Las malas noticias llegan sin avisar. Un diagnóstico inesperado, la crisis financiera, una traición, problemas que parecen no tener solución… En esas circunstancias, la incertidumbre y el miedo pueden apoderarse de nosotros. La pregunta no es si vamos a enfrentar malas noticias, más bien, cómo reaccionaremos ante ellas.
Nuestra reacción natural muchas puede ser la desesperación. Nos apresuramos a buscar soluciones, intentamos resolverlo todo en nuestras propias fuerzas o nos desgastamos discutiendo con el problema. Pero la Biblia nos muestra otra forma de enfrentar la adversidad. Podemos llevar la situación a Dios antes que a cualquier otro lugar.
Ezequías era el rey de Judá y recibió una amenaza en una carta enviada por el rey de Asiria. La situación parecía humanamente imposible. Sin embargo, en lugar de entrar en pánico o perder tiempo discutiendo con su enemigo, él decidió llevar la carta al templo y la presentó delante de Dios.
“Ezequías tomó la carta de mano de los mensajeros y la leyó. Luego subió al Templo del Señor, la desplegó delante del Señor, y oró: ‘Señor de los Ejércitos, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: solo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has hecho los cielos y la tierra’.” (Isaías 37:14,16, NVI)
Ezequías nos enseña algo poderoso: no podemos controlar las malas noticias, pero sí podemos decidir como reaccionamos ante ellas.
Las malas noticias son inevitables
La vida está llena de momentos inesperados que ponen a prueba nuestra fe. No podemos evitar que las dificultades lleguen, pero sí podemos decidir reaccionar de una forma que cambie nuestra crisis en un espacio de fe y confianza en Dios.
Ezequías tenía razones para temer. El ejército de Asiria era más poderoso y ya había conquistado muchas naciones. Judá estaba en desventaja. Sin embargo, en lugar de permitir que el miedo lo dominara, decidió llevar la carta delante de Dios.
Nosotros también recibimos cartas de malas noticias:
- El diagnóstico médico que no esperábamos.
- Los problemas financieros que nos sobrepasan.
- Situaciones familiares que no sabemos cómo manejar.
- Ataques y acusaciones que vienen en nuestra contra.
La pregunta es: ¿qué hacemos con esas cartas?
Si solo nos enfocamos en los problemas, vamos a perder la paz. Pero si tomamos la carta y la presentamos delante de Dios, vamos a encontrar dirección, fortaleza y esperanza.
Orar en lugar de debatir
Ezequías pudo haber pasado días tratando de negociar con el enemigo. Pudo haber llamado a sus consejeros para diseñar una estrategia para defenderse. Pero en lugar de perder el tiempo en discusiones y soluciones meramente humanas, tomó la carta y fue directamente al templo.
Nosotros muchas veces hacemos lo contrario. Cuando enfrentamos problemas, inmediatamente intentamos resolverlo todo por nuestra cuenta. Defendemos nuestra posición, buscamos aliados, justificamos nuestras acciones… y cuando todo fracasa, entonces elegimos la oración como último recurso.
Pero la oración no debería ser nuestro último recurso, debería ser nuestra primera respuesta.
Hay momentos en los que las palabras sobran y lo único que podemos hacer es llorar delante de Dios. Pero incluso en esos momentos, nuestra oración tiene poder:
“Tú llevas la cuenta de mis penurias; has juntado todas mis lágrimas en tu odre. ¡Las has registrado en tu libro!” (Salmo 56:8, NVI)
Dios entiende el lenguaje de nuestras lágrimas. Al ir ante Él y derramar nuestro corazón en su presencia, nos abre el camino para encontrar paz y claridad, para clamar, pedir como conviene.
Ezequías no solo llevó la carta al templo; Él la desplegó delante del Señor. Eso es un símbolo de rendición total. Él no guardó nada, no trató de resolverlo solo. Simplemente, le entregó la situación a Dios.
¿Qué pasaría si en lugar de gastar fuerzas tratando de resolverlo todo, lleváramos nuestras cargas primero a Dios?
Dios sigue siendo más grande que cualquier amenaza
Después de presentar la carta, Ezequías oró a Dios. Él no comenzó con una lista de peticiones, sino con una declaración de fe:
“Señor de los Ejércitos, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: solo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has hecho los cielos y la tierra.” (Isaías 37:16, NVI)
Antes de hablar del problema, Él reconoció la grandeza de Dios.
Muchas veces, al orar, ponemos más énfasis en problema que en recordar quién es Dios. Nos dejamos consumir por el tamaño de la dificultad y olvidamos que Dios es mayor que cualquier circunstancia.
Cuando ponemos nuestra mirada en Dios, nuestra perspectiva cambia.
Si Ezequías se hubiera quedado analizando la amenaza asiria, habría caído en la desesperación. Pero decidió enfocarse en la verdad más importante: Dios sigue reinando sobre todo.
A mayor dependencia, mayor confianza… y mayor victoria
El enemigo quería que Ezequías se sintiera solo e indefenso. Pero Ezequías entendió que la victoria no dependía de su ejército, sino del poder y la fuerza de Dios.
Nosotros enfrentamos la misma lucha: confiar en nuestras fuerzas o depender de Dios.
- Si intentamos defendernos en nuestras fuerzas, terminaremos agotados.
- Si ponemos nuestra confianza en Dios, veremos su mano obrar a nuestro favor.
La autosuficiencia nos lleva a la frustración. La dependencia en Dios nos lleva a la paz y la victoria. Cuando llevamos nuestras cargas al lugar correcto, los recursos del cielo se activan a nuestro favor.
“Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas.” (Proverbios 3:5-6, NVI)
Dios es más grande y sigue reinando sobre todas las cosas. Y cuando dependemos de Él, nuestra confianza crece y nuestra victoria es segura.
Es tiempo de cambiar la estrategia
Hagamos una pausa.
¿Qué hacemos cuando las malas noticias llegan? ¿Nos dejamos llevar por la desesperación? ¿Buscamos soluciones humanas antes de buscar a Dios?
Ezequías cambió la estrategia. En lugar de gastar sus fuerzas en responder al enemigo, llevó la carta al templo y la presentó delante de Dios.
Hoy es el momento de que hagamos lo mismo.
No permitamos que el miedo, la ansiedad o la duda tomen el control. No perdamos tiempo defendiéndonos en nuestras fuerzas. Vamos a llevar nuestras cargas al único que tiene el poder para obrar.
“Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.” (2 Corintios 10:5, NVI)
No podemos evitar las malas noticias o los problemas, pero sí podemos decidir qué hacer en medio de esas situaciones. Hoy es el momento de entregarlas a Dios y confiar en que Él sigue teniendo el control.
Él es fiel. Él es invencible. Y nuestra confianza está segura en Él.