Poema: Río de gracia
El río fluye, constante y libre,
abriendo su camino entre las piedras,
sin detenerse,
sin discriminar,
tocando todo a su paso
con la misma gracia infinita.
Pero a veces, en nuestra prisa por guiar,
nos detenemos junto al agua,
como si pudiéramos contenerla,
como si su curso dependiera de nuestras manos.
El evangelio, ese río de gracia,
no necesita guardianes ni puertas.
Es una corriente que corre libre,
sin preguntar quién se acerca,
porque su misión no es excluir,
sino abrazar a los sedientos.
El fariseo se alza junto al río,
orgulloso de su ayuno,
de sus oraciones,
convencido de su pureza,
pero ciego a su mayor debilidad:
el peso del orgullo que nunca suelta.
El publicano, en cambio,
se inclina al borde del agua,
golpeándose el pecho,
dejando atrás lo que le sobra:
el miedo, las máscaras,
la ilusión de merecerlo.
Y el publicano va a casa justificado,
porque el río no distingue méritos,
sino corazones dispuestos a soltar
lo que nunca fue necesario.
Tal vez el llamado no sea a guiar el río,
ni a detener su curso,
sino a caminar junto a él,
dejándonos tocar por sus aguas
y llevando su frescura
a quienes aún no se han acercado.
El camino al Padre no necesita puertas,
ni guardianes, ni balanzas,
solo corazones descalzos
y manos abiertas.
Porque al final, el río sigue su curso,
y en sus aguas claras
se revela la única verdad:
nadie condena,
nadie puede,
porque todos somos los mismos sedientos,
de pie junto al río de gracia,
de rodillas ante la cruz.
Por: Jomayra Soto
Poema: El vuelo del bumerán
El vuelo es un círculo sin fin,
una danza de ida y vuelta
donde las grietas se confunden con ecos.
Lo que parte con fuerza, regresa en silencio,
cargando en sus bordes el peso del quebranto.
Nos envolvemos en capas que no protegen,
collares de humo y ecos sin forma,
tratando de cubrir lo que tememos mirar.
Pero el fuego que encendemos al intentar ocultarnos
no solo calcina lo que toca,
sino que deja al descubierto nuestras propias grietas.
Y mientras las llamas se apagan,
el viento recoge las cenizas,
testigos mudos que nunca desaparecen.
Las palabras vuelan como cenizas,
siempre creyendo que el viento las llevará lejos,
pero olvidamos que el aire nunca olvida.
Cada susurro, cada piedra lanzada,
halla su ruta de regreso,
porque no hay distancia suficiente
que escape de lo que somos.
¿Y si el cambio no estuviera en el vuelo,
ni en el eco de nuestras palabras,
sino en el silencio que precede al grito?
En la pausa que abre espacio para mirar adentro,
donde las grietas no son un fracaso,
sino puertas hacia lo que puede ser restaurado.
Despojémonos del humo, de los tintineos que confunden,
y volvamos al nido.
Ahí donde todo inicia.
Ahí donde el secreto de Dios envuelve,
y donde nos forja para cada día parecernos más a su imagen.
– Jomayra Soto
Comprendiendo el Verdadero Impacto del Bullying
El bullying deja marcas que van mucho más allá de las palabras o agresiones iniciales. Desde mi propia experiencia, puedo decir que el bullying puede llegar a dañar profundamente nuestra percepción de valor y autoestima. A lo largo de los años, esta experiencia no solo afectó mi rendimiento académico y mi vida social, sino que también me dejó cicatrices que aún hoy sigo sanando. Es por eso que hablar de este tema, educarnos y crear conciencia es urgente.
El bullying no es “una broma” ni “cosas de chicos”, como algunos lo trivializan. Es una realidad devastadora que afecta a miles de personas en todas las edades, y que en su peor forma puede llevar a personas a situaciones de desesperanza y depresión. Reconocer el problema, hablar de él y actuar es el primer paso para crear una sociedad más compasiva y consciente.
¿Qué es el Bullying? Modalidades y Cicatrices Emocionales
Para erradicar el bullying, primero debemos entenderlo en sus múltiples formas. Este acoso es una conducta intencional, repetitiva y dañina hacia una persona, a menudo en una situación de vulnerabilidad. El bullying se presenta de muchas maneras, algunas más visibles que otras, pero todas profundamente destructivas:
- Bullying Verbal: Insultos, apodos ofensivos, rumores y amenazas. Esta modalidad daña psicológicamente y mina la autoestima de la víctima. Aunque no deja cicatrices físicas, puede tener efectos devastadores en la autopercepción de quien lo sufre.
- Bullying Físico: Incluye golpes, empujones o agresiones físicas que buscan intimidar o someter a la víctima. Además del daño físico, este tipo de acoso crea un miedo constante y duradero.
- Bullying Social: Se enfoca en aislar a la persona de su círculo social, dañando su reputación y generando rechazo. El impacto emocional de este acoso es profundo, dejando a la víctima con sentimientos de soledad e inseguridad.
- Cyberbullying: El Acoso Digital y la Normalización del “Hate” en las Redes SocialesCon el auge de las redes sociales y las plataformas digitales, el cyberbullying se ha vuelto una modalidad alarmante de acoso. En estos espacios, tanto adolescentes como adultos están expuestos a ataques que ocurren desde la comodidad y el anonimato de una pantalla. Hoy en día, es común escuchar expresiones como “tirar hate”, refiriéndose a ataques pasivo-agresivos o comentarios hirientes disfrazados de opinión. Estas interacciones, aunque aparentemente inofensivas, están normalizando la burla, el acoso y la crítica destructiva como formas de entretenimiento.
Al ver estos ataques virtuales, muchos pueden sentirse cómodos al leer los comentarios o las publicaciones “polémicas”, pero esta percepción cambia drásticamente cuando ellos mismos se convierten en las víctimas. El impacto de este “hate” va más allá de la pantalla, afectando profundamente a quienes lo experimentan. Los efectos del cyberbullying son devastadores, dejando a las víctimas sin un espacio seguro donde refugiarse y, en los casos más extremos, llevándolas a crisis emocionales que pueden derivar en depresión, ansiedad o suicidio.
El acoso digital requiere atención y control, y las plataformas sociales deben tomar una postura clara para detener la normalización de este abuso en línea, protegiendo a los usuarios de estas prácticas destructivas.
