La gracia que sostiene, transforma y capacita

Algunos regalos marcan un antes y un después. No por su valor material, sino por lo que revelan sobre quien los entrega. Hay obsequios que llegan sin aviso, sin condiciones y sin que hayas hecho nada para merecerlos, y aun así te son dados con generosidad. La gracia de Dios es exactamente eso: un regalo inmerecido, ofrecido con amor a quienes no tenían cómo alcanzarlo por sus propios medios.

La Biblia la describe como una dádiva, una expresión del favor de Dios hacia quienes, lejos de merecerlo, solo podían recibirlo. Efesios 2:8–9 lo dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Esa es la esencia del evangelio. No se trata de lo que hicimos para acercarnos a Dios, sino de lo que Él hizo para acercarse a nosotros.

Sin embargo, reducir la gracia únicamente al perdón es perder de vista todo lo que implica. La gracia no solo limpia y restaura, también forma, sostiene, impulsa y capacita. No es una experiencia puntual que nos deja en punto cero para luego avanzar por nuestra cuenta, sino una fuerza constante que nos equipa para caminar en propósito, incluso cuando sentimos que no tenemos lo suficiente.

La gracia que sostiene, forma y guía
Muchos ven la gracia como el punto de partida de la fe. Es lo que nos permite comenzar de nuevo, lo que nos rescata y nos libera del peso del pasado. Pero no es solo una puerta que se abre. Es también la fuerza que nos sostiene mientras caminamos. No se trata de algo que Dios nos dio una vez y luego retiró, sino de una presencia activa que acompaña cada parte del proceso.

Pablo no hablaba por teoría cuando escribió: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido en vano para conmigo; antes he trabajado más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Corintios 15:10). Lo que le dio firmeza no fue su fuerza de voluntad, ni su experiencia, ni su inteligencia. Fue la gracia obrando en él. Esa misma gracia que lo transformó fue la que también lo capacitó para enseñar, servir, resistir y seguir con fidelidad su llamado.

No necesitas demostrar lo que ya recibiste
A veces creemos que, una vez perdonados, ahora nos toca demostrar que valemos la pena. Como si Dios nos hubiera dado un nuevo comienzo y el resto dependiera de nuestro esfuerzo. Pero esa forma de pensar contradice el corazón del evangelio. Dios no nos salva por gracia para después exigirnos rendimiento por mérito. Él sigue obrando en nosotros con la misma gracia con la que comenzó.

Tito 2:11–12 dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.” La gracia que salva, también forma. La que restaura, también enseña. Lo hace desde dentro, guiando, corrigiendo, afirmando, no por presión ni por culpa, sino por transformación.

Cuando no te sientes suficiente
La sensación de no ser suficiente aparece en los momentos donde más quisiéramos estar a la altura. Miramos nuestras debilidades, nuestros errores, nuestras limitaciones, y sentimos que no podemos. Pero justo ahí es donde la gracia se manifiesta con más claridad. El Señor le dijo a Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Dios no está esperando que llegues fuerte. Está dispuesto a obrar mientras reconoces tu necesidad de Él.

La gracia no se activa cuando alcanzas cierto nivel espiritual. Está disponible en cada paso. No como licencia para el estancamiento, sino como sustento para el crecimiento. Cuando caminas desde la dependencia, y no desde la autoexigencia, puedes avanzar con paz. No porque todo esté en orden, sino porque sabes quién te sostiene.

Capacitados para caminar, servir y permanecer
Vivir bajo la gracia no es vivir evadiendo responsabilidades. Es vivir desde un lugar donde sabes que no caminas solo. Es tener la conciencia de que lo que haces en tu familia, en tu vocación, en tu ministerio, en tus decisiones;  no lo haces por ti, sino con la ayuda de Aquel que ya te equipó para eso.

Segunda de Corintios 9:8 afirma: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.” Esa gracia es abundante, oportuna y suficiente. No solo te sostiene cuando estás al límite, también te capacita para dar fruto donde Dios te ha plantado.

La gracia no se retira cuando fallas. No se agota cuando estás cansado. No se ausenta cuando no sabes qué hacer. Está ahí para sostenerte y también para capacitarte, porque no fuiste llamado solo a resistir; fuiste llamado a permanecer y a avanzar.

No fue solo para salvarte. Fue para prepararte.
Si alguna vez has pensado que tu historia te descalifica, que tus debilidades te detienen o que no eres capaz de cumplir lo que Dios espera de ti, vuelve a mirar la gracia. No como concepto, sino como realidad viva que sigue activa en ti. Dios no te dio gracia para que vivas temiendo no dar la talla, sino para que aprendas a depender de Él y camines con propósito.

La gracia no solo te rescató del pasado. También te equipa para el presente y te prepara para lo que viene. No te quedes en el umbral. Da el paso. Porque si Su gracia te alcanzó, también te acompañará en todo lo que Él te ha confiado.

El proceso no cancela el propósito

Hay una idea que se repite con demasiada frecuencia: “Cuando esté listo, entonces podré servir”. Suena prudente. Incluso espiritual. Pero muchas veces, detrás de esa frase hay miedo. Hay inseguridad. Hay una percepción equivocada de que Dios solo puede usarnos cuando todo esté resuelto, cuando ya no tengamos heridas, ni preguntas, ni áreas en construcción. Y aunque es verdad que Dios obra en nosotros constantemente, también es cierto que Él no espera a que estemos terminados para obrar a través de nosotros.

Dios no llama a los perfectos. Llama a los dispuestos. Y una vasija en proceso, si está en sus manos, sigue siendo útil.

No tienes que esconderte mientras sanas

Hay temporadas en las que sentimos que no calificamos. Creemos que aún no somos lo suficientemente sabios, maduros o estables como para tener algo que ofrecer. Pero si miramos con atención a las Escrituras, veremos que Dios nunca ha usado personas completamente “listas”. Usó a Moisés mientras tartamudeaba, a David mientras aún lidiaba con las consecuencias de sus decisiones, a Rahab con todo su pasado a cuestas, a Pedro en medio de su temperamento, y a Pablo mientras aún enfrentaba el peso de su historia. Ninguno de ellos fue llamado desde la perfección. Todos fueron llamados desde el proceso.

Eso nos revela algo importante: el propósito no espera a la perfección, avanza con obediencia. No se trata de estar impecables, sino de estar disponibles. Dios no se impresiona por apariencias. Él mira lo que está siendo formado en lo secreto. Ve el corazón quebrantado que aún quiere obedecer, las manos temblorosas que todavía están dispuestas a servir, y los pasos inseguros que siguen caminando hacia Él. Y con eso, Él hace algo eterno.

Dios no necesita una imagen perfecta. Necesita una vida entregada.

Muchas veces tratamos de mantener una fachada fuerte porque pensamos que eso es lo que se espera de nosotros. Fingimos que todo está bien, que ya superamos lo que en realidad seguimos procesando. Pero con Dios no hace falta disimular. Él no necesita que escondas lo que todavía está en formación. No se avergüenza de tus heridas, ni de tus dudas, ni de los días difíciles. Lo que otros podrían ver como una falla, Él lo ve como una parte de tu historia que puede traer esperanza a alguien más.

Tus marcas no son un estorbo. Son testimonio. Y mientras tú ves limitación, Él ve una oportunidad para glorificarse.

