
Hay proyectos que impresionan por fuera, pero están vacíos por dentro. Así es el Hotel Ryugyong, una estructura imponente en el corazón de Pyongyang, Corea del Norte. Su construcción comenzó en 1987 con la intenciónde ser uno de los hoteles más altos del mundo. Pero tras la caída de la Unión Soviética, la obra se paralizó. Décadas después, aunque su fachada está terminada y cubierta por luces LED, en su interior no hay habitaciones operativas, ni huéspedes, ni vida. Lo que comenzó como símbolo de grandeza terminó siendo un monumento a la apariencia. Y cuando supe de esta historia, no pude evitar hacerme una pregunta incómoda: ¿cuántas veces construimos así nuestra vida?
Muchas veces empezamos cosas con fuerza, entusiasmo y hasta fe… pero sin dirección. Proyectos, relaciones, ministerios, decisiones que se ven bien por fuera, pero no tienen un fundamento sólido. Todo parece avanzar, pero por dentro sentimos que algo no cuadra, que estamos forzando piezas que no encajan, que algo nos desgasta más de lo que nos edifica.
Pablo, escribiendo desde una prisión fría y solitaria, nos ofrece una verdad que atraviesa el tiempo:
“Estoy convencido de esto: que el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.” (Filipenses 1:6)
Esas palabras no son solo una promesa reconfortante, sino también una invitación a reflexionar: ¿La obra que estoy tratando de perfeccionar… realmente la comenzó Dios?
Entre emoción e instrucción
No todo lo que emprendemos nace en el corazón de Dios. A veces iniciamos cosas por emoción, por el deseo genuino de avanzar, por la presión de las expectativas, por miedo a quedarnos atrás o simplemente porque nos pareció una buena idea. Y aunque esos impulsos no son necesariamente malos, sí pueden llevarnos a confundir nuestras metas con Su voluntad.
Empezamos construcciones con buenas intenciones, pero sin consultar al Arquitecto. Nos entregamos a la tarea de levantar algo valioso, sin habernos detenido a preguntar si ese algo viene de Dios. Y cuando lo que estamos edificando no tiene fundamento, inevitablemente se tambalea.
La zapata que no se ve
Mi papá solía hablar de la “zapata” —la base profunda, enterrada, que sostiene toda construcción. Invisible, pero esencial. Así también es nuestra vida espiritual: si el fundamento no es Cristo, si la base no es Su dirección, todo lo demás se convierte en fachada.
Jesús mismo dijo que el sabio construye sobre roca, no sobre arena. Y esa roca no es otra cosa que escuchar Su voz y obedecerla (Mateo 7:24-27). Construir fuera de su instrucción puede funcionar un tiempo, pero tarde o temprano, llega el desgaste… y con él, la frustración.
Tal vez hoy te encuentras en una temporada donde nada parece avanzar. Tus esfuerzos no rinden fruto, tus planes se detienen, tus caminos se cierran. Puede parecer abandono, pero podría ser dirección. Dios, en su amor, no solo bendice lo que comenzó; también interrumpe lo que no proviene de Él. Porque más que verte avanzar rápido, Él quiere verte caminar en Su propósito.
Y aquí está la belleza de su gracia: incluso cuando hemos empezado cosas sin Él, Él no nos desecha. En cambio, nos invita a soltar, a reordenar, a volver a empezar —esta vez, con Su voz como guía y Su voluntad como plano.
Rendirse no es perder
El primer paso para regresar al diseño de Dios es rendir el nuestro. No como una derrota, sino como un acto de confianza. Soltar no es fracasar; es creer que hay algo mejor, más profundo, más alineado con el propósito eterno.
Tal vez hoy necesitas hacerte esa pregunta con sinceridad: ¿Qué estoy edificando que Dios no me pidió que edificara? ¿Qué he sostenido con mis fuerzas que Él quiere que ponga en sus manos?
A veces no se trata de hacer más, sino de dejar de resistir. Porque Dios no perfecciona lo que no estamos dispuestos a rendir. Y en esa rendición, lejos de perder el rumbo, lo recuperamos. No estás tarde, ni estás solo. Si Dios no ha terminado contigo, todavía estás a tiempo de soltar lo que pesa y retomar lo que permanece.
Hoy, tal vez no necesitas una nueva meta, sino una nueva entrega. Una oración sencilla puede ser el inicio:
“Señor, si esto no nació en tu corazón, no lo quiero sostener más con mis fuerzas. Enséñame a confiar, a soltar y a caminar sobre lo que tú sí comenzaste en mí.”
Porque lo que Él comenzó, Él lo va a terminar. Y todo lo que se edifica sobre su voluntad, no se derrumba. Se sostiene, se perfecciona, da fruto y permanece.