Dios está en cada parte del proceso

La vida cristiana no es una meta que alcanzamos de una vez por todas, sino un viaje continuo lleno de altibajos, aprendizaje y crecimiento. A menudo, este viaje se define por los procesos que atravesamos, momentos que nos moldean, nos transforman y nos preparan para cumplir la voluntad de Dios. Pero, ¿por qué son necesarios los procesos? ¿Por qué no debemos rechazarlos, aunque duelan? Vamos a explorar estas preguntas y encontrar ánimo y esperanza en medio de nuestros procesos.

Un proceso es un período de desarrollo, cambio y transformación. Es una serie de pasos y eventos que nos llevan de un estado a otro, a menudo mejor. En la vida espiritual, los procesos son esenciales porque nos ayudan a crecer en nuestra fe, a desarrollar carácter y a profundizar nuestra relación con Dios. Sin los procesos, nuestra fe sería frágil y carecería de fundamentos sólidos. Como dice Romanos 5:3-4, “Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter; y el carácter, esperanza.”

“Los procesos son esenciales porque nos ayudan a crecer en nuestra fe, a desarrollar carácter y a profundizar nuestra relación con Dios.”

Los procesos son necesarios porque son la herramienta de Dios para nuestra transformación. A través de ellos, Dios trabaja en nuestro interior, moldeando nuestro carácter y fortaleciéndonos para enfrentar los desafíos de la vida. En medio de los procesos, podemos sentirnos abrumados y desesperados, pero es importante recordar que Dios está con nosotros en cada paso. Filipenses 1:6 nos da esperanza al recordarnos que “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” Este versículo nos asegura que Dios no nos abandona a medio camino; Él está comprometido a completar Su obra en nosotros. Esto nos da la seguridad de que, aunque el proceso sea difícil, tenemos un Dios que es fiel y que nos ayudará a llegar hasta el final.

“La transformación no es fácil; requiere tiempo, esfuerzo y a veces sufrimiento, pero Dios está con nosotros en cada paso.”

Es importante reconocer que los procesos a menudo duelen. La transformación no es fácil; requiere tiempo, esfuerzo y a veces sufrimiento. Puede ser tentador querer rendirse, pero es en esos momentos de dolor que Dios se glorifica y nos fortalece. Cuando nos sentimos más débiles, es cuando Su poder se perfecciona en nosotros. Como dice 2 Corintios 12:9, “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” No debemos temer al dolor del proceso, sino confiar en que Dios lo usa para nuestro bien.

“No debemos temer al dolor del proceso, sino confiar en que Dios lo usa para nuestro bien.”

Jesús habita en medio de los procesos. Él camina con nosotros en cada paso del camino y nos entiende porque Él mismo sufrió padecimientos. La Biblia dice en Hebreos 4:15-16 (NTV): “Nuestro Sumo Sacerdote comprende nuestras debilidades, porque enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos nosotros, sin embargo, él nunca pecó. Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos.” Tenemos un Dios presente y atento, que en cada tramo del camino ha separado gracia para sostenernos. No podemos darle la espalda a Dios en medio de nuestros procesos. Necesitamos a Jesús, necesitamos volver a Su corazón y descansar en la espera.

En medio de nuestros procesos, es reconfortante saber que Dios está presente y activo. Un claro ejemplo de esto es la vida de José en el Antiguo Testamento. José fue vendido como esclavo por sus hermanos y encarcelado injustamente, pero a través de todo, Dios estaba con él. Al final, José llegó a ser gobernador de Egipto, salvando a muchas vidas, incluyendo la de su propia familia. Su proceso fue largo y doloroso, pero necesario para el propósito de Dios. Del mismo modo, Dios está utilizando nuestros procesos para un propósito mayor que a veces no podemos ver en el momento. Génesis 50:20 refleja esta verdad: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien.”