Tu historia todavía se está escribiendo, pero ya tiene valor

No tienes que tener todas las respuestas para ser parte de lo que Dios está haciendo. A veces creemos que servir solo es válido cuando todo está resuelto, pero en realidad, hay un valor profundo en el testimonio que se está formando mientras caminas. Las luchas que has enfrentado, las oraciones que has levantado en medio del cansancio, las veces que te levantaste sin entenderlo todo… todo eso también habla. También forma. También edifica.

Dios no te llama por lo que ya dominas. Te llama porque te conoce, y porque sabe que, incluso con lo que falta, ya hay algo en ti que puede tocar la vida de otro. En ocasiones no se trata de un acto grande, sino de una palabra sincera, una presencia constante o una escucha paciente. Y si lo que viviste te permite acompañar a alguien más en su propio proceso, entonces tu historia no está en pausa. Está siendo usada.

No subestimes el valor de lo que estás aprendiendo con Dios. Él no solo transforma tu vida para ti. También lo hace para que, cuando llegue el momento, puedas caminar al lado de otros con una gracia que no viene del conocimiento, sino de haber estado ahí. No necesitas estar completo para ser una señal del Dios que sigue obrando. Solo necesitas estar en sus manos.

No pospongas lo que ya fuiste llamado a hacer

Tal vez llevas tiempo sintiendo que Dios te está llamando a servir de alguna manera. Puede que te haya inquietado a acompañar a otros, enseñar lo que has aprendido, escribir desde tu experiencia o simplemente estar disponible para quien lo necesita. Pero esa inquietud ha sido postergada porque sientes que aún no estás del todo listo. Crees que te falta preparación, que tu vida todavía no está en orden o que hay cosas que deben resolverse antes.

Sin embargo, es Dios quien perfecciona la obra. Tú no estás llamado a presentarte terminado, sino a responder con obediencia. No necesitas alcanzar una versión ideal de ti para empezar a caminar en tu llamado. Solo necesitas dar el paso que tienes hoy delante. Aunque sea pequeño, si lo das confiando, Dios se encargará del resto.

No es hipocresía servir mientras sanas; es un acto de humildad. Tampoco es incoherente consolar a otros mientras tú mismo aún estás en proceso; es gracia que se mueve en medio de la fragilidad. Hablar desde lo que estás aprendiendo no te descalifica. Al contrario, te conecta con quienes también están buscando respuestas. No estás en pausa. Estás siendo formado. Y si estás en las manos del Alfarero, entonces sigues siendo valioso, sigues siendo útil, y aun en el proceso, puedes ser parte de lo que Él está haciendo.

Lo que construyes sin Dios no se va a sostener

 

Hotel Ryugyong

Hay proyectos que impresionan por fuera, pero están vacíos por dentro. Así es el Hotel Ryugyong, una estructura imponente en el corazón de Pyongyang, Corea del Norte. Su construcción comenzó en 1987 con la intenciónde ser uno de los hoteles más altos del mundo. Pero tras la caída de la Unión Soviética, la obra se paralizó. Décadas después, aunque su fachada está terminada y cubierta por luces LED, en su interior no hay habitaciones operativas, ni huéspedes, ni vida. Lo que comenzó como símbolo de grandeza terminó siendo un monumento a la apariencia. Y cuando supe de esta historia, no pude evitar hacerme una pregunta incómoda: ¿cuántas veces construimos así nuestra vida?

Muchas veces empezamos cosas con fuerza, entusiasmo y hasta fe… pero sin dirección. Proyectos, relaciones, ministerios, decisiones que se ven bien por fuera, pero no tienen un fundamento sólido. Todo parece avanzar, pero por dentro sentimos que algo no cuadra, que estamos forzando piezas que no encajan, que algo nos desgasta más de lo que nos edifica.

Pablo, escribiendo desde una prisión fría y solitaria, nos ofrece una verdad que atraviesa el tiempo:

“Estoy convencido de esto: que el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.” (Filipenses 1:6)

Esas palabras no son solo una promesa reconfortante, sino también una invitación a reflexionar: ¿La obra que estoy tratando de perfeccionar… realmente la comenzó Dios?

Entre emoción e instrucción
No todo lo que emprendemos nace en el corazón de Dios. A veces iniciamos cosas por emoción, por el deseo genuino de avanzar, por la presión de las expectativas, por miedo a quedarnos atrás o simplemente porque nos pareció una buena idea. Y aunque esos impulsos no son necesariamente malos, sí pueden llevarnos a confundir nuestras metas con Su voluntad.

Empezamos construcciones con buenas intenciones, pero sin consultar al Arquitecto. Nos entregamos a la tarea de levantar algo valioso, sin habernos detenido a preguntar si ese algo viene de Dios. Y cuando lo que estamos edificando no tiene fundamento, inevitablemente se tambalea.

La zapata que no se ve
Mi papá solía hablar de la “zapata” —la base profunda, enterrada, que sostiene toda construcción. Invisible, pero esencial. Así también es nuestra vida espiritual: si el fundamento no es Cristo, si la base no es Su dirección, todo lo demás se convierte en fachada.

Jesús mismo dijo que el sabio construye sobre roca, no sobre arena. Y esa roca no es otra cosa que escuchar Su voz y obedecerla (Mateo 7:24-27). Construir fuera de su instrucción puede funcionar un tiempo, pero tarde o temprano, llega el desgaste… y con él, la frustración.

Tal vez hoy te encuentras en una temporada donde nada parece avanzar. Tus esfuerzos no rinden fruto, tus planes se detienen, tus caminos se cierran. Puede parecer abandono, pero podría ser dirección. Dios, en su amor, no solo bendice lo que comenzó; también interrumpe lo que no proviene de Él. Porque más que verte avanzar rápido, Él quiere verte caminar en Su propósito.

Y aquí está la belleza de su gracia: incluso cuando hemos empezado cosas sin Él, Él no nos desecha. En cambio, nos invita a soltar, a reordenar, a volver a empezar —esta vez, con Su voz como guía y Su voluntad como plano.

Rendirse no es perder

El primer paso para regresar al diseño de Dios es rendir el nuestro. No como una derrota, sino como un acto de confianza. Soltar no es fracasar; es creer que hay algo mejor, más profundo, más alineado con el propósito eterno.

Tal vez hoy necesitas hacerte esa pregunta con sinceridad: ¿Qué estoy edificando que Dios no me pidió que edificara? ¿Qué he sostenido con mis fuerzas que Él quiere que ponga en sus manos?

A veces no se trata de hacer más, sino de dejar de resistir. Porque Dios no perfecciona lo que no estamos dispuestos a rendir. Y en esa rendición, lejos de perder el rumbo, lo recuperamos. No estás tarde, ni estás solo. Si Dios no ha terminado contigo, todavía estás a tiempo de soltar lo que pesa y retomar lo que permanece.

Hoy, tal vez no necesitas una nueva meta, sino una nueva entrega. Una oración sencilla puede ser el inicio:
“Señor, si esto no nació en tu corazón, no lo quiero sostener más con mis fuerzas. Enséñame a confiar, a soltar y a caminar sobre lo que tú sí comenzaste en mí.”

Porque lo que Él comenzó, Él lo va a terminar. Y todo lo que se edifica sobre su voluntad, no se derrumba. Se sostiene, se perfecciona, da fruto y permanece.

Cuando el exceso de redes sociales apaga tu propósito

Vivimos en una era donde la vida parece desarrollarse tras una pantalla. Las redes sociales, aunque herramientas poderosas para la comunicación y la conexión, también se han convertido en un escenario donde se proyectan versiones cuidadosamente editadas de la realidad. Es cada vez más común ver cómo muchas personas moldean sus decisiones, sueños y hasta su identidad, según lo que consumen en estas plataformas.