Erradicar el Bullying: Un Compromiso de Todos
Erradicar el bullying requiere un compromiso de cada persona y de cada institución que forma parte de nuestra sociedad. Desde los hogares hasta los espacios digitales, todos tenemos un papel importante en la prevención de esta conducta y en la promoción de una cultura de respeto. Aquí algunos enfoques específicos para combatir el problema de raíz:
- Fomentar Valores en el Hogar: Los valores de respeto, empatía y tolerancia se aprenden en casa. Es vital enseñar a los niños y jóvenes a valorar a los demás, a evitar el humor a costa de otro y a comprender que cada persona merece respeto. Este aprendizaje temprano será fundamental en la construcción de sus relaciones futuras.
- Prevenir y Actuar en las Escuelas: Las instituciones educativas deben ser espacios seguros donde se prevenga el bullying y se actúe con rapidez cuando este se manifiesta. Capacitar al personal escolar para identificar los signos de acoso y fomentar programas de educación emocional ayudará a los estudiantes a gestionar sus emociones y a comprender el impacto de sus acciones en los demás.
- Responsabilidad en las Redes Sociales y Plataformas Digitales: Las plataformas sociales deben establecer políticas claras contra el acoso y el “hate”, además de activar sistemas de moderación para identificar y sancionar comportamientos dañinos. Como usuarios, también es importante denunciar contenidos inapropiados y apoyar a quienes son blanco de ataques en línea.
- Fortalecer las Comunidades y la Iglesia: Tanto la iglesia como otras comunidades sociales pueden ser espacios de apoyo y educación sobre el valor de cada persona. Fomentar el respeto y la compasión es parte esencial de su misión. La iglesia, en particular, tiene el compromiso de predicar y practicar el amor hacia todos y de ofrecer un entorno seguro y de respeto para sus miembros.
- Promover Campañas de Conciencia Pública: Organizar campañas de sensibilización es crucial para educar a la población sobre el impacto del bullying y el cyberbullying. Estas campañas deben enfocarse en crear conciencia y en enseñar habilidades para manejar conflictos de manera saludable y respetuosa.
- Fomentar el Apoyo Profesional para las Víctimas: Buscar ayuda profesional es esencial para las víctimas de bullying. Los terapeutas y consejeros están capacitados para ayudar a las personas a restaurar su autoestima y a trabajar en su bienestar emocional. El apoyo profesional puede ser un recurso invaluable para las víctimas en su proceso de sanidad.
Un Camino de Sanidad y Valor para las Víctimas del Bullying
Es imposible hablar de erradicar el bullying sin recordar a quienes han sufrido esta experiencia. La erradicación comienza con la sanidad de cada persona que ha sido víctima, con la restauración de su autoestima y su bienestar emocional. Sé que el impacto de este acoso puede durar años, y que en muchos casos aún duele; sin embargo, hay esperanza y un camino de sanidad para quienes han sufrido en silencio.
Si has sido víctima de bullying, quiero recordarte que el valor de tu vida no está determinado por las palabras o los actos de los demás. Es normal que sientas dolor y que algunas heridas tomen tiempo en sanar, pero quiero que sepas que la sanidad es posible y que no estás solo en este camino. Existen personas, amigos, familiares, y también profesionales preparados que pueden apoyarte en tu recuperación.
Dios te ve con estima y conoce el dolor que has experimentado. Él te ofrece un lugar de sanidad y un camino de restauración. No permitas que el odio de otros defina quién eres. Tienes un propósito, un valor que va mucho más allá de cualquier burla o agresión que hayas sufrido. Es importante que, en este proceso, busques ayuda; rodearte de personas que te valoren y acudir a un profesional no solo te permitirá romper el silencio y encontrar apoyo, sino también avanzar en la restauración de tu vida y recuperar tu paz interior. La ayuda de un terapeuta o consejero puede ser de gran ayuda para sanar las heridas profundas que el bullying deja, porque son especialistas en acompañar y guiar este proceso.
Permite que la sanidad transforme tus cicatrices en fortalezas, y recuerda que tu experiencia puede servir de aliento para otros. Todos podemos hacer nuestra parte para construir un entorno seguro y lleno de respeto, donde el bullying no tenga cabida y cada persona pueda sentirse valorada.
Erradicar el bullying no es una tarea fácil, pero es una misión necesaria y posible. No basta solo con hablar del problema; es necesario que cada persona se involucre y tome acción. Si has sido testigo o incluso partícipe de algún acto de bullying, hoy tienes la oportunidad de reflexionar y hacer algo para cambiar esta realidad.
Desde el hogar, las escuelas, las redes sociales y cada espacio en el que participamos, tenemos la responsabilidad de construir una cultura de respeto y apoyo mutuo. Cada palabra de aliento y cada acto de compasión son contribuciones que pueden hacer la diferencia en la vida de alguien. Erradicar el bullying comienza con nuestro compromiso de ver y valorar a cada persona con dignidad y respeto.
Es momento de actuar para hacer del bullying una realidad del pasado, y de dar lugar a una sociedad donde el respeto y la empatía sean la base de todas nuestras relaciones.
La Tecnología al Servicio de la Misión
Desde adolescente, he sentido fascinación por la tecnología y he explorado sus posibilidades. Con los años, he buscado aprender y entender cómo aprovecharla dentro de la iglesia para glorificar a Dios y ayudar a las personas. La tecnología se ha convertido en una herramienta que nos permite crear puentes y llevar la Palabra más allá de nuestras paredes, conectando con personas de maneras creativas y accesibles. Sin embargo, con estas posibilidades viene también la responsabilidad de recordar su verdadero propósito y mantener el equilibrio entre lo que es recurso y lo que es esencia.
Un recurso que no suplanta lo esencial
La tecnología puede hacer más accesible el mensaje de Dios y enriquecer el servicio a la comunidad. Desde el uso de transmisiones en vivo hasta presentaciones visuales y plataformas de organización, los avances tecnológicos amplían el alcance y la calidad de lo que hacemos. Sin embargo, como iglesia, debemos tener claro que estos recursos no son el centro de nuestra adoración ni sustituyen el poder transformador de la Palabra. Lo que cambia y restaura vidas es la presencia de Dios y la obra del Espíritu Santo, no la herramienta que usamos para comunicar su mensaje.
Es fácil quedar impresionado con las posibilidades de la tecnología y el impacto visual que puede ofrecer, pero, en última instancia, sigue siendo solo un instrumento. La excelencia es importante —servimos a Dios y queremos que el mensaje llegue de forma clara y honesta— pero debemos recordar que el medio nunca debe superar al mensaje. La tecnología debe estar al servicio de la misión y no al contrario.