Los cambios no surgen de la noche a la mañana, toman tiempo, y podemos descansar sabiendo que ese tiempo no es el nuestro, sino el de Dios, y su tiempo es siempre perfecto. La Biblia nos asegura en Eclesiastés 3:11 que “Él ha hecho todo apropiado a su tiempo.” Aunque no siempre entendamos el “por qué” o el “cuándo”, podemos confiar en que Dios tiene un plan perfecto para nosotros. Él es fiel y completará la obra que ha comenzado en nosotros. Isaías 40:31 nos recuerda, “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.”

“Los cambios no surgen de la noche a la mañana, toman tiempo, y podemos descansar sabiendo que ese tiempo no es el nuestro, sino el de Dios, y su tiempo es siempre perfecto.”

Lo bueno es que cuando nadie más quiere ser parte de tu proceso porque les asusta la complejidad de tu situación, Dios no se intimida por tu complejidad humana. Él te diseñó y todo lo que hace es bueno en gran manera. Como dice Salmo 33:15, “Él es quien formó el corazón de todos y quien conoce a fondo todas sus acciones.” Dios entiende nuestra complejidad mejor que nadie y se involucra en nuestra situación para transformarnos desde el interior. Él ve nuestro potencial y trabaja pacientemente en nosotros, porque nos ama y sabe lo que es mejor para nosotros. Jeremías 29:11 nos asegura, “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.”

Además de enfrentar nuestros propios procesos, también estamos llamados a acompañar a otros en sus procesos. La verdadera espiritualidad no se mide solo por los dones que tenemos, o cuántas horas oramos, sino por el amor que mostramos a los demás. El amor es una expresión genuina que brota de una verdadera relación con Dios. Dios nos ha dado provisión para nuestros procesos, y podemos usar esa fortaleza para ayudar y sostener a otros en sus momentos de necesidad. Como dice Gálatas 6:2, “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.” Nuestra relación con Dios debe inspirarnos a ser un apoyo para aquellos que sufren, demostrando Su amor a través de nuestras acciones.

“La verdadera espiritualidad no se mide solo por los dones que tenemos, o cuántas horas oramos, sino por el amor que mostramos a los demás.”

El proceso no vino a acabar con nosotros, sino que Dios se glorifica en medio de él. Los procesos no son lineales y habrá momentos en los que sintamos que hemos retrocedido, pero eso es parte del camino necesario para sanar, avanzar y crecer. Podemos tener la seguridad de que Dios, nuestro gran diseñador, está trabajando en nosotros con amor y paciencia. No importa cuán complicado o difícil sea nuestro proceso, Dios no se intimida y permanece fiel a Su promesa de perfeccionar Su obra en nosotros. Como dice Romanos 8:28, “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.”

“El proceso no vino a acabar con nosotros, sino que Dios se glorifica en medio de él.”


Ora conmigo:

Padre, en mi corazón está la firma de tu autoría. Me diseñaste, pusiste un depósito en mí y porque me amas sé que has tenido paciencia conmigo, has extendido tu misericordia y no te has cansado de trabajar en mi vida. Te agradezco por tu amor y saber que me entiendes me da esperanza. Sé que tienes cuidado de mí y completarás tu obra. Te pido que por favor hagas un escaneo profundo de mi corazón y trabajes en cada parte de mí. Cámbiame, transfórmame a la forma que tú quieras. En el nombre de Jesús, amén.

Dios hace sus mejores y más duraderas obras en lo más profundo de nuestro ser, incluso cuando nos sentimos enterrados por nuestros agobios y desilusiones. Ahí, en ese lugar de aparente oscuridad, Dios está echando raíces de esperanza y futuro. Recuerda siempre que es un proceso, y en cada etapa, Dios está contigo, moldeándote, transformándote y preparándote para cumplir Su propósito. No te desanimes, sigue adelante con la certeza de que el que comenzó la buena obra en ti la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús. Elige la presencia de Dios por sobre todo, y verás a Dios en todo.

