Cuando pensamos en personas “calificadas” para cumplir un propósito, a menudo imaginamos a aquellos con un historial impecable, grandes logros y habilidades sobresalientes. Sin embargo, la Biblia nos presenta una realidad muy diferente. En lugar de buscar a los más capacitados o a los que tenían todo bajo control, Dios eligió a personas comunes, con fallas y debilidades, para llevar a cabo Su obra. Este patrón lo vemos reflejado claramente en la elección de los discípulos de Jesús.
Los discípulos de Jesús no eran un grupo selecto de expertos religiosos o líderes destacados. Eran pescadores, cobradores de impuestos, y hombres con pasados turbios y vidas complicadas. Ninguno de ellos parecía ser la elección obvia para acompañar al Mesías en Su ministerio. Sin embargo, fue precisamente este grupo diverso y aparentemente inapropiado el que Jesús escogió para transformar el mundo.
Mateo, el recaudador de impuestos, era visto como un traidor por su propio pueblo, trabajando para el imperio romano. Pedro, impulsivo y rápido para hablar, fue el mismo que negaría a Jesús tres veces. Tomás, con su escepticismo, necesitaba pruebas tangibles para creer en la resurrección. Y sin embargo, estos hombres, con todas sus fallas y dudas, fueron llamados por Jesús, no por lo que eran en ese momento, sino por lo que podían llegar a ser a través de Su gracia y poder.
El llamado de Jesús no es uno que exige perfección. Si fuera así, ninguno de nosotros sería digno de seguirlo. En lugar de eso, Jesús nos llama a la obediencia, la rendición y la entrega. Él busca corazones dispuestos a confiar en Su proceso, a descansar en Sus manos, y a permitirle trabajar en nuestras vidas de maneras que nunca podríamos imaginar.
Dios no necesita que seamos perfectos; Él necesita que estemos dispuestos. En 2 Corintios 12:9, Pablo escribe: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” Es en nuestra fragilidad y limitación donde el poder de Dios se manifiesta de manera más evidente. Cuando reconocemos nuestra necesidad de Él y nos rendimos a Su voluntad, abrimos la puerta para que Su gloria se muestre en nuestras vidas.
Es natural sentirnos inadecuados para el plan de Dios. A veces, nuestras propias inseguridades o las opiniones de los demás nos paralizan y nos impiden avanzar. Pero debemos preguntarnos: ¿Qué argumentos internos o externos me están frenando? ¿Por qué me siento incapaz de cumplir con el propósito de Dios en mi vida?
Dios no se detiene en nuestras limitaciones; las utiliza para su gloria. Si sientes que no eres lo suficientemente bueno, recuerda que Jesús no escogió a los mejores, sino a los que estaban dispuestos a seguirlo. La aceptación de las personas no define tu valor o tu capacidad para ser usado por Dios. Solo la gracia de Dios te capacita para llegar a donde no podrías llegar por tus propias fuerzas.
Para caminar en el propósito de Dios, tenemos que cambiar nuestra mentalidad. En lugar de enfocarnos en lo que no somos o en lo que no podemos hacer, debemos fijar nuestra mirada en lo que Dios puede hacer a través de nosotros. Filipenses 2:13 nos dice: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” No se trata de lo que nosotros podamos lograr, sino de lo que Dios puede hacer a través de nuestra disposición a seguirlo.
Dios tiene toda la intención de usarte, pero para ello, debes atreverte a creer en Su plan. Además de confiar en Dios, también debemos aprender a confiar en los demás. Dios ha puesto a personas en nuestra vida que pueden ayudarnos, guiarnos y apoyarnos en nuestro camino de fe. A veces, permitirnos ser vulnerables y recibir ayuda es el paso necesario para avanzar en el propósito de Dios para nosotros.
Jesús no solo nos llama a seguirlo a nivel individual, sino que también nos llama a ser parte de una comunidad de fe, donde podemos crecer juntos y ayudarnos mutuamente a convertirnos en lo que Dios siempre ha querido que seamos.
Jesús no buscó a los mejores, sino a aquellos que estaban dispuestos a seguirlo. No se trata de lo que hemos hecho o de lo que somos capaces de hacer, sino de nuestra disposición a obedecer y a rendirnos a Su voluntad. Dios puede hacer cosas asombrosas en nuestras vidas cuando estamos dispuestos a confiar en Su proceso y a permitirle trabajar en nosotros, incluso en medio de nuestras debilidades.
Oración: Señor, ayúdame a confiar en Tu llamado y a recordar que no necesitas mi perfección, sino mi disposición. Te entrego mis miedos, mis dudas y mis limitaciones, sabiendo que en Tus manos, todo es posible. Guíame en Tu propósito y ayúdame a ser parte de la comunidad que edifica y apoya a los demás en su caminar contigo. En el nombre de Jesús, Amén.