Manteniendo el propósito y el enfoque en lo esencial
La tecnología es una herramienta poderosa, y todos —sin importar edad o rol— debemos aprender a usarla con una perspectiva equilibrada. Nos facilita organizar actividades, enseñar, y coordinar esfuerzos, pero nunca debe ocupar el lugar del mensaje central ni desviar nuestra atención de lo eterno. Todos estamos expuestos a la posibilidad de que la tecnología nos distraiga y nos lleve a depender de los recursos más que del mensaje. Al final, estas herramientas están aquí para servirnos en nuestra misión, no para determinar nuestra experiencia de fe.
Es muy importante que en cada espacio donde la tecnología esté presente recordemos su verdadero propósito: redirigir la gloria y la autoridad a Cristo. No importa cuán avanzadas sean nuestras herramientas o cuán bien presentemos un mensaje, el centro sigue siendo la Palabra de Dios y el amor de Cristo por cada persona. La tecnología facilita el camino, pero es Dios quien transforma y da vida.
Manteniendo el enfoque en lo eterno
La tecnología tiene un potencial inmenso y, en muchas formas, es indispensable para cumplir la misión en el contexto actual. Pero al final del día, no hay aplicación, programa o red social que pueda suplantar la presencia de Dios ni el poder transformador de su mensaje. Estos recursos pueden y deben usarse como ayudas, complementos que amplíen nuestro alcance, pero siempre con la conciencia de que el verdadero poder no está en el recurso, sino en el mensaje que transmitimos y en la obra de Dios en los corazones.
En cada transmisión, en cada publicación y en cada presentación visual, recordemos que la tecnología es solo un canal. Su función es comunicar la verdad de la Palabra y acercar a las personas a Cristo, sin que nada desplace el lugar central que Él ocupa. Lograr este balance requiere un enfoque consciente: que cada cosa ocupe su lugar, y que, aunque los métodos cambien, lo esencial siga siendo lo que da vida y transforma.
Quiero enfatizar que esta no es una crítica a la tecnología. Como alguien que ha disfrutado de explorar su potencial desde joven, sé lo valiosa que puede ser. La tecnología tiene un papel importante como recurso en la iglesia, y me esfuerzo por aprovecharla al máximo. Sin embargo, reconozco que debemos retomar un equilibrio en el que estas herramientas apoyen la misión, sin nunca desplazar la centralidad de Cristo. Porque, aunque la tecnología es útil, quien nos dio la misión siempre será más importante que cualquier herramienta.
Amigos que Reflejan el Corazón de Jesús
¿Te has puesto a pensar en la clase de amigo que eres? Todos anhelamos amigos que nos acompañen, que nos entiendan y nos hagan sentir amados. Pero, ¿cuántas veces nos detenemos a reflexionar si estamos siendo ese amigo que otros necesitan? Nos acostumbramos tanto a la presencia de los demás en nuestra vida, que olvidamos que su compañía es un regalo, no una garantía. Jesús nos mostró que la amistad no es algo que tomamos, sino algo que damos. Él invirtió tiempo, amor y paciencia en sus amigos, y en esos tres años de ministerio les enseñó el valor de una amistad sincera, de una relación que edifica y transforma.
La pregunta no es: “¿Qué clase de amigos quiero en mi vida?”, sino “¿Qué clase de amigo estoy siendo?” En este blog veremos juntos algunas lecciones de amistad que Jesús nos dejó, para que cada uno pueda mirar hacia adentro y encontrar maneras de ser un amigo que verdaderamente toca el alma de quienes están a su alrededor.
Amar sin Reservas, como Jesús nos Enseñó
Jesús nos enseñó que la verdadera amistad implica sacrificio. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15:13). Al caminar junto a sus discípulos, mostró un amor que no se detenía ante incomodidades ni necesidades propias; era un amor generoso, dispuesto a entregarse por completo. Este sacrificio no siempre se expresa en grandes gestos; a veces, se encuentra en los detalles: escuchar sin prisa, acompañar sin condiciones, apoyar sin esperar nada a cambio.
A veces decimos “no tengo tiempo”, pero cuando alguien nos importa de verdad, descubrimos que hacer tiempo es una de las maneras más sinceras de amar. Jesús estuvo presente para sus amigos, atento a cada uno y dispuesto a acompañarlos en lo que necesitaran. Amar como Jesús significa elegir dar sin medir el costo, confiando en que esos actos de entrega, por pequeños que sean, crean algo profundo y real. La amistad, vivida de esta forma, se convierte en un espacio donde los lazos se fortalecen y reflejan el amor que Él nos mostró.
La Vulnerabilidad que Fortalece
Jesús mostró vulnerabilidad con sus amigos, y en esa honestidad creó una conexión única. En los momentos más oscuros, como en Getsemaní, pidió a sus amigos que lo acompañaran en oración y les mostró la angustia de su alma (Mateo 26:36-38). La amistad sincera no se trata de mostrarse siempre fuerte; más bien, es un espacio donde podemos ser honestos sobre nuestras luchas y debilidades, sin temor a ser juzgados.
Abrir el corazón y mostrarnos tal como somos es algo que cuesta, especialmente en un mundo que premia la “autosuficiencia”. Sin embargo, Jesús nos enseñó que la amistad verdadera permite la vulnerabilidad y se fortalece a través de ella. Cuando somos sinceros con nuestros amigos, dejamos que el otro nos conozca en lo profundo, y en esa sinceridad se crea un vínculo de amor y confianza.
Además, al abrirnos y compartir nuestras propias luchas, también le damos permiso al otro de ser él mismo. Esa apertura invita a que ambos puedan expresar lo que realmente sienten, sin miedo de ser juzgados o malentendidos. Así, la amistad se convierte en un refugio, un lugar donde sabemos que podemos caer y ser sostenidos, y donde podemos sostener también. Es en esos momentos de apoyo y aceptación donde la amistad se vuelve más real, más humana, porque está construida sobre la verdad y el cariño sincero de saber que estamos ahí, el uno para el otro.
La Verdad con Amor
Jesús dijo a sus discípulos: “Ya no los llamo siervos… los he llamado amigos” (Juan 15:15), mostrándoles que la amistad no es solo compañía, sino que también es un compromiso de ayudarse a crecer mutuamente. Un buen amigo no solo acompaña, sino que se atreve a decir la verdad, aun cuando no sea fácil de escuchar. Jesús corrigió a sus discípulos desde el amor y el respeto, cuidando que sus palabras los impulsaran hacia el propósito que Dios tenía para ellos.
Una amistad que se basa en la verdad permite que ambos puedan ver sus errores y seguir adelante, sin juicios y sin resentimientos. Es esa confianza de saber que el otro, con cariño y paciencia, nos ayuda a mejorar y a acercarnos a lo que Dios quiere de nosotros. La amistad sincera es, al final, un espacio de crecimiento donde ambos pueden desarrollar lo mejor de sí mismos en un ambiente de amor y apoyo mutuo, tal como Jesús hizo con aquellos a quienes llamó sus amigos.