Menguar no es encogerse para encajar

En la Biblia, menguar implica rendirnos completamente a Cristo y permitir que Él sea el centro de nuestras vidas. Juan el Bautista lo expresó claramente: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). Para los creyentes, esto significa que nuestras decisiones y prioridades deben reflejar la voluntad de Dios, aunque signifique renunciar a nuestros propios deseos. Menguar es reconocer que nuestra verdadera satisfacción y propósito se encuentran en servir y glorificar a Dios.

Muchas personas han confundido el concepto de menguar, asumiendo que para ser aceptados debemos buscar encajar. Esta es una percepción errónea que puede llevarnos a intentar conformarnos a las expectativas de los demás, en lugar de centrarnos en nuestra relación con Dios. Tratar de ganar la aceptación de otros aunque eso nos cueste renunciar a nuestro propósito es un peligro sutil que debemos evitar.

Encogerse para encajar es un peligro sutil.

La necesidad de encajar puede llevarnos a reducir nuestro potencial para ajustarnos a lo que otros pueden aceptar. La presión de conformarnos a las expectativas de los demás puede hacernos renunciar a nuestro propósito. Tratar de ganar la aceptación de otros, aunque eso nos cueste renunciar a nuestro propósito, puede causar ansiedad y estrés. En lugar de buscar la aprobación de las personas, debemos recordar que nuestra verdadera identidad y valor provienen de Dios.

La búsqueda constante de aprobación puede parecer una forma de evitar conflictos y ganar aceptación, pero en realidad, nos encierra en una prisión que nos impide ser auténticos. Adaptar nuestras creencias y decisiones para satisfacer a los demás nos hace perder de vista quiénes somos y a quién pertenecemos. En su carta a los Gálatas, Pablo enfatiza que buscar la aprobación de los hombres es incompatible con ser siervo de Cristo. Antes de su conversión, Pablo buscaba agradar a las autoridades religiosas y ganarse su favor, pero al encontrarse con Cristo, entendió que su lealtad y esfuerzos debían centrarse en agradar a Dios, no a los hombres. Esto nos recuerda que nuestra primera responsabilidad es con Dios y Su llamado en nuestras vidas, y no con las expectativas cambiantes de quienes nos rodean.

No podemos buscar la aprobación de todos, ya que es un esfuerzo que solo nos lleva al desgaste emocional. La cultura actual, con su tendencia a cancelar y juzgar rápidamente, subraya la imposibilidad de complacer a todos. En Cristo, ya tenemos la aprobación que realmente importa. Estamos llamados a vivir en la libertad que nos ofrece, siguiendo y sirviendo a Dios, quien nos guía con amor.

Seguir a Cristo inevitablemente nos traerá oposición. Jesús fue rechazado y despreciado, y debemos estar preparados para enfrentar algo similar. Es crucial asegurarnos de que cualquier oposición que enfrentemos sea por razones justas: defender la verdad y la justicia en un mundo que a menudo las rechaza. Dios favorece a aquellos que sufren persecución por Su causa, y ninguna adversidad podrá separarnos de Su amor.

La verdadera libertad en Cristo nos permite servir a los demás sin estar esclavizados a su aprobación.

La verdadera libertad en Cristo nos permite servir a los demás sin estar esclavizados a su aprobación. Pablo es un ejemplo de cómo adaptar su comportamiento para evitar poner obstáculos al evangelio. En 1 Corintios 9:22-23, Pablo explica que se convirtió en “todo para todos” con el fin de salvar a algunos. Sin embargo, esto no significaba que comprometiera sus principios o el mensaje del evangelio. Más bien, Pablo ajustaba su comportamiento y estilo de vida para no poner barreras innecesarias al evangelio, demostrando flexibilidad cultural sin renunciar a su integridad.