El problema no es solo la cantidad de tiempo que pasamos conectados, sino el impacto que tiene en nuestra mente y corazón. Según estudios recientes, el usuario promedio pasa aproximadamente 2 horas y 24 minutos al día en redes sociales, lo que equivale a más de 35 días al año dedicados exclusivamente a consumir contenido. Más de un mes siendo moldeados por una narrativa cuidadosamente construida, que apela a nuestras inseguridades y deseos más profundos. Mientras más tiempo pasamos mirando una vida idealizada, menos valoramos la que Dios nos ha confiado.

Las redes sociales rara vez muestran el dolor, el proceso o los fracasos. Lo que más se ve es una vitrina de logros, viajes, adquisiciones y sonrisas perpetuas. En ese entorno, el “pasto del vecino” siempre parece más verde. Sin darnos cuenta, comenzamos a comparar nuestras vidas con versiones irreales de otras, lo que puede llevar a una disminución de la autoestima y al desarrollo de trastornos como la depresión y la ansiedad. Muchos terminan tomando decisiones precipitadas para alcanzar ese “éxito” que ven en otros, sin considerar su propio proceso, etapa de vida o propósito. Se ignora lo que se tiene, se desprecia el camino recorrido y se adopta una dirección que ni siquiera está alineada con la voluntad de Dios. Este estilo de vida produce una desconexión con lo que realmente importa: con Dios, con la familia, con la gratitud.

Pero este fenómeno va aún más profundo: la comparación en redes ha alcanzado incluso a la fe. Muchos creyentes comienzan a desear los dones, llamados y ministerios que ven en otros, sin entender que cada historia tiene un proceso único y muchas veces oculto. La popularidad ha llegado a convertirse en un termómetro espiritual para algunos, y eso distorsiona peligrosamente la verdad del Evangelio. Se ignora que hay procesos dolorosos detrás de ciertos llamados, y se pretende alcanzar la autoridad espiritual sin el quebrantamiento que la precede. La Biblia nos recuerda que el Señor mira el corazón, no la apariencia (1 Samuel 16:7), y que el camino de la fe es muchas veces silencioso, desconocido y profundamente íntimo.

La Palabra de Dios nos advierte contra esta tendencia. En 2 Corintios 10:12 se dice claramente: “No nos atrevemos a igualarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos. Al medirse con su propia medida y compararse consigo mismos, no son juiciosos”. Pablo enfatiza que nuestra suficiencia proviene de Dios (2 Corintios 3:5), y que cada quien debe caminar conforme al llamado que ha recibido (Efesios 4:1). Cuando el apóstol habla de correr la carrera puesta delante de nosotros (Hebreos 12:1), está dejando claro que no se trata de imitar el recorrido de otro, sino de perseverar en lo que Dios ha diseñado individualmente.

Hoy vemos incluso cómo se diluye la verdad del Evangelio en los contenidos cristianos más populares. Influencers de la fe, por llamarlos así, muchas veces producen mensajes guiados más por estadísticas y reacciones del público que por la guía del Espíritu Santo. Se suaviza el llamado al arrepentimiento, se oculta la cruz, y se enaltece un estilo de vida atractivo, aspiracional, pero muchas veces desconectado de la verdad. Personas que publican vidas espirituales aparentemente vibrantes, pero están lejos de Dios; personas que esconden el dolor por miedo a perder relevancia. Y del otro lado, hay quienes consumen ese contenido pensando que eso es lo que deben llegar a ser, cuando en realidad Dios los llama a autenticidad, a procesos reales, y a comunión sincera.

Un ejemplo reciente fue el testimonio público de la cantante cristiana Majo Solís, quien compartió abiertamente sobre un proceso de depresión que afectó profundamente su vida personal y ministerial. Su honestidad, aunque edificante para muchos, también recibió críticas. ¿Por qué? Porque no estamos acostumbrados a ver vulnerabilidad. Nos sentimos más cómodos en la narrativa de vidas perfectas, sin fallas ni heridas. Pero el Reino de Dios no se manifiesta en la perfección aparente, sino en la verdad, la gracia, la restauración. Callar el dolor no es espiritualidad, es encubrimiento. Y quien vive comparándose con otros termina creyendo que sus luchas lo invalidan.

Si estás leyendo esto y te sientes agotado, comparándote constantemente, creyendo que estás tarde, que estás detrás, que tu vida no tiene tanto impacto como la de otros… haz una pausa. Respira. No estás solo. No estás roto. Estás en proceso, como todos nosotros. Y Dios no se ha olvidado de ti.
Tal vez no tengas seguidores, pero tienes propósito. Tal vez no estás viajando ni publicando, pero estás sanando, creciendo, aprendiendo. Eso también es parte del llamado. Vuelve a lo simple. Cierra el celular por un momento. Agradece lo que tienes hoy. Habla con Dios sin filtros. Él no te pide que seas viral, te pide que seas sincero.
No necesitas ser visible para ser valioso. No tienes que impresionar a nadie para ser usado por Dios. Lo que estás viviendo ahora también forma parte de tu historia con Él. Cada paso, cada silencio, cada momento en que sigues creyendo aunque nadie lo vea, cuenta. Camina a tu ritmo. Camina con Jesús.

Y si te cuesta, si hoy sientes que no puedes más, solo dile eso al Señor. No prepares un discurso. Solo habla. Él escucha. Él entiende. Él no está buscando una versión editada de ti, quiere estar contigo tal como eres. Porque ahí, en esa honestidad, empieza la verdadera libertad.

Cuando el Dolor del Otro Nos Incomoda: Un Espejo de Nuestras Heridas

¿Cómo percibimos el sufrimiento de los demás?


Es muy interesante saber cómo la mente humana acostumbra interpretar la vulnerabilidad de los demás desde el punto de vista de sus propias vivencias. Muchas veces, sin darnos cuenta, analizamos el dolor de aquellos que nos rodean desde una perspectiva cómoda de lo que conocemos, sacando conclusiones muy precipitadas, como si el dolor fuera algo que pudiéramos medir con una sola regla.
Pero, ¿se puede entender la magnitud de un daño que nunca hemos sufrido? ¿Es adecuado analizar la lucha de otra persona desde nuestra propia vivencia?

Nos encontramos en una era que resalta la fortaleza, pero ¿qué implica realmente ser fuerte? Se espera que las personas permanezcan de pie, que enfrenten la vida sin desfallecer, que no pierdan la compostura. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a considerar que esa fortaleza que demandamos podríamos exigirla desde el privilegio. No todos poseen el mismo origen, ni las mismas capacidades para manejar el peso de las situaciones que les han tocado enfrentar.


Circunstancias que no elegimos


No todos han logrado crecer en entornos seguros, no han podido vivir en lugares donde las emociones son comprendidas o donde cuentan con el apoyo que necesitan. Para muchos, la vida ha sido un camino difícil, lleno de cicatrices ocultas que nunca pidieron cargar.
Hay personas que están experimentando heridas muy profundas provocadas por el abandono, el sufrimiento, la injusticia o la pérdida.

El que observa desde afuera tiende a mirar ese dolor con juicio. Se lanzan frases al aire como: “Está usando sus traumas como excusa” o “No quiere enfrentar la vida”. Estas son afirmaciones que nacen de un lugar de comodidad, desde la estabilidad emocional de quien no ha tenido que batallar con fantasmas internos que desgastan el alma día tras día.