Acompañar con Compasión
Jesús no solo estuvo presente en los momentos de celebración; también fue un amigo constante en los tiempos de dolor. Cuando Marta y María lloraban la muerte de su hermano Lázaro, Jesús fue a su encuentro, y al verlas, lloró con ellas. Esa compasión que mostró (Juan 11:33-35) iba más allá de las palabras, era una presencia sincera en medio de la tristeza.
La verdadera amistad no necesita un plan elaborado para ayudar al otro; a veces, solo se trata de estar ahí, en silencio, acompañando. Jesús nos mostró que la compasión es estar presentes, ser el apoyo y la compañía en las dificultades y alegrías, en las risas y las lágrimas. Este tipo de amistad no tiene que ver con resolver todos los problemas, sino con recordar a quien amamos que no tiene que enfrentar la vida en soledad. Esa es la verdadera compasión, una que deja huella, porque nace del amor y del deseo de ser una ayuda sincera para quienes están a nuestro lado.
El valor del perdón
Las amistades, como toda relación, pasan por momentos de conflicto, y es ahí donde el perdón cobra su verdadero sentido. Jesús nos enseñó con su ejemplo cómo perdonar, no porque la ofensa sea pequeña, sino porque decidió poner el amor sobre la brecha que el conflicto había creado. Y muchas veces, así como nosotros hemos sido los que ofendimos, los que rechazamos, alguien más ha decidido poner el amor sobre esa distancia y eligió perdonarnos.
El perdón es una expresión de amor profundo, que no solo restaura la relación, sino que demuestra el valor de esa relación sobre cualquier desacuerdo o herida. Muchas personas, a lo largo de nuestra vida, han decidido poner amor sobre la brecha que abrió el conflicto, porque nos aman, porque creen en dar una oportunidad más, porque entienden que en el amor hay espacio para la reconciliación y la restauración.
Y así como otros han elegido darnos ese amor sobre el dolor o la contienda, nosotros también estamos llamados a poner en la balanza nuestras relaciones y reconocer que todos, en algún momento, hemos sido los ofensores, y alguien más decidió colocar amor donde había distancia. Perdonar es, entonces, mucho más que olvidar lo que pasó; es un acto de gracia que cierra la distancia, que renueva el vínculo y que nos invita a mirar a los demás desde la compasión y el entendimiento. En ese espacio donde el amor es más fuerte que el orgullo, la amistad crece, se fortalece y se convierte en un reflejo de cómo Dios ha puesto amor sobre nuestras propias fallas, para mantenernos cerca de Él y de quienes nos rodean.
Amar como Jesús
Cuando Jesús nos llamó a amarnos unos a otros como Él nos amó (Juan 15:12), nos dejó un modelo de amistad que no solo nos da apoyo, sino también propósito. Este llamado no es solo una invitación a estar en los buenos momentos; es un llamado a hacer del amor el motor de nuestras relaciones, a permitir que ese amor sea lo que restaure, construya y sane. Jesús nos mostró que la amistad es mucho más que compartir tiempo; es una oportunidad de inspirar, de construir y de reflejar el amor de Dios en cada acto de compañía y compasión. Ese amor —que escucha, que perdona y que busca el bien— tiene el poder de sanar, de cambiar y de dar lugar a nuevas oportunidades.
El carácter apacible de Jesús nos recuerda que el verdadero amor da una oportunidad para sanar, para transformar y para reconciliar. Amar, como Él lo hizo, significa elegir la restauración donde otros solo verían una razón para retirarse. Es estar presentes donde hay necesidad de apoyo, ofrecer una segunda oportunidad, y en muchos casos, elegir la paz por encima de cualquier diferencia. Este amor puede transformar, porque el amor de Dios disuelve las barreras y trae reconci
Al final, el amor que Dios nos pide dar no solo transforma a quienes amamos, sino también a nosotros mismos. Cuando amamos así, respondemos al llamado de vivir el amor de Dios todos los días. En cada reconciliación, en cada acto de paciencia, en cada esfuerzo por mantenernos cerca, mostramos el amor que Jesús nos enseñó. Porque, al final, amar como Él nos amó significa construir relaciones donde la sanidad, la paz y el amor de Dios siempre tengan el lugar más importante.
A veces estamos tan concentrados en nuestros propios desafíos, que olvidamos detenernos a ver el valor de quienes caminan a nuestro lado. Nos olvidamos de reconocer a esos amigos que nos han acompañado en momentos difíciles, aquellos que han estado presentes sin pedir nada a cambio, y que, sin saberlo, son muchas veces una de las formas en que Dios nos muestra su amor. Jesús nos enseñó que la verdadera amistad es una bendición y que amarnos unos a otros es un reflejo del amor de Dios.
Ver a nuestros amigos con estima es recordar que ellos son un regalo, y que en su apoyo y compañía encontramos fuerzas para enfrentar la vida. Nos bendicen con su presencia, con su ayuda en los momentos en que lo necesitamos, con su comprensión y su paciencia, aun cuando no siempre les damos las gracias. Amar a nuestros amigos como ellos lo necesitan es aprender a salir de nuestro propio centro y poner nuestro amor y atención en lo que ellos necesitan, en reconocer el valor que aportan a nuestra vida y en agradecer por cada gesto, cada palabra de aliento y cada día que están allí para nosotros.
Hoy, te invito a que tomes un tiempo para agradecer a esos amigos que han sido una bendición en tu vida. Haz esa llamada que has estado postergando, escríbeles para recordarles cuánto los valoras, invítales un café, ofréceles tu apoyo o simplemente escúchalos con compasión. A veces, un pequeño gesto puede ser el mejor regalo que puedes dar. Este es un buen momento para trabajar en esos vínculos que también son una forma en la que Dios nos muestra su amor y su cuidado. Amar a nuestros amigos, como Jesús nos enseñó, no solo fortalece nuestra amistad, sino que también nos acerca al amor que Dios nos pide vivir cada día.
La utilidad de mi debilidad
Cuando pensamos en debilidades, tendemos a considerarlas como obstáculos que nos detienen en la vida, algo de lo que deberíamos avergonzarnos o eliminar lo más rápido posible. Sin embargo, desde la perspectiva bíblica, las debilidades pueden ser usadas por Dios para realizar algo más grande y poderoso de lo que imaginamos. En lugar de verlas como una barrera, debemos comenzar a ver nuestras debilidades como una puerta abierta para que el poder de Dios se manifieste.
