sino por la misericordia de Dios. Si hemos recibido tanta bondad, ¿cómo no vamos a darla también? Además, el mundo no conocerá a Cristo por nuestra teología, sino por nuestra bondad. Gálatas 6:7 nos recuerda que cosechamos lo que sembramos. Si sembramos bondad, eso mismo recogeremos.
La bondad no se pospone; se actúa en el momento. Gálatas 6:10 dice: “Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos”. A veces, un simple acto de bondad puede cambiar la vida de alguien. Recuerdo un día difícil en el que un vecino anciano, al verme en apuros, me ayudó sin que yo se lo pidiera. Su bondad inesperada me recordó que Dios está presente en nuestras vidas a través de estos pequeños gestos.
Jesús es nuestro ejemplo supremo de bondad. Anduvo haciendo el bien y sanando a todos (Hechos 10:37-38). Necesitamos tratar a las personas como Jesús las trataría, incluso en momentos de conflicto. La bondad en medio de la contienda tiene el poder de transformar corazones. Debemos recordar que nuestras palabras y acciones tienen el poder de bendecir o maldecir. Cada día, tenemos la opción de vestirnos de bondad. Colosenses 3:12 nos insta a revestirnos de afecto entrañable y de bondad.
La conclusión es simple pero profunda: si queremos ver un cambio, empecemos con un poquito de bondad. Nuestros actos de servicio, realizados con amor, tienen un impacto eterno. No subestimemos la importancia de ser bondadosos. Somos el reflejo del amor de Jesús al mundo, y cada pequeño acto de bondad tiene el potencial de mostrar ese amor y transformar vidas.