Minimizar el dolor ajeno es olvidar que no todos han recibido las mismas herramientas. No es una debilidad tener heridas; es la realidad de esta humanidad caída. A veces, la verdadera carga no está en el dolor en sí, sino en experimentar la incomprensión de quienes miran desde afuera.


La complejidad del corazón humano

Cada persona es un universo dentro de sí, con historias que no siempre se ven a simple vista. El dolor que algunos ven y juzgan como una excusa podría ser el resultado de años de lucha en silencio. Mientras algunos buscan sanar a través de la búsqueda de Dios, la oración o la ayuda profesional, otros eligen encerrar su sufrimiento en los lugares más profundos de su corazón, tirando a lo lejos la llave con la esperanza de que el tiempo, por sí solo, borre su dolor.

El dolor no se va por ser ignorado. Se transforma en dureza, en rechazo hacia la fragilidad de otras personas, se convierte en juicios silenciosos que se disfrazan de fortaleza. ¿Por qué nos habría de molestar tanto ver la vulnerabilidad de otros? Tal vez sea porque refleja lo que hemos decidido no enfrentar dentro de nosotros mismos.


La compasión que Jesús mostró frente al dolor


En la vida de Jesús hay momentos que desafían nuestra visión humana de la fortaleza. Uno de ellos se encuentra en la historia de Lázaro.
Jesús sabía que tenía el poder de cambiar la situación, podía hacer el milagro, tenía el poder. Sin embargo, antes de actuar, se detuvo. Vio el dolor de quienes amaban a Lázaro y se hizo cercano a ellos. Lloró. (Juan 11:35).

Ese acto fue sencillo, pero al mismo tiempo profundo. Nos muestra algo importante: Jesús no desestimó el dolor ni lo disminuyó. Acompañó en el sufrimiento, identificó las emociones propias de aquel instante y compartió la desesperación de aquellos que lo rodeaban. No exigió fortaleza a los que padecían, ni les pedió que pararan de llorar. Demostró que experimentar dolor no es indicativo de fragilidad, sino una auténtica manifestación de amor y humanidad.


La manifestación del juicio en nuestra negación propia


Existe una gran ironía, que resulta muy angustiosa, es esa inclinación humana de criticar el dolor de los demás.
Muchas veces, quienes son más rápidos en señalar la supuesta “debilidad” de otros son quienes han enterrado su propio dolor con mucho esfuerzo. Negamos nuestras heridas, convencidos de que ignorarlas ayudará a superarlas, y en ese proceso, perdemos la capacidad de ser compasivos.

En muchas situaciones, el juicio puede operar como un escudo para ocultar nuestras propias fracturas internas, las del corazón. Es más fácil expresar dureza que identificar la necesidad de sanar. Este esfuerzo por ocultar nuestra vulnerabilidad no la suprime, simplemente la oculta bajo capas de indiferencia, dificultando la conexión con el sufrimiento de las personas que nos rodean.


Una exhortación a la auténtica compasión


La Biblia nos enseña la importancia de acompañar a las personas en sus instantes de dificultad. “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas y así cumplirán la ley de Cristo.” (Gálatas 6:2). Estas palabras no son una sugerencia, sino un llamado a tener una responsabilidad humana y espiritual: reconocer el dolor ajeno y estar presentes en medio de él.

La Palabra también nos enseña: “Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran” (Romanos 12:15). No podemos solucionar el dolor de las personas, pero podemos ayudarles con el acompañamiento a cargar el peso del momento; es estar con aquellos que atraviesan la tormenta. La compasión no exige comprender cada detalle de la lucha del otro, solo pide que estemos dispuestos a estar ahí para otros.


¿Qué significa ser verdaderamente fuerte?


Quizás ser fuerte no tiene nada que ver con resistir, sin sentir dolor.
Tal vez la verdadera fortaleza radica en la capacidad de ser compasivo, de reconocer que cada ser humano vive batallas que jamás podremos comprender por completo.

La pregunta que surge no debería ser por qué alguien no puede ser más fuerte, sino si nosotros somos capaces de ser más humanos. ¿Podemos dejar de lado nuestras propias justificaciones para ver la complejidad del corazón de los demás? ¿Estamos dispuestos a aceptar que la vida no es un terreno parejo para todos?

No todos han enfrentan las mismas pruebas. No todos han tenido el privilegio de caminar por caminos estables. Y si miramos con honestidad, cada uno de nosotros lleva consigo cicatrices que preferiríamos no mostrar. Quizás el mayor acto de fortaleza no sea ignorar el dolor, sino reconocerlo con humildad y ofrecer compañía en medio de la lucha.

La compasión no es debilidad. Es, en su esencia, una de las expresiones más puras de fortaleza humana.

El Selah de Dios: La pausa que afina el alma

Si mi vida fuera una partitura, sé que cada nota armonizaría a la perfección con el corazón del Copista. Desde antes de plasmar la primera figura en el pentagrama del tiempo, Él ya había soñado cada melodía, cada pausa, cada matiz.

Sabía que no todo serían blancas y redondas que fluyen con suavidad; también habría corcheas apresuradas, semicorcheas intensas y síncopas inesperadas que me harían sentir fuera de compás. Sabía que los silencios llegarían, no como ausencia, sino como pausas necesarias para dar forma a la música. Sabía que en algunos pasajes, un calderón sostendría una nota por más tiempo del que yo hubiera querido, enseñándome a esperar sin perder la armonía.

Pero en esta composición, nada está fuera de lugar. Cada figura rítmica es justa, cada acorde tiene propósito, cada cambio de tonalidad trae una nueva expresión. Porque el Copista no solo escribe la música, Él la dirige.

Y aquí estoy, en un Selah. Una pausa que parece eterna, pero que en realidad solo prepara el siguiente compás. Un descanso que no es un final, sino un espacio de reflexión. No es un “por qué”, sino un “para qué”.

En este interludio, mi alma se pregunta con sinceridad:

“¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.”
(Salmo 42:11)

La historia no ha terminado, el tempo sigue marcando su curso. Aunque me desvíe del compás, la gracia del Director me devuelve al tiempo correcto.

Voy camino a la construcción de una melodía que se sostendrá por la eternidad. No todos entenderán esta composición, algunos la encontrarán compleja, disonante en ciertos momentos, con modulaciones inesperadas. Pero sé que quien la escribió la pensó perfecta.

Así que sigo tocando, sigo afinando cada acorde a Su voluntad. Porque esta obra no es mía, pero en cada nota puedo elegir honrar al Compositor, dando la mejor melodía que mi vida pueda ofrecer.

Su gracia es suficiente. Y su canción aún no ha terminado.

No basta con orar, hay que levantarse y edificar

Viviendo en piloto automático o con propósito

A veces nos acostumbramos tanto a la rutina que avanzamos en la vida sin ser realmente conscientes del propósito de Dios. Es como cuando conduces y llegas a tu destino sin recordar el trayecto. Podemos entrar en un estado donde simplemente seguimos adelante. Nos dejamos llevar por la rutina, por el “status quo”, por la comodidad de caminar en lo conocido. Y, sin darnos cuenta, perdemos el sentido de propósito.

Pero Dios no nos ha llamado a vivir sin propósito. Nos ha dado una misión, una razón para estar aquí. En la historia de Nehemías encontramos a alguien que se rehusó a quedarse inerte y decidió levantarse y actuar.