El apóstol Pablo lo expresó con claridad en 2 Corintios 12:9-10, donde, después de pedir a Dios que quitara su “espina en la carne”, recibió la respuesta: “Mi gracia es suficiente para ti, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Esta afirmación nos lleva a una profunda verdad: nuestras debilidades, ya sean físicas, emocionales o espirituales, no son un error; son el terreno donde el poder de Dios puede actuar de manera visible.
Dios se glorifica a través de nuestras debilidades
En un mundo que valora la autosuficiencia y el éxito visible, reconocer nuestras debilidades puede parecer ilógico. Sin embargo, la Biblia nos muestra que Dios usa las cosas más insignificantes y menospreciadas para avergonzar a los fuertes. 1 Corintios 1:27 nos recuerda que Dios ha escogido lo débil del mundo para mostrar Su poder. Es en nuestra fragilidad donde entendemos que no somos suficientes por nosotros mismos, y esto nos impulsa a depender más plenamente de Dios.
Nuestras debilidades también son oportunidades para profundizar en la compasión. Al experimentar el dolor, desarrollamos una mayor sensibilidad hacia el sufrimiento de los demás. Como nos enseña 2 Corintios 1:4, Dios nos consuela en nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que hemos recibido, podamos consolar a otros. Aquí es donde la compasión se convierte en un canal para reflejar el amor de Dios hacia los que están a nuestro alrededor.
Nuestra cultura tiende a glorificar la fortaleza, la estabilidad emocional y la autosuficiencia. Sin embargo, cuando estamos dispuestos a mostrar nuestra vulnerabilidad, permitimos que Dios transforme esas áreas en herramientas útiles para Su obra. Las emociones no son enemigas de la fe; son parte integral de nuestra experiencia humana que Dios mismo puede usar para Su gloria.
El propósito de Dios en nuestras debilidades
En la Biblia, las historias de debilidad son utilizadas repetidamente como ejemplos de cómo Dios trabaja de manera asombrosa a través de las limitaciones humanas. La historia del ciego de nacimiento en Juan 9:1-3 es un claro ejemplo: los discípulos preguntaron si el hombre estaba ciego por causa de su pecado o el de sus padres. Jesús respondió que no fue por pecado, sino para que las obras de Dios se manifestaran en él. Este pasaje nos recuerda que nuestras debilidades no siempre tienen una causa clara que podamos entender, pero sí un propósito divino: revelar el poder de Dios.
Este principio nos muestra que, a menudo, nuestras luchas no son producto de algo que hayamos hecho mal, sino que Dios puede usarlas para mostrar Su gloria. Nuestras debilidades se convierten en el espacio donde la gracia de Dios actúa con mayor fuerza. Esto no significa que las debilidades deban ser glorificadas o deseadas, sino que podemos aprender a verlas desde una perspectiva diferente: un terreno fértil para la obra de Dios en nuestras vidas y en las vidas de otros.
De esta manera, nuestras debilidades no solo son puntos de sufrimiento, sino también oportunidades para que Dios transforme nuestro dolor en algo más grande. Al igual que el ciego de nacimiento, nuestras debilidades pueden ser el vehículo para que Dios se glorifique, no solo en nuestra vida, sino también en el testimonio que podemos ofrecer de Su obra en nosotros.
Escudriñar el corazón: Reconociendo lo que debemos entregar
Para permitir que Dios transforme nuestras debilidades, necesitamos mirarnos a nosotros mismos con honestidad. Este proceso, guiado por el Espíritu Santo, implica escudriñar nuestro corazón, tal como lo expresa Salmo 139:23-24: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos”. Este acto de mirar dentro no es simplemente una introspección vacía, sino una forma de reconocer qué áreas necesitamos entregar a Dios para que Él las transforme.
Parte de este proceso puede incluir reconocer que necesitamos ayuda externa, ya sea de un consejero espiritual o de un profesional de la salud mental. A veces, nuestras luchas emocionales o espirituales son complejas y difíciles de entender por completo. Dios usa a personas capacitadas para ayudarnos a identificar raíces profundas en nuestras emociones y para guiarnos en el proceso de sanidad. Abrirnos a este tipo de ayuda no es falta de fe, sino una forma de colaborar con Dios en nuestro proceso de transformación.
Dios no solo nos pide reconocer nuestras luchas, sino que quiere que se las entreguemos para que Él pueda obrar. Es en este proceso donde nuestras emociones y debilidades, en lugar de ser obstáculos, se convierten en fuentes de fortaleza bajo la obra del Espíritu Santo.
Encontrando balance: Un propósito para nuestras emociones
Es completamente humano experimentar emociones intensas. Dios no nos pide que las eliminemos, sino que aprendamos a gestionarlas a través de Su gracia. Proverbios 4:23 nos recuerda que debemos guardar nuestro corazón, pues de él mana la vida. Esto implica entregar nuestras emociones a Dios para que Él las transforme y las use con propósito.
Tal vez nuestras luchas emocionales no desaparezcan de inmediato, pero podemos confiar en que Dios les dará un propósito. Nuestras emociones, bajo Su dirección, pueden convertirse en una herramienta poderosa de compasión y conexión con los demás.
La debilidad como espacio de transformación
No glorificamos nuestras debilidades, pero tampoco las rechazamos. Dios trabaja a través de nuestras luchas para revelarse a nosotros y para que Su poder se haga evidente. En lugar de ver nuestras debilidades como barreras, podemos entregarlas a Dios para que Él las transforme y las use para Su gloria.
A través de este proceso, somos invitados a ser instrumentos de Su gracia para otros. Dios no está buscando personas perfectas, sino corazones dispuestos a ser transformados por Su poder. Cuando evitamos confrontar nuestras debilidades, limitamos nuestra capacidad de ministrar y servir a los demás. Dios nos transforma y, en ese proceso, nos convierte en bálsamo para los que sufren.
Es aquí donde 2 Corintios 4:17-18 cobra sentido, recordándonos que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. Aunque nuestras luchas pueden parecer pesadas ahora, Dios las está usando para algo mucho mayor, algo eterno. Nuestras debilidades no son el fin, sino parte del proceso que Dios usa para llevarnos a una gloria más grande y duradera.
Cuando enfrentamos nuestras luchas, podemos recordar que lo que vivimos hoy es temporal, pero el fruto de ello será eterno. Dios está obrando a través de nuestras debilidades, preparándonos para algo mucho más excelente que trasciende nuestras dificultades presentes.
