El quebranto y la esperanza

La angustia, ese velo que envuelve el alma tras la ruptura, el golpe, lo quebrado. Se esconde detrás de máscaras tibias, que por un instante logran disuadir al corazón de que algo sucede. Pero en el fondo, el latido sigue luchando por continuar. Respira desesperanza, se siente en los tuétanos.

Parece estar tan oculto que nadie lo nota, porque no sangra. Pero es real. Lo saben los huesos, lo sabe el desvelo, lo sabe la garganta que se ahoga con palabras no dichas. Es una historia que pareciera reiniciarse una y otra vez, sin final ni respuesta.

Dentro del escenario, parecería imposible que las canciones volvieran a sonar, que la luz encontrara su espacio. Porque la voz de la mentira susurra que no hay despertar, que no hay mañana.

Pero la aurora se asoma. La misericordia se levanta.

Quien nunca se fue, sí supo lo que dolió. Lo que no se dijo. Lo que pesa. Ese quebranto no lo asusta ni lo intimida. Él lo conoce a la perfección, porque su cuerpo ya había llevado sobre sí el dolor de todas.

Por la cruz, por los clavos, por el padecimiento, sé que también hay resurrección. Y la resurrección apunta a la vida, a lo nuevo, a la esperanza.

Así como el dolor es real, así de real es quien lo sana.

No reniego del quebranto, porque me hizo saber que alguien me entendía mejor que nadie. Llegó para hacer posible la sanidad, para transformar el sufrimiento en testimonio, para devolverme la canción.

Parece incomprensible. Parece que no tuvo sentido. Pero mientras atravesaba el valle, descubrí que nunca estuvo lejos y que nunca dejó de pelear por mí.

Y ahora lo sé: no solo fui restaurada, fui enviada. No solo fui sanada, fui llamada. Lo que un día fue ceniza, hoy es testimonio. Lo que parecía el fin, era solo el inicio. Porque en sus manos, el quebranto no es derrota, sino el lienzo donde pinta perfectamente su gracia

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