Nehemías no era sacerdote, profeta ni rey. Era solo el copero del rey, un trabajo importante. Sin embargo, cuando escuchó lo que sucedía en Jerusalén, algo dentro de él se despertó.

“Entonces les conté cómo la bondadosa mano de mi Dios había estado conmigo, y relaté lo que el rey me había dicho. Al oír esto, exclamaron: «¡Manos a la obra!» Y unieron la acción a la palabra.”
Nehemías 2:18 (NVI)

Nehemías entendió algo importante: cuando Dios pone una carga en nuestro corazón, no es para ignorarla, sino para que nos levantemos y hagamos algo con ella.

Dios pone una carga en nuestro corazón para llevarnos a la acción

Cuando Nehemías recibió noticias sobre la condición de Jerusalén, no fue indiferente.

“Llegó Hananí, uno de mis hermanos, junto con algunos hombres de Judá. Entonces les pregunté por el resto de los judíos que se habían librado del destierro y por Jerusalén. Ellos me respondieron: «Los que se libraron del destierro y se quedaron en la provincia están enfrentando una gran calamidad y humillación. La muralla de Jerusalén sigue derribada, con sus puertas consumidas por el fuego». Al escuchar esto, me senté a llorar. Hice duelo por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo.”
Nehemías 1:2-4 (NVI)

Nehemías sabía de la destrucción de Jerusalén, pero cuando escuchó el reporte, fue como si Dios abriera sus ojos. Algo dentro de él no pudo ignorarlo. Dios muchas veces nos inquieta y coloca una carga. Puede ser una persona que necesita ayuda, una situación en nuestra iglesia, algo en nuestra comunidad. No podemos pasar por alto esas cargas como si fueran simples pensamientos.

Si algo en nuestro corazón nos duele de manera constante, si sentimos un peso en nuestra alma por algo que necesita cambiar, sin duda es que Dios nos está llamando a hacer algo al respecto. Pero aquí está la clave: no basta con sentir la carga, hay que responder a ella correctamente.

Podemos estar apasionadamente equivocados

Cuando algo nos conmueve, nuestra primera reacción muchas veces es movernos rápido, con ímpetu y pasión. Pero hay una gran diferencia entre ser apasionado y estar en la voluntad de Dios. Podemos estar apasionadamente equivocados.

Cuando hablamos de pasión, es inevitable no pensar en Pedro. Él tenía una gran pasión por Jesús, pero su emoción no siempre estaba alineada con la voluntad de Dios.

“Pedro le respondió: —Aunque todos te abandonen, yo jamás lo haré.
—Te aseguro —le contestó Jesús— que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.” Mateo 26:33-34 (NVI)

Pedro estaba convencido de que nunca negaría a Jesús. Su pasión era real, pero no estaba basada en convicción. Y cuando llegó el momento de la prueba, su pasión no fue suficiente para sostenerlo.

Muchas veces nos sentimos apasionados por algo, pero si no lo hemos sometido a la oración, podemos estar moviéndonos en la dirección equivocada. Nehemías nos muestra que la pasión debe estar acompañada de oración, claridad y convicción.

La oración cambia la frustración en convicción

Cuando Nehemías sintió la carga por Jerusalén, no actuó de inmediato.

“Señor, Dios del cielo, Dios grande y temible, que cumples el pacto y eres fiel con los que te aman y obedecen tus mandamientos: Te suplico que me prestes atención, que fijes tus ojos en este siervo tuyo que día y noche ora en favor de tu pueblo Israel.” Nehemías 1:5-6 (NVI)

Nehemías no se dejó llevar por sus emociones. Primero oró. La oración es el lugar donde Dios alinea nuestras emociones con su propósito. Si actuamos solo por emoción, nos desgastaremos rápidamente. Pero cuando oramos, Dios transforma nuestras emociones en convicciones firmes.

La preparación es clave – No basta con buenas intenciones

Nehemías oró y se preparó antes de actuar. Él entendía que el llamado de Dios no se pone en marcha con emociones momentáneas, sino con estrategia y planificación.

“Entonces oré al Dios del cielo y respondí al rey: —Si a Su Majestad le parece bien y si este siervo suyo es digno de su favor, le ruego que me envíe a Judá para reedificar la ciudad donde están los sepulcros de mis antepasados.” Nehemías 2:4-5 (NVI)

Dios espera que nos preparemos para la obra que nos ha llamado a hacer.

Si Dios ha puesto algo en tu corazón, hazte estas preguntas:

  • ¿Estoy orando por esto?
  • ¿Estoy aprendiendo y preparándome para lo que viene?
  • ¿Estoy listo para cuando Dios abra la puerta?

El momento de levantarte y edificar

Después de orar y prepararse, Nehemías accionó.

“Entonces les conté cómo la bondadosa mano de mi Dios había estado conmigo, y relaté lo que el rey me había dicho. Al oír esto, exclamaron: «¡Manos a la obra!» Y unieron la acción a la palabra.” Nehemías 2:18 (NVI)

Muchos se quedan atrapados en la oración y planificación porque temen al fracaso o a la oposición. Pero si Dios nos ha dado la visión, también nos capacitará para dar el siguiente paso.

Si Dios te ha llamado a hacer algo, no puedes permitir que el temor o la duda te mantengan inmóvil. Es tiempo de levantarse y edificar.

Muévete

Todos hemos sentido en algún momento esa carga en el corazón, esa inquietud que no nos da tranquilidad. Vemos algo que necesita cambiar, sentimos que Dios nos está llamando a hacer algo, pero las dudas nos frenan:

  • “¿Y si no soy la persona indicada?”
  • “¿Y si fracaso?”
  • “¿Y si alguien más debería hacerlo?”

Nehemías también pudo haber pensado de esa manera. Él no sabía de construcción, no era un líder militar, no tenía experiencia en reconstrucción de muros. Pero entendió algo clave: no se trataba de su capacidad, sino de la mano de Dios sobre su vida.

A veces nos detenemos esperando sentirnos listos, esperando que todo esté perfectamente alineado para entonces poder actuar. Pero si Dios ha puesto algo en tu corazón, no necesitas poseer todas las respuestas para comenzar.

“¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga tener fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo?” Santiago 2:14 (NVI)

Dios ya ha puesto anhelos en tu corazón. Es tiempo de levantarse. Dios está contigo.

“El que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.”
Filipenses 1:6 (NVI)

Si Dios te llamó, Él también te equipará. Solo confía y da el primer paso.

No te desesperes, Dios sabe lo que está haciendo

Cuando no entiendo el proceso…
Hay momentos en la vida en los que sentimos que estamos recibiendo golpes por todos lados. Pruebas sorpresivas, cambios que no le pedimos a nadie, silencios de Dios que no entendemos. Todo parece fuera de control, y llegamos a preguntarnos:

“¿Por qué me está pasando esto? ¿Cuánto más voy a aguantar?”

Debes saber que Dios está obrando en ti, pero no siempre de la manera en que esperas. Él no actúa sin intención ni propósito. La obra de Dios en nosotros es tan precisa como la de un experto que sabe exactamente qué necesita ser procesado y cómo hacerlo.
En Isaías 28:27-28, Dios usa una metáfora poderosa para mostrarnos que su trato con cada persona es diferente:

“Porque no se trilla el eneldo con rastrillo ni sobre el comino se pasa una rueda de carreta, sino que el eneldo se golpea con una vara y el comino con un palo. El grano se tritura, pero no demasiado ni tampoco se trilla sin descanso. Se le pasan las ruedas de la carreta, pero los caballos no lo trituran.” (NVI)

Dios sabe exactamente cómo trabajar con nosotros. No trilla el trigo de la misma manera que lo haría con el eneldo o el comino, porque cada uno necesita un trato diferente. Lo mismo hace en nosotros.