La Iglesia Pospandemia: Redefiniendo la Devoción y el Compromiso
La pandemia de COVID-19 impactó todos los aspectos de nuestras vidas, pero uno de los más transformados fue la relación de los creyentes con la iglesia. Lo que comenzó como una medida de distanciamiento físico para proteger la salud pública se convirtió en una desconexión espiritual y emocional, cuyas repercusiones aún se sienten. La asistencia a las comunidades de fe ha disminuido, el compromiso se ha debilitado, y muchos se encuentran luchando por encontrar un equilibrio en un mundo postpandemia.
El COVID-19 aceleró esta caída. En los Estados Unidos, la asistencia presencial a las iglesias cayó del 34% en 2019 al 28% en 2021. Pero más allá de los números, este fenómeno revela un cambio más profundo en las prioridades espirituales. La pandemia obligó a muchos a replantearse cómo practican su fe. Aunque la tecnología permitió que la adoración y la enseñanza continuaran en línea, esta modalidad no pudo reemplazar la adoración en comunidad, ese espacio vital donde el compañerismo y el servicio nutren nuestra relación con Dios y con los demás
El Impacto en la Salud Mental: Un Obstáculo Silencioso
Uno de los efectos más notables de la pandemia ha sido la crisis de salud mental. El aislamiento, la incertidumbre y la falta de contacto social provocaron un aumento de la ansiedad, el estrés y la depresión entre los creyentes. Esto no solo afecta el bienestar emocional, sino también su capacidad para conectarse con Dios y con la comunidad de fe. Muchos se han sentido más aislados y han visto sus luchas personales como una barrera para participar activamente en la vida de la iglesia.
Sin embargo, es fundamental reconectar con Dios y con la comunidad para superar estos desafíos. La iglesia puede ser un espacio donde los creyentes encuentren apoyo y esperanza, un lugar que los ayude a fortalecer tanto su fe como su bienestar emocional.
La Cultura del “Yo” y la Fe Individualizada
Durante la pandemia, también se profundizó la cultura del yo, una tendencia que ya estaba presente en la sociedad. Con el aislamiento, el bienestar personal y las agendas individuales desplazaron aún más la devoción comunitaria. Muchos se acostumbraron a una fe más individualista, donde la comodidad de la virtualidad sustituyó la experiencia de adoración en comunidad.
Este fenómeno refleja un desplazamiento de Dios como el centro de nuestras vidas. El aislamiento y la virtualidad han fomentado una fe “consumidora”, en la que se participa solo para recibir sin involucrarse activamente en el servicio. Hebreos 10:24-25 nos exhorta a no dejar de congregarnos y a exhortarnos unos a otros, porque la vida cristiana no está diseñada para vivirse en solitario.
El Compromiso Dividido y la Lucha por el Servicio
Uno de los desafíos más claros que enfrenta la iglesia pospandemia es el compromiso dividido. Durante la pandemia, muchos creyentes llenaron sus vidas con nuevas actividades, proyectos personales y responsabilidades que ahora compiten directamente con su relación con Dios y con su dedicación a servir en la iglesia. Lo que antes era el eje central de la vida cristiana —la adoración, el servicio y la participación en la comunidad de fe— ha sido relegado en favor de otras prioridades que ocupan el tiempo y la atención de los creyentes.
Este cambio de prioridades ha tenido un impacto significativo en la disposición de las personas para involucrarse en el ministerio de la iglesia. La necesidad de servidores es mayor que nunca, ya que muchos han optado por una participación más pasiva o se han acostumbrado a una fe centrada en recibir, pero sin involucrarse activamente. Esto ha creado un vacío en el apoyo necesario para sostener los diversos ministerios y actividades que mantienen viva la comunidad de fe.
El llamado al servicio no es opcional para los creyentes. En 1 Corintios 12:27, Pablo nos recuerda que somos el cuerpo de Cristo y que cada uno tiene una función vital dentro de ese cuerpo. Si una parte no cumple su rol, todo el cuerpo se resiente. Por lo tanto, el desafío para la iglesia en esta etapa es recuperar el compromiso perdido, alentando a los creyentes a retomar su lugar en el servicio y recordándoles que el servicio es una expresión fundamental de su fe y devoción a Dios. Servir no solo edifica a otros, sino que también transforma y fortalece espiritualmente a quienes lo hacen.
¿Qué Podemos Hacer Individualmente?
A nivel personal, cada creyente debe evaluar honestamente su relación con Dios y con su comunidad. La pandemia nos ofreció una oportunidad de reflexión, pero también una tentación de desconexión. ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas hoy? Filipenses 2:13 nos recuerda que es Dios quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer por Su buena voluntad. Volver al servicio y la adoración no es algo que debamos retrasar; debemos actuar ahora.
Es necesario volver a poner a Dios en el centro, decidiendo cada día priorizar nuestra relación con Él. Esto incluye retomar la asistencia a la iglesia de manera presencial, comprometerse con el servicio y buscar oportunidades para servir a los demás. La vida cristiana no está diseñada para ser pasiva, y cada uno de nosotros es llamado a actuar, amar y servir.
¿Qué Debe Hacer la Iglesia?
A nivel comunitario, la iglesia tiene el desafío de restaurar la conexión entre sus miembros. Esto implica ofrecer más oportunidades para que los creyentes sirvan y participen activamente, recordando que el servicio no es solo para algunos, sino para todos los que forman parte del cuerpo de Cristo.
Las iglesias deben buscar formas de acompañar a sus miembros, particularmente aquellos que han sido más afectados emocionalmente por la pandemia. Ministerios que aborden la salud mental, como grupos de apoyo y consejería, pueden ser esenciales para ayudar a las personas a reconectarse con Dios y con su comunidad.
Además, la iglesia debe enfocarse en enseñar la importancia del servicio como una forma de discipulado. El servicio transforma tanto al que da como al que recibe. Jesús mismo nos dio el ejemplo: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mateo 20:28). Como iglesia, debemos seguir Su ejemplo, no solo animando, sino también equipando a los creyentes para que se involucren activamente en Su obra.
La pandemia reveló nuestras fragilidades, pero también nos brindó la oportunidad de reorientar nuestras vidas. Dios nos está llamando a volver a una relación genuina con Él, donde el servicio y el compromiso con la iglesia no sean opcionales, sino una respuesta natural a Su amor. La iglesia pospandemia tiene ante sí el reto de volver a encender el fuego del compromiso y la devoción, recordando que la vida cristiana no es para vivir en soledad ni en pasividad.