Figuras bíblicas como Juan el Bautista, Daniel y Pablo nos muestran cómo seguir el propósito de Dios a pesar de las expectativas humanas. Juan el Bautista confrontó a los líderes religiosos de su tiempo sin preocuparse por complacerlos. Daniel se mantuvo firme en su fe, incluso cuando fue arrojado al foso de los leones por negarse a adorar a otros dioses. Pablo enfrentó innumerables persecuciones y dificultades por proclamar el evangelio, demostrando su compromiso inquebrantable con Cristo.

Dios nos llama a vivir según Su propósito, no para complacer a los demás. Nuestra identidad y valor provienen de Dios, quien nos guía y nos fortalece. Al buscar Su aprobación, encontramos verdadera libertad y propósito en Cristo. Esto nos libera de la presión de encajar y nos permite vivir con autenticidad y convicción. Sigamos adelante, seguros de que al vivir según la voluntad de Dios, estamos en el camino correcto, experimentando la paz y el propósito que Él tiene para nosotros.

Ser Influyente en un Mundo de Influencers

Ser Influyente en un Mundo de Influencers

En esta era digital, la línea entre ser un influencer y ser verdaderamente influyente se ha vuelto borrosa. Las redes sociales nos empujan hacia la necesidad de ser vistos, admirados, acumulando seguidores y midiendo nuestro valor en “likes” y comentarios. Pero como creyentes, debemos cuestionar nuestras motivaciones: ¿Estamos buscando la admiración personal o deseamos glorificar a Cristo en nuestras vidas?

Ser un influencer implica tener un amplio alcance en redes sociales, capaz de afectar decisiones y comportamientos de otros. Esta influencia, sin embargo, suele ser superficial y efímera, dependiendo de la popularidad momentánea. En cambio, ser influyente desde una perspectiva bíblica implica tener un impacto profundo y duradero en las vidas de las personas. Esta influencia no se mide en números de seguidores, sino en la capacidad de guiar a otros hacia una relación más profunda con Dios y a vivir conforme a Su voluntad.

Jesús: El Ejemplo Supremo

Jesús es el ejemplo supremo de influencia. Sin una plataforma tecnológica, sus enseñanzas y su vida han transformado la historia de la humanidad. Jesús nos mostró que la verdadera influencia proviene de la obediencia y la dependencia en Dios. Su vida, llena de compasión, sacrificio y verdad, continúa impactando a millones de personas. En Juan 14:12 (NVI), dijo: “Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre”.

Jesús no buscaba la admiración personal; su objetivo era redirigir la gloria al Padre. A través de sus milagros, parábolas y actos de servicio, enseñó que la verdadera grandeza se encuentra en servir a los demás. Su influencia es evidente hoy en día, ya que buscamos asemejarnos a su carácter y vivir según sus enseñanzas.

Pablo: Un Defensor de la Fe

El apóstol Pablo es otro ejemplo significativo de influencia. Su vida fue un testimonio de dedicación y valentía al compartir el evangelio. En múltiples ocasiones, tuvo la oportunidad de hablar ante grandes multitudes y personas de alto rango, siempre redirigiendo la gloria a Dios. En sus cartas, Pablo enfatiza que no se trata de él, sino de Cristo en él (Gálatas 2:20).

Pablo enfrentó persecución, encarcelamiento y adversidades, pero nunca dejó de predicar la verdad. En 1 Corintios 11:1 (NVI), Pablo exhorta: “Imítenme a mí, como yo imito a Cristo”. A través de su vida y ministerio, Pablo demostró que la verdadera influencia viene de una vida rendida a Dios, dispuesta a seguirlo a pesar de las circunstancias.

Pensando en estos ejemplos bíblicos, viene a la mente Franklin Graham, quien ha continuado el legado de su padre, Billy Graham, de una manera impactante. Aunque no es un “influencer” en el sentido moderno, su vida y ministerio han tocado a millones de personas alrededor del mundo.