Tal vez hoy no entiendes por qué atraviesas esta temporada tan difícil, pero hay algo que debes saber: Dios está en medio del proceso, y nada de lo que hace en tu vida es al azar.

Dios entra en nuestra complejidad y trabaja con nosotros.

Dios nos conoce de manera personal y profunda. No nos trata a todos de la misma forma, porque cada uno de nosotros es diferente. Nuestra historia, nuestras luchas y la manera en que aprendemos y los contextos de donde venimos.

En Isaías 28, Dios nos muestra algo muy poderoso: el eneldo y el comino no se procesan igual que el trigo. Cada grano necesita un método diferente para ser separado de la paja, y así también Dios trabaja con nosotros.

“Porque no se trilla el eneldo con rastrillo ni sobre el comino se pasa una rueda de carreta, sino que el eneldo se golpea con una vara y el comino con un palo.” (Isaías 28:27, NVI)

Dios, que nos ama, sabe exactamente cómo trabajar en nuestro corazón.

• Algunos necesitan procesos más suaves y graduales. Dios los lleva poco a poco, permitiendo situaciones que los moldean sin que se sientan abrumados.
• Otros necesitan una transformación más intensa. Momentos de crisis o pruebas más fuertes los llevan a depender completamente de Dios y a rendirse a su voluntad.

La realidad es que muchas veces nos cuesta entender la forma en que Él trabaja. Queremos que Dios actúe con nosotros como lo hace en la vida de otras personas, nos frustramos porque sentimos que nuestro proceso es más largo o difícil. Pero Dios no se equivoca. Él sabe qué hacer en nuestra vida, cuándo hacerlo y de qué manera lo llevará a cabo.

“El grano se tritura, pero no demasiado ni tampoco se trilla sin descanso.” (Isaías 28:28, NVI)

Tal vez hoy sientes sofocado, que la prueba no termina o que el proceso es más duro de lo que puedes soportar. Pero Dios nunca permite más de lo que puedes sobrellevar. Dios no permite más de lo que necesitamos, pero tampoco menos de lo que se requiere para transformarnos. Su objetivo no es lastimarte, sino separar en ti lo que no pertenece a su propósito.

No es un proceso apresurado, pero sí un proceso perfecto.

A veces queremos que Dios haga su obra de forma inmediata. Que cambie nuestra mentalidad rápidamente, que transforme nuestras debilidades de la noche a la mañana, que nos lleve a donde debemos estar sin demoras. Pero Dios no trabaja con prisa, Él es el experto y trabaja con precisión. Él ya nos ve como completos a través de Cristo, pero al mismo tiempo, sigue trabajando en nosotros cada día. Es un misterio hermoso: somos su obra terminada y a la vez, seguimos estando en construcción. La Biblia lo dice claramente en Hebreos 10:14:

“Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando.” (NVI)

Dios ya nos hizo perfectos a través de Jesús, pero sigue puliéndonos en un proceso constante de santificación. Esto significa que aunque no lo veamos o entendamos, Dios sigue obrando en nuestra vida. Su obra en nosotros no se detiene hasta que alcancemos la plenitud de lo que ha diseñado para cada uno.

“Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.” (Filipenses 1:6, NVI)

Tienes que entender que Dios no está retrasado en tu proceso. Dios sigue perfeccionando su obra en ti, y debes tener la certeza de que el que comenzó la obra en ti la perfeccionará (Filipenses 1:6).

Dios también está trabajando en los demás.

Muchas veces nos es más fácil identificar cuando Dios está trabajando en nuestra vida, pero otras veces nos cuesta aceptar que también está obrando en los otros. Podemos llegar a ser muy impacientes cuando vemos que alguien no cambia al ritmo que esperamos, llegamos a frustrarnos porque no vemos resultados inmediatos en ellos. Dios tiene paciencia con nosotros y también la tiene con los demás. Su trato es personal y Él sabe exactamente cómo transformar cada vida.

En la Biblia vemos a Pedro como un ejemplo de este proceso. Fue impulsivo, cometió errores y llegó a negar a Jesús en un momento crítico. Jesús nunca lo descartó ni se dio por vencido con él. Sabía en quién se convertiría con el tiempo y siguió trabajando en su vida hasta transformarlo en un pilar de la iglesia. Lo mismo ocurre hoy. Nuestra tarea no es entender el proceso de Dios en la vida de otros, sino confiar en que Él está obrando. Dios nos llama a ser pacientes y compasivos con el proceso de los demás.

La metáfora de Isaías 28:27-28 nos recuerda que no todos somos eneldo, comino o trigo. Cada uno de nosotros requiere un trato distinto, y Dios sabe exactamente cómo trabajar con cada persona.

“Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia.” (Colosenses 3:12, NVI)

Cada persona tiene su propio proceso de transformación, y Dios sabe exactamente cómo llevar a cabo su obra en cada uno. No te impacientes, espera confiadamente la obra poderosa que Dios hará en ellos en su tiempo perfecto.

Nada es un desperdicio en las manos de Dios.

No solo debemos aprender a ser pacientes con el proceso de Dios en la vida de otros, también debemos ser pacientes con la obra que Él está haciendo en nosotros. A veces queremos ver cambios rápidos, respuestas inmediatas y resultados automáticos, pero Dios no trabaja bajo nuestra urgencia, sino según su propósito perfecto.

Incluso las situaciones más difíciles pueden ser usadas por Dios para mostrar su gloria. Nada es un desperdicio en sus manos.
José, el hijo de Jacob, vivió esto. Fue traicionado, vendido, encarcelado y olvidado. Desde su perspectiva, su vida parecía ir en una dirección completamente opuesta al sueño que Dios le había dado. Pero cuando llegó el momento, José pudo mirar atrás y ver que Dios había usado cada prueba como una pieza clave para llevarlo a su propósito.

“Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente.” (Génesis 50:20, NVI)

Dios estaba trabajando en José cuando él no lo entendía. Lo estaba formando, puliendo, preparándolo para algo mayor.
Lo mismo hace con nosotros. Cada momento de prueba, cada proceso de espera, cada cambio inesperado está moldeándonos para cumplir su propósito. Tal vez hoy no ves el propósito de lo que estás viviendo, pero llegará el día en que mirarás atrás y te darás cuenta de que Dios nunca dejó de trabajar y que todo tenía sentido en sus manos.

Confía en el proceso del Maestro. Dios sabe exactamente lo que está haciendo. Él no improvisa ni deja su obra a medias. Aunque muchas veces no entendemos el proceso, podemos confiar en que su mano sigue obrando en cada detalle de nuestra vida.
Si hoy te sientes frustrado por lo que estás viviendo, recuerda esto: Dios no está retrasado, su obra sigue en marcha. Él sabe cuánta presión aplicar, cuándo detenerse y qué áreas necesitan ser trabajadas en ti.

Así como el agricultor no trilla más de lo necesario, Dios tampoco permitirá más de lo que puedes soportar. Él es sabio, paciente y perfecto en su trato contigo.