El apóstol Pablo nos exhorta en Gálatas 6:9 a no cansarnos de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos si no desmayamos. Este es un tiempo de reconstrucción y renovación, un tiempo para reavivar nuestro compromiso con Dios y con los demás. Como un solo cuerpo, estamos llamados a servir, acompañar y caminar juntos en la misión de Dios, sabiendo que en esa misión encontramos propósito, paz y vida abundante.
Obesidad Espiritual: Llenos de fe, pero vacíos de amor
Estamos en una era donde la información y el acceso a recursos espirituales son casi ilimitados. Leemos la Biblia, oramos, escuchamos sermones, y participamos en eventos de la iglesia. Sin embargo, a pesar de todo lo que “consumimos”, nos encontramos con el fenómeno de la obesidad espiritual: acumulamos prácticas, conocimiento y experiencias, pero sin permitir que estas transformen nuestras vidas en un reflejo del amor de Cristo. Este exceso nos afecta espiritualmente de manera similar a cómo la obesidad física afecta el cuerpo.
La cercanía a Dios no se mide solo por cuánto sabemos o cuánto practicamos, sino por cuánto nos parecemos a Él. Jesús no nos llamó solo a llenarnos de conocimiento, sino a vivir una vida que refleje Su carácter. No es cuánto hablas de Dios, es cuánto te pareces a Él.
¿Qué es la obesidad espiritual?
La obesidad espiritual se produce cuando recibimos mucho de Dios—enseñanzas, estudios bíblicos, oración, ayuno—pero no lo derramamos en amor y compasión hacia los demás. Nos convertimos en “oyentes olvidadizos” en lugar de “hacedores de la palabra” (Santiago 1:22). Este tipo de vida espiritual puede llegar a ser perjudicial, ya que produce una fe inflada que se enfoca en acumular más para uno mismo, sin canalizarlo en gestos que manifiesten amor y servicio.
Es como el fariseo en la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:9-14). El fariseo sabía todas las prácticas correctas: oraba, ayunaba y diezmaba. Sin embargo, todo eso le llevó a una arrogancia espiritual y a una falta de compasión. Su relación con Dios estaba basada en el “yo cumplo”, pero su corazón estaba lejos de la humildad y el servicio. Es como un cuerpo que consume demasiados alimentos sin ejercitarse, provocando un deterioro general. El resultado es una vida centrada en uno mismo, sin fluir hacia los demás.
El peligro de la obesidad espiritual
Cuando hablamos de obesidad espiritual, estamos hablando de un exceso de prácticas y conocimientos que no se traduce en una vida transformada. Este tipo de vida se asemeja a lo que Jesús denunció en los fariseos, llamándolos “sepulcros blanqueados” (Mateo 23:27). Por fuera, parecen correctos y religiosos, pero por dentro están vacíos de compasión y humildad.
Así como la obesidad física afecta la movilidad y el bienestar, la obesidad espiritual nos vuelve inmóviles para el Reino de Dios. Sabemos mucho, pero no lo vivimos plenamente. Escuchamos enseñanzas, pero no las integramos en nuestra conducta diaria. Romanos 2:13 nos recuerda que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los que la cumplen”. El conocimiento espiritual que no produce frutos es estéril.
La verdadera cercanía a Dios
La verdadera cercanía a Dios no se mide por cuánto acumulamos espiritualmente, sino por cuánto nos parecemos a Él. La Biblia nos llama a ser imitadores de Dios (Efesios 5:1), lo que significa que nuestras vidas deben reflejar Su amor, compasión y misericordia. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). Si nuestro corazón está lleno de Dios, nuestras palabras y acciones reflejarán esa abundancia en amor y servicio hacia los demás.
Jesús nos da un modelo claro: su vida estuvo marcada no solo por la oración o las enseñanzas, sino por su entrega total al bienestar de otros. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mateo 20:28). Este es el antídoto para la obesidad espiritual: permitir que lo que hemos recibido de Dios fluya a través de nosotros, beneficiando a los demás.
El remedio: Volvernos canales de gracia
Así como la solución a la obesidad física es el movimiento y el equilibrio, la solución a la obesidad espiritual es permitir que lo que recibimos de Dios fluya de manera natural hacia quienes nos rodean. No se trata solo de acumular más conocimiento o prácticas, sino de ser transformados internamente para luego reflejarlo externamente.
- Practicar la compasión intencionadamente: La fe sin obras es muerta (Santiago 2:17), y el conocimiento espiritual sin compasión también lo es. Jesús fue movido por compasión, y esa misma empatía debe movernos a actuar en favor de otros, no solo como respuesta automática, sino con un sentido intencional de compartir el amor de Dios.
- Vivir lo que predicamos: No basta con hablar del amor de Dios; debemos vivirlo. 1 Juan 3:18 nos exhorta: “No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. El verdadero testimonio de nuestra fe no está solo en nuestras palabras, sino en cómo tratamos a los demás y en cómo manifestamos el evangelio a través de nuestra vida diaria.
- Vaciarnos para ser llenos de nuevo: En Filipenses 2:7-8, vemos que Jesús, “siendo Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo”. Al despojarnos de nuestro orgullo, de nuestros logros y de nuestras comodidades, permitimos que Dios nos llene con su presencia de manera más profunda. Vaciarse no es perder, es permitir que Dios renueve constantemente lo que tenemos para ofrecer a los demás.
La obesidad espiritual es una trampa sutil que nos hace creer que cuanto más sabemos o practicamos, más cerca estamos de Dios. Pero la verdadera cercanía con Él no está en cuántas actividades acumulamos, sino en cuánto reflejamos Su carácter. ¿Nos estamos llenando de Dios, pero sin vaciarnos en compasión y misericordia hacia los demás? ¿Somos oyentes que acumulan, o somos verdaderamente hacedores de Su Palabra?
Somos llamados a parecernos más a Jesús. Nuestra vida espiritual debe fluir hacia los demás, como ríos de agua viva que dan vida y refrescan a aquellos que nos rodean (Juan 7:38). La obesidad espiritual se cura cuando permitimos que lo que Dios ha depositado en nosotros sea compartido en amor, humildad y servicio. Cuando hacemos esto, dejamos de ser fariseos orgullosos y nos convertimos en discípulos que reflejan el carácter de Cristo, viviendo una fe que transforma corazones y que está al servicio de los demás.
Día de la Prevención del Suicidio: Cómo Podemos Ayudar a los Que Sufren
Hoy, 10 de septiembre, es el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, una fecha en la que se nos invita a reflexionar sobre la importancia de la salud mental y cómo podemos ser parte de la solución para quienes están enfrentando momentos difíciles. El suicidio sigue siendo una de las principales causas de muerte en el mundo, y detrás de cada estadística hay una vida que, en algún momento, perdió la esperanza. Sin embargo, el suicidio es prevenible, y cada uno de nosotros tiene un papel crucial para ayudar a quienes están luchando en silencio.
