La pandemia de COVID-19 impactó todos los aspectos de nuestras vidas, pero uno de los más transformados fue la relación de los creyentes con la iglesia. Lo que comenzó como una medida de distanciamiento físico para proteger la salud pública se convirtió en una desconexión espiritual y emocional, cuyas repercusiones aún se sienten. La asistencia a las comunidades de fe ha disminuido, el compromiso se ha debilitado, y muchos se encuentran luchando por encontrar un equilibrio en un mundo postpandemia.
El COVID-19 aceleró esta caída. En los Estados Unidos, la asistencia presencial a las iglesias cayó del 34% en 2019 al 28% en 2021. Pero más allá de los números, este fenómeno revela un cambio más profundo en las prioridades espirituales. La pandemia obligó a muchos a replantearse cómo practican su fe. Aunque la tecnología permitió que la adoración y la enseñanza continuaran en línea, esta modalidad no pudo reemplazar la adoración en comunidad, ese espacio vital donde el compañerismo y el servicio nutren nuestra relación con Dios y con los demás
El Impacto en la Salud Mental: Un Obstáculo Silencioso
Uno de los efectos más notables de la pandemia ha sido la crisis de salud mental. El aislamiento, la incertidumbre y la falta de contacto social provocaron un aumento de la ansiedad, el estrés y la depresión entre los creyentes. Esto no solo afecta el bienestar emocional, sino también su capacidad para conectarse con Dios y con la comunidad de fe. Muchos se han sentido más aislados y han visto sus luchas personales como una barrera para participar activamente en la vida de la iglesia.
Sin embargo, es fundamental reconectar con Dios y con la comunidad para superar estos desafíos. La iglesia puede ser un espacio donde los creyentes encuentren apoyo y esperanza, un lugar que los ayude a fortalecer tanto su fe como su bienestar emocional.
La Cultura del “Yo” y la Fe Individualizada
Durante la pandemia, también se profundizó la cultura del yo, una tendencia que ya estaba presente en la sociedad. Con el aislamiento, el bienestar personal y las agendas individuales desplazaron aún más la devoción comunitaria. Muchos se acostumbraron a una fe más individualista, donde la comodidad de la virtualidad sustituyó la experiencia de adoración en comunidad.
Este fenómeno refleja un desplazamiento de Dios como el centro de nuestras vidas. El aislamiento y la virtualidad han fomentado una fe “consumidora”, en la que se participa solo para recibir sin involucrarse activamente en el servicio. Hebreos 10:24-25 nos exhorta a no dejar de congregarnos y a exhortarnos unos a otros, porque la vida cristiana no está diseñada para vivirse en solitario.
El Compromiso Dividido y la Lucha por el Servicio
Uno de los desafíos más claros que enfrenta la iglesia pospandemia es el compromiso dividido. Durante la pandemia, muchos creyentes llenaron sus vidas con nuevas actividades, proyectos personales y responsabilidades que ahora compiten directamente con su relación con Dios y con su dedicación a servir en la iglesia. Lo que antes era el eje central de la vida cristiana —la adoración, el servicio y la participación en la comunidad de fe— ha sido relegado en favor de otras prioridades que ocupan el tiempo y la atención de los creyentes.
Este cambio de prioridades ha tenido un impacto significativo en la disposición de las personas para involucrarse en el ministerio de la iglesia. La necesidad de servidores es mayor que nunca, ya que muchos han optado por una participación más pasiva o se han acostumbrado a una fe centrada en recibir, pero sin involucrarse activamente. Esto ha creado un vacío en el apoyo necesario para sostener los diversos ministerios y actividades que mantienen viva la comunidad de fe.
El llamado al servicio no es opcional para los creyentes. En 1 Corintios 12:27, Pablo nos recuerda que somos el cuerpo de Cristo y que cada uno tiene una función vital dentro de ese cuerpo. Si una parte no cumple su rol, todo el cuerpo se resiente. Por lo tanto, el desafío para la iglesia en esta etapa es recuperar el compromiso perdido, alentando a los creyentes a retomar su lugar en el servicio y recordándoles que el servicio es una expresión fundamental de su fe y devoción a Dios. Servir no solo edifica a otros, sino que también transforma y fortalece espiritualmente a quienes lo hacen.
¿Qué Podemos Hacer Individualmente?
A nivel personal, cada creyente debe evaluar honestamente su relación con Dios y con su comunidad. La pandemia nos ofreció una oportunidad de reflexión, pero también una tentación de desconexión. ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas hoy? Filipenses 2:13 nos recuerda que es Dios quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer por Su buena voluntad. Volver al servicio y la adoración no es algo que debamos retrasar; debemos actuar ahora.
Es necesario volver a poner a Dios en el centro, decidiendo cada día priorizar nuestra relación con Él. Esto incluye retomar la asistencia a la iglesia de manera presencial, comprometerse con el servicio y buscar oportunidades para servir a los demás. La vida cristiana no está diseñada para ser pasiva, y cada uno de nosotros es llamado a actuar, amar y servir.
¿Qué Debe Hacer la Iglesia?
A nivel comunitario, la iglesia tiene el desafío de restaurar la conexión entre sus miembros. Esto implica ofrecer más oportunidades para que los creyentes sirvan y participen activamente, recordando que el servicio no es solo para algunos, sino para todos los que forman parte del cuerpo de Cristo.
Las iglesias deben buscar formas de acompañar a sus miembros, particularmente aquellos que han sido más afectados emocionalmente por la pandemia. Ministerios que aborden la salud mental, como grupos de apoyo y consejería, pueden ser esenciales para ayudar a las personas a reconectarse con Dios y con su comunidad.
Además, la iglesia debe enfocarse en enseñar la importancia del servicio como una forma de discipulado. El servicio transforma tanto al que da como al que recibe. Jesús mismo nos dio el ejemplo: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mateo 20:28). Como iglesia, debemos seguir Su ejemplo, no solo animando, sino también equipando a los creyentes para que se involucren activamente en Su obra.
La pandemia reveló nuestras fragilidades, pero también nos brindó la oportunidad de reorientar nuestras vidas. Dios nos está llamando a volver a una relación genuina con Él, donde el servicio y el compromiso con la iglesia no sean opcionales, sino una respuesta natural a Su amor. La iglesia pospandemia tiene ante sí el reto de volver a encender el fuego del compromiso y la devoción, recordando que la vida cristiana no es para vivir en soledad ni en pasividad.
El apóstol Pablo nos exhorta en Gálatas 6:9 a no cansarnos de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos si no desmayamos. Este es un tiempo de reconstrucción y renovación, un tiempo para reavivar nuestro compromiso con Dios y con los demás. Como un solo cuerpo, estamos llamados a servir, acompañar y caminar juntos en la misión de Dios, sabiendo que en esa misión encontramos propósito, paz y vida abundante.