Reflexiona en esto:
• ¿Estoy confiando en que Dios está usando este proceso para mi bien?
• ¿Estoy permitiendo que Dios complete su obra en mí sin resistirlo?
• ¿Soy paciente y compasivo con el proceso de Dios en la vida de otros?

Lo que hoy parece confuso, mañana tendrá sentido. Dios sigue moldeándote, perfeccionándote y puliéndote hasta que reflejes su gloria.

“Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos obra de tu mano.” (Isaías 64:8, NVI)

Dios es el experto. Tú eres la obra en sus manos. No te desesperes, no te rindas. Su proceso en ti es perfecto.

¿Eres realmente íntegro o solo cuando te conviene?

Vivimos en una sociedad donde la corrupción, la injusticia y la falta de valores y principios parecen normales. Se espera que todos busquen su propio beneficio sin importar el costo. Desde las decisiones más importantes hasta las más simples de nuestro día a día, vemos cómo la verdad se distorsiona, la honestidad se ignora y los valores son reemplazados por la conveniencia.

Pero Dios nos está llamando a ser diferentes. Nos invita a caminar en justicia y con integridad, a mantenernos firmes en su verdad y a rechazar la corrupción, por pequeña que parezca. Pero, ¿qué significa realmente vivir con integridad? ¿Y qué nos promete Dios si lo hacemos?

En Isaías 33:15-16, encontramos una respuesta clara:

“Solo el que camina con justicia y habla con rectitud, el que rechaza la ganancia de la extorsión y se sacude las manos para no aceptar soborno, el que no presta oído a las conjuras de asesinato y cierra los ojos para no contemplar el mal. Ese morará en las alturas; tendrá como refugio una fortaleza de rocas, se le proveerá de pan y no le faltará el agua.” (Isaías 33:15-16, NVI)

Dios nos muestra un estándar alto, pero también una promesa: quien elige vivir en integridad disfrutará de su protección, provisión y comunión con Él.

¿Quién puede habitar con Dios?

Este pasaje de Isaías nos recuerda otro texto poderoso en el Salmo 24:3-4:

“¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Solo el de manos limpias y corazón puro, el que no invoca a los ídolos ni jura por dioses falsos.” (Salmo 24:3-4, NVI)

Ambas lecturas de la Palabra nos enseñan que Dios anhela comunión con quienes eligen vivir de manera justa y recta. No se trata solo de lo que hacemos o decimos, sino de una actitud del corazón que rechaza todo lo que es contrario a la verdad de Dios.

En Isaías, Dios menciona características específicas de una vida íntegra:

  • Caminar con justicia → Vivir con rectitud en cada aspecto de la vida.
  • Hablar con verdad → No usar la mentira para beneficio propio.
  • Rechazar ganancias injustas → No aprovecharse de otros ni enriquecerse a costa de la corrupción.
  • No aceptar sobornos → No ceder a la tentación de la deshonestidad.
  • No participar en la violencia ni el mal → Apartarse de la maldad en todas sus formas.

Con firmeza, Dios está diciendo que este no es un estándar negociable. Es el camino de aquellos que desean estar cerca de Dios y vivir en su favor.

La recompensa de vivir en integridad

Dios no solo nos llama a vivir en justicia, sino que promete bendiciones para quienes eligen servirle con integridad. En Isaías 33:16, nos da cuatro promesas clave:

  • “Ese morará en las alturas” → Dios le dará seguridad y protección.
  • “Tendrá como refugio una fortaleza de rocas” → Dios mismo será su defensa en tiempos difíciles.
  • “Se le proveerá de pan” → Nunca le faltará lo necesario.
  • “No le faltará el agua” → Dios será su fuente constante de provisión.

La integridad no es una carga, es un camino de bendición y seguridad. Dios honra a quienes eligen vivir de acuerdo con sus principios.

Los pequeños compromisos que comprometen nuestra integridad

La sociedad nos enseña que los “pequeños compromisos” con la injusticia no son importantes. Nos dice que hay situaciones donde “no pasa nada” si nos desviamos un poquito. Sin embargo, Dios sí se fija y sondea nuestros corazones. A veces, comprometemos nuestra integridad porque parecen situaciones inofensivas. Algunos ejemplos incluyen:

  • Decir “pequeñas” mentiras → Exagerar la verdad para quedar bien, mentir en una entrevista o justificar una falta con excusas falsas.
  • Tomar lo que no nos pertenece → Desde llevarse material de oficina hasta no devolver dinero extra recibido por error.
  • No cumplir nuestras promesas → Comprometernos con algo y luego retractarnos sin razón válida.
  • Participar en chismes y críticas destructivas → Usar nuestras palabras para dañar la reputación de otros.
  • Tener un doble estándar → Condenar el pecado en otros, pero justificar el nuestro.

Quizás pensemos que estas cosas son insignificantes, pero en realidad reflejan el estado de nuestro corazón. Dios no solo ve lo que hacemos, Él observa las pequeñas decisiones que tomamos día a día.

“El que es honrado en lo poco, también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco, tampoco lo será en lo mucho.” (Lucas 16:10, NVI)

Vivir en integridad es decidir ser fiel a Dios en todo, aun en las situaciones que parecen no tener importancia para la sociedad.

¿Cómo vivir en justicia e integridad hoy?

No es fácil ser íntegros en un mundo donde la deshonestidad es normal, donde se ha popularizado y normalizado la injusticia y el rechazo a la Palabra de Dios. Sin embargo, Dios nos da dirección clara en su Palabra.

“Ya se te ha declarado lo que es bueno. Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:8, NVI)

Necesitamos hacer un análisis de conciencia. Debemos:

  • Evaluar nuestro corazón → Ser sinceros con nosotros mismos y con Dios sobre las áreas donde necesitamos crecer en integridad.
  • Rechazar caminos fáciles pero incorrectos → No ceder a la tentación de justificar pequeñas deshonestidades.
  • Filtrar lo que permitimos en nuestra vida → Alejarnos de influencias que nos llevan a comprometernos moralmente.
  • Aferrarnos a la Palabra → Dejar que la Biblia sea la base de nuestras decisiones y carácter.

Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para vivir en integridad. La pregunta es: ¿Elegiremos caminar en justicia o cederemos a la corrupción del mundo?

Un llamado a vivir con propósito

La integridad no es solo una meta a la que aspiramos llegar, es una decisión de todos los días. Es elegir caminar en la verdad, aun cuando nadie nos está mirando. Es vivir con la certeza de que Dios honra a quienes le obedecen y que su favor está sobre los que caminan con justicia y rectitud.

Pero, ¿por qué es tan importante? ¿Qué sucede cuando decidimos vivir en integridad?

Cuando elegimos caminar con justicia, nos alineamos con el diseño de Dios y nos convertimos en instrumentos para su propósito. Nuestra vida pasa a ser útil en las manos de Dios.

El rey Ezequías fue un hombre que buscó la justicia y la rectitud. Dios le concedió 15 años más de vida (Isaías 38:5). Esos años extra no fueron solo para su beneficio, sino que permitieron que estuviera presente cuando Judá enfrentó las amenazas de Asiria. Su vida íntegra no solo lo bendijo a él, sino que impactó a toda una nación.

Dios desea usar nuestra vida para cumplir su propósito. Romanos 8:28 nos recuerda que Él puede tomar cada decisión, cada prueba y cada acto de obediencia, y orquestarlo para su gloria y para nuestro bien:

“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.” (Romanos 8:28, NVI)

Cuando elegimos la integridad, estamos eligiendo confiar en Dios. Estamos eligiendo creer que no necesitamos atajos ni compromisos con la injusticia para ser bendecidos, porque Dios es nuestro refugio y provisión.