Más de 700,000 personas mueren cada año por suicidio, según la Organización Mundial de la Salud. Muchas de ellas vivían con enfermedades mentales tratables como la depresión y la ansiedad, pero no encontraron el apoyo necesario a tiempo. Como individuos, tenemos la oportunidad de marcar una diferencia en la vida de quienes están sufriendo, rompiendo el silencio y creando espacios donde puedan sentirse escuchados y valorados.
Las Señales de Alerta: ¿Cómo Puedo Identificar a Alguien Que Está Sufriendo?
El primer paso para ayudar es estar atentos a las señales de que alguien está pasando por un momento crítico. No siempre es fácil, ya que muchas personas ocultan su dolor por miedo al rechazo o a ser juzgadas. Sin embargo, existen señales que pueden indicarnos que alguien necesita ayuda:
- Cambios en el comportamiento: Si una persona que conoces ha comenzado a aislarse, ha perdido interés en actividades que antes disfrutaba, o muestra signos de desesperanza, podría estar enfrentando una crisis emocional.
- Hablar sobre la muerte o el suicidio: Aunque a veces no lo dicen de manera directa, las personas en crisis pueden hacer comentarios sobre querer desaparecer o no ver sentido en seguir viviendo.
- Regalar pertenencias valiosas o arreglar asuntos pendientes: Si alguien empieza a regalar cosas importantes o actúa como si estuviera “despidiéndose” de sus seres queridos, puede ser una señal de que está considerando acabar con su vida.
- Cambios drásticos en el estado de ánimo: De la tristeza extrema a la calma repentina, este tipo de cambios pueden ser señales de que alguien ha tomado una decisión final y siente alivio tras haberla planificado.
Cómo Puedo Ayudar a Alguien Que Está Luchando
Saber cómo actuar ante una persona que enfrenta una crisis emocional puede parecer intimidante, pero no tienes que ser un experto para ofrecer ayuda. A menudo, escuchar sin juzgar y estar presente es lo más importante que puedes hacer. Aquí algunas maneras concretas de ayudar:
- Escucha con empatía: Si alguien te confía su lucha, escucha sin interrupciones ni soluciones inmediatas. Deja que hable y exprese sus emociones sin miedo a ser juzgado. Santiago 1:19 (NVI) nos recuerda: “Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar”. A veces, solo ser escuchado puede ser un alivio inmenso para alguien que está sufriendo.
- No minimices su dolor: Evita frases como “todo estará bien” o “tienes que ser fuerte”. Aunque tienes buenas intenciones, estas palabras pueden hacer que la persona sienta que su dolor no está siendo reconocido. En lugar de eso, valida sus sentimientos: “Lamento que estés pasando por esto, no puedo imaginar cómo te sientes, pero estoy aquí para ti”.
- Pregunta directamente sobre el suicidio: No tengas miedo de preguntar de manera directa: “¿Has pensado en hacerte daño o acabar con tu vida?”. Aunque parezca incómodo, esta pregunta no incitará a la persona a actuar, sino que le permitirá hablar abiertamente de sus pensamientos y emociones.
- Ofrece acompañamiento: Si conoces a alguien que está pasando por una situación emocional crítica, ofrécele estar presente en su proceso. Puedes ayudarle a buscar apoyo profesional, acompañarlo a su primera sesión con un psicólogo o simplemente estar disponible para hablar cuando lo necesite.
- Ora con ellos y por ellos: Como creyentes, sabemos que la oración es poderosa. Ora por la paz de Dios sobre su vida, pero también ora para que encuentre la fuerza y el valor de buscar la ayuda que necesita. En 2 Corintios 1:3-4 (NVI), se nos recuerda que “Dios es el Padre compasivo y Dios de todo consuelo, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones”. Él puede ser el refugio que necesitamos en los momentos más difíciles.
La Fe Como Fuente de Esperanza
Dios no es indiferente a nuestro dolor. La Biblia está llena de ejemplos de personas que enfrentaron grandes desafíos emocionales, y en cada uno de esos casos, Dios estuvo presente. En momentos de profunda tristeza y desesperación, Él está más cerca de lo que pensamos. El Salmo 34:18 (NVI) nos dice: “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón; salva a los de espíritu abatido”.
Si bien la fe no elimina las luchas emocionales, sí nos ofrece esperanza y consuelo en medio de la tormenta. Saber que no estamos solos, que Dios nos ve y nos comprende, puede marcar una gran diferencia en nuestros momentos más oscuros. Además, Dios nos ha dado personas y recursos para ayudarnos en esos momentos. Buscar apoyo en psicólogos, consejeros o terapeutas es parte del plan de Dios para nuestra sanidad. Él obra a través de ellos, utilizándolos como instrumentos de Su gracia.
No Estás Solo: Tu Vida Importa
Si tú estás enfrentando pensamientos de desesperanza o si conoces a alguien que lo está, quiero recordarte que no estás solo. A veces, el dolor emocional puede nublar nuestra visión y hacernos creer que no hay salida, pero siempre hay esperanza. Dios tiene un propósito para tu vida, y Su amor es inquebrantable, incluso cuando nosotros nos sentimos perdidos.
He pasado por momentos de desbordamiento emocional en los que sentí que no había fuerzas para seguir adelante. Pero encontré refugio en Dios, en los profesionales de la salud que me acompañaron y en las personas cercanas que no me dejaron caminar sola. Si estás luchando, te animo a que busques ayuda. Dios cuida de ti y ha puesto recursos en tu camino para que puedas levantarte y seguir adelante.
Tu vida es valiosa y tu historia aún no ha terminado. Como yo, también verás la bondad de Dios en tu vida. Esto también pasará, y con el apoyo adecuado, verás cómo la esperanza vuelve a florecer.
Si tú o alguien que conoces está enfrentando pensamientos suicidas o una crisis emocional, no estás solo. Existen recursos gratuitos y confidenciales donde puedes encontrar ayuda inmediata en español:
- Crisis Text Line (en español): Envía un mensaje con la palabra “HOLA” al 741741 para conectarte con un consejero capacitado, disponible las 24 horas del día.
- Teléfono de la Esperanza (España y otros países hispanohablantes): Ofrecen atención psicológica gratuita las 24 horas llamando al 717 003 717.
- Porque Quiero Estar Bien: Ofrecen asesoría psicológica gratuita y anónima, accesible las 24 horas a través de su plataforma de chat en línea. Puedes acceder al servicio visitando su sitio web: www.porquequieroestarbien.com.