Hay una idea que se repite con demasiada frecuencia: “Cuando esté listo, entonces podré servir”. Suena prudente. Incluso espiritual. Pero muchas veces, detrás de esa frase hay miedo. Hay inseguridad. Hay una percepción equivocada de que Dios solo puede usarnos cuando todo esté resuelto, cuando ya no tengamos heridas, ni preguntas, ni áreas en construcción. Y aunque es verdad que Dios obra en nosotros constantemente, también es cierto que Él no espera a que estemos terminados para obrar a través de nosotros.
Dios no llama a los perfectos. Llama a los dispuestos. Y una vasija en proceso, si está en sus manos, sigue siendo útil.
No tienes que esconderte mientras sanas
Hay temporadas en las que sentimos que no calificamos. Creemos que aún no somos lo suficientemente sabios, maduros o estables como para tener algo que ofrecer. Pero si miramos con atención a las Escrituras, veremos que Dios nunca ha usado personas completamente “listas”. Usó a Moisés mientras tartamudeaba, a David mientras aún lidiaba con las consecuencias de sus decisiones, a Rahab con todo su pasado a cuestas, a Pedro en medio de su temperamento, y a Pablo mientras aún enfrentaba el peso de su historia. Ninguno de ellos fue llamado desde la perfección. Todos fueron llamados desde el proceso.
Eso nos revela algo importante: el propósito no espera a la perfección, avanza con obediencia. No se trata de estar impecables, sino de estar disponibles. Dios no se impresiona por apariencias. Él mira lo que está siendo formado en lo secreto. Ve el corazón quebrantado que aún quiere obedecer, las manos temblorosas que todavía están dispuestas a servir, y los pasos inseguros que siguen caminando hacia Él. Y con eso, Él hace algo eterno.
Dios no necesita una imagen perfecta. Necesita una vida entregada.
Muchas veces tratamos de mantener una fachada fuerte porque pensamos que eso es lo que se espera de nosotros. Fingimos que todo está bien, que ya superamos lo que en realidad seguimos procesando. Pero con Dios no hace falta disimular. Él no necesita que escondas lo que todavía está en formación. No se avergüenza de tus heridas, ni de tus dudas, ni de los días difíciles. Lo que otros podrían ver como una falla, Él lo ve como una parte de tu historia que puede traer esperanza a alguien más.
Tus marcas no son un estorbo. Son testimonio. Y mientras tú ves limitación, Él ve una oportunidad para glorificarse.
Tu historia todavía se está escribiendo, pero ya tiene valor
No tienes que tener todas las respuestas para ser parte de lo que Dios está haciendo. A veces creemos que servir solo es válido cuando todo está resuelto, pero en realidad, hay un valor profundo en el testimonio que se está formando mientras caminas. Las luchas que has enfrentado, las oraciones que has levantado en medio del cansancio, las veces que te levantaste sin entenderlo todo… todo eso también habla. También forma. También edifica.
Dios no te llama por lo que ya dominas. Te llama porque te conoce, y porque sabe que, incluso con lo que falta, ya hay algo en ti que puede tocar la vida de otro. En ocasiones no se trata de un acto grande, sino de una palabra sincera, una presencia constante o una escucha paciente. Y si lo que viviste te permite acompañar a alguien más en su propio proceso, entonces tu historia no está en pausa. Está siendo usada.
No subestimes el valor de lo que estás aprendiendo con Dios. Él no solo transforma tu vida para ti. También lo hace para que, cuando llegue el momento, puedas caminar al lado de otros con una gracia que no viene del conocimiento, sino de haber estado ahí. No necesitas estar completo para ser una señal del Dios que sigue obrando. Solo necesitas estar en sus manos.
No pospongas lo que ya fuiste llamado a hacer
Tal vez llevas tiempo sintiendo que Dios te está llamando a servir de alguna manera. Puede que te haya inquietado a acompañar a otros, enseñar lo que has aprendido, escribir desde tu experiencia o simplemente estar disponible para quien lo necesita. Pero esa inquietud ha sido postergada porque sientes que aún no estás del todo listo. Crees que te falta preparación, que tu vida todavía no está en orden o que hay cosas que deben resolverse antes.
Sin embargo, es Dios quien perfecciona la obra. Tú no estás llamado a presentarte terminado, sino a responder con obediencia. No necesitas alcanzar una versión ideal de ti para empezar a caminar en tu llamado. Solo necesitas dar el paso que tienes hoy delante. Aunque sea pequeño, si lo das confiando, Dios se encargará del resto.
No es hipocresía servir mientras sanas; es un acto de humildad. Tampoco es incoherente consolar a otros mientras tú mismo aún estás en proceso; es gracia que se mueve en medio de la fragilidad. Hablar desde lo que estás aprendiendo no te descalifica. Al contrario, te conecta con quienes también están buscando respuestas. No estás en pausa. Estás siendo formado. Y si estás en las manos del Alfarero, entonces sigues siendo valioso, sigues siendo útil, y aun en el proceso, puedes ser parte de lo que Él está haciendo.