Ahora, la pregunta es personal:

  • ¿Estoy viviendo con la certeza de que Dios honra a quienes caminan en justicia?
  • ¿He permitido que pequeñas concesiones afecten mi integridad?
  • ¿Estoy dispuesto a confiar en Dios y rechazar cualquier camino que no esté alineado con su verdad?

Dios nos ha llamado a vivir en justicia y caminar en rectitud, aquí y ahora.

Cómo enfrentar las crisis sin perder la paz

Las malas noticias llegan sin avisar. Un diagnóstico inesperado, la crisis financiera, una traición, problemas que parecen no tener solución… En esas circunstancias, la incertidumbre y el miedo pueden apoderarse de nosotros. La pregunta no es si vamos a enfrentar malas noticias, más bien, cómo reaccionaremos ante ellas.

Nuestra reacción natural muchas puede ser la desesperación. Nos apresuramos a buscar soluciones, intentamos resolverlo todo en nuestras propias fuerzas o nos desgastamos discutiendo con el problema. Pero la Biblia nos muestra otra forma de enfrentar la adversidad. Podemos llevar la situación a Dios antes que a cualquier otro lugar.

Ezequías era el rey de Judá y recibió una amenaza en una carta enviada por el rey de Asiria. La situación parecía humanamente imposible. Sin embargo, en lugar de entrar en pánico o perder tiempo discutiendo con su enemigo, él decidió llevar la carta al templo y la presentó delante de Dios.

“Ezequías tomó la carta de mano de los mensajeros y la leyó. Luego subió al Templo del Señor, la desplegó delante del Señor, y oró: ‘Señor de los Ejércitos, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: solo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has hecho los cielos y la tierra’.” (Isaías 37:14,16, NVI)

Ezequías nos enseña algo poderoso: no podemos controlar las malas noticias, pero sí podemos decidir como reaccionamos ante ellas.

Las malas noticias son inevitables

La vida está llena de momentos inesperados que ponen a prueba nuestra fe. No podemos evitar que las dificultades lleguen, pero sí podemos decidir reaccionar de una forma que cambie nuestra crisis en un espacio de fe y confianza en Dios.

Ezequías tenía razones para temer. El ejército de Asiria era más poderoso y ya había conquistado muchas naciones. Judá estaba en desventaja. Sin embargo, en lugar de permitir que el miedo lo dominara, decidió llevar la carta delante de Dios.

Nosotros también recibimos cartas de malas noticias:

  • El diagnóstico médico que no esperábamos.
  • Los problemas financieros que nos sobrepasan.
  • Situaciones familiares que no sabemos cómo manejar.
  • Ataques y acusaciones que vienen en nuestra contra.

La pregunta es: ¿qué hacemos con esas cartas?

Si solo nos enfocamos en los problemas, vamos a perder la paz. Pero si tomamos la carta y la presentamos delante de Dios, vamos a encontrar dirección, fortaleza y esperanza.

Orar en lugar de debatir

Ezequías pudo haber pasado días tratando de negociar con el enemigo. Pudo haber llamado a sus consejeros para diseñar una estrategia para defenderse. Pero en lugar de perder el tiempo en discusiones y soluciones meramente humanas, tomó la carta y fue directamente al templo.

Nosotros muchas veces hacemos lo contrario. Cuando enfrentamos problemas, inmediatamente intentamos resolverlo todo por nuestra cuenta. Defendemos nuestra posición, buscamos aliados, justificamos nuestras acciones… y cuando todo fracasa, entonces elegimos la oración como último recurso.

Pero la oración no debería ser nuestro último recurso, debería ser nuestra primera respuesta.

Hay momentos en los que las palabras sobran y lo único que podemos hacer es llorar delante de Dios. Pero incluso en esos momentos, nuestra oración tiene poder:

“Tú llevas la cuenta de mis penurias; has juntado todas mis lágrimas en tu odre. ¡Las has registrado en tu libro!” (Salmo 56:8, NVI)

Dios entiende el lenguaje de nuestras lágrimas. Al ir ante Él y derramar nuestro corazón en su presencia, nos abre el camino para encontrar paz y claridad, para clamar, pedir como conviene.

Ezequías no solo llevó la carta al templo; Él la desplegó delante del Señor. Eso es un símbolo de rendición total. Él no guardó nada, no trató de resolverlo solo. Simplemente, le entregó la situación a Dios.

¿Qué pasaría si en lugar de gastar fuerzas tratando de resolverlo todo, lleváramos nuestras cargas primero a Dios?

Dios sigue siendo más grande que cualquier amenaza

Después de presentar la carta, Ezequías oró a Dios. Él no comenzó con una lista de peticiones, sino con una declaración de fe:

“Señor de los Ejércitos, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: solo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has hecho los cielos y la tierra.” (Isaías 37:16, NVI)

Antes de hablar del problema, Él reconoció la grandeza de Dios.

Muchas veces, al orar, ponemos más énfasis en problema que en recordar quién es Dios. Nos dejamos consumir por el tamaño de la dificultad y olvidamos que Dios es mayor que cualquier circunstancia.

Cuando ponemos nuestra mirada en Dios, nuestra perspectiva cambia.

Si Ezequías se hubiera quedado analizando la amenaza asiria, habría caído en la desesperación. Pero decidió enfocarse en la verdad más importante: Dios sigue reinando sobre todo.

A mayor dependencia, mayor confianza… y mayor victoria

El enemigo quería que Ezequías se sintiera solo e indefenso. Pero Ezequías entendió que la victoria no dependía de su ejército, sino del poder y la fuerza de Dios.

Nosotros enfrentamos la misma lucha: confiar en nuestras fuerzas o depender de Dios.

  • Si intentamos defendernos en nuestras fuerzas, terminaremos agotados.
  • Si ponemos nuestra confianza en Dios, veremos su mano obrar a nuestro favor.

La autosuficiencia nos lleva a la frustración. La dependencia en Dios nos lleva a la paz y la victoria. Cuando llevamos nuestras cargas al lugar correcto, los recursos del cielo se activan a nuestro favor.

Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas.” (Proverbios 3:5-6, NVI)

Dios es más grande y sigue reinando sobre todas las cosas. Y cuando dependemos de Él, nuestra confianza crece y nuestra victoria es segura.

Es tiempo de cambiar la estrategia

Hagamos una pausa.

¿Qué hacemos cuando las malas noticias llegan? ¿Nos dejamos llevar por la desesperación? ¿Buscamos soluciones humanas antes de buscar a Dios?

Ezequías cambió la estrategia. En lugar de gastar sus fuerzas en responder al enemigo, llevó la carta al templo y la presentó delante de Dios.

Hoy es el momento de que hagamos lo mismo.

No permitamos que el miedo, la ansiedad o la duda tomen el control. No perdamos tiempo defendiéndonos en nuestras fuerzas. Vamos a llevar nuestras cargas al único que tiene el poder para obrar.

“Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.” (2 Corintios 10:5, NVI)

No podemos evitar las malas noticias o los problemas, pero sí podemos decidir qué hacer en medio de esas situaciones. Hoy es el momento de entregarlas a Dios y confiar en que Él sigue teniendo el control.

Él es fiel. Él es invencible. Y nuestra confianza está segura en Él.