Franklin dirige Samaritan’s Purse, una organización que ofrece ayuda humanitaria en más de 170 países. Inspirado por la parábola del Buen Samaritano, Franklin ha utilizado esta plataforma para llevar alivio y el mensaje de Cristo a quienes más lo necesitan. Una de las iniciativas más conocidas de Samaritan’s Purse es Operation Christmas Child, donde cada Navidad se preparan y distribuyen cajitas llenas de regalos a niños necesitados. Este acto de amor y generosidad no solo lleva alegría a los niños, sino que también les muestra el amor de Dios de una manera tangible y significativa.

Para ser realmente influyentes, necesitamos una gran dosis de amor por los demás. Debemos preocuparnos por el sufrimiento y las necesidades de otros. No hay evangelio sin personas; no podemos escondernos tras una plataforma sin buscar formas de hacer tangible el amor de Dios para el mundo.

La verdadera influencia también se refleja en nuestra integridad y en cómo vivimos en comunidad con otros creyentes. Hebreos 10:24-25 (NVI) nos anima: “Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros”.

Vivir en comunidad nos ofrece oportunidades para ser influyentes a través del servicio en la iglesia. Al servir, inspiramos y ayudamos a otros a acercarse a Jesús. La comunidad de fe es un lugar donde podemos mostrar el amor de Dios de manera tangible, impactando las vidas de nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

Ser influyente según la perspectiva bíblica va mucho más allá de ser un influencer en redes sociales. No importa que nadie te conozca, ni que no reúnas un gran grupo de seguidores y “likes”. Tu obra de amor y servicio por tu comunidad de fe, vecindario y país es la forma más tangible en que mostramos el amor de Dios. Necesitamos más gente influyente, que oculte el teléfono cuando haga caridad, que no corra a las redes a publicar cada cosa que hace. No necesita ser visto o conocido, pero sí necesita ser alguien íntegro y que el amor de Dios sea evidente en su vida. Que nuestras palabras y acciones reflejen una vida transformada por Cristo, llevando a otros a conocer y glorificar a Dios.

¿Y si tenemos un poquito de bondad?

Hace un tiempo, leí una historia sobre un hombre que, al finalizar un torneo de golf y haber ganado un premio, se encontró con una mujer que le pidió ayuda para su hijo enfermo. Sin pensarlo dos veces, este hombre le entregó su cheque de premio a la mujer. Más tarde, se enteró de que ella había mentido y no tenía ningún hijo enfermo. Sin embargo, en lugar de sentirse engañado, el hombre se alegró, diciendo: “Eso significa que no hay ningún niño muriendo”. Esta historia me hizo reflexionar profundamente sobre la bondad desinteresada.

El mundo necesita un poquito más de bondad, no para ser un trending topic, sino porque hay una necesidad inherente de ver el amor de Jesús reflejado en cada acto de bondad, por pequeño que parezca. La bondad no es solo un sentimiento; es amor en movimiento. Es un interés genuino por el bienestar ajeno, manifestado en actos serviciales y palabras amables. La bondad es paciente y generosa, como nos recuerda 1 Corintios 13:4-7.

¿Por qué debemos ser bondadosos? Primero, porque Dios nos ha salvado por su bondad y gracia. Tito 3:4-5 nos muestra que nuestra salvación no es por nuestras obras, sino por la misericordia de Dios. Si hemos recibido tanta bondad, ¿cómo no vamos a darla también? Además, el mundo no conocerá a Cristo por nuestra teología, sino por nuestra bondad. Gálatas 6:7 nos recuerda que cosechamos lo que sembramos. Si sembramos bondad, eso mismo recogeremos.

La bondad no se pospone; se actúa en el momento. Gálatas 6:10 dice: “Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos”. A veces, un simple acto de bondad puede cambiar la vida de alguien. Recuerdo un día difícil en el que un vecino anciano, al verme en apuros, me ayudó sin que yo se lo pidiera. Su bondad inesperada me recordó que Dios está presente en nuestras vidas a través de estos pequeños gestos.

Jesús es nuestro ejemplo supremo de bondad. Anduvo haciendo el bien y sanando a todos (Hechos 10:37-38). Necesitamos tratar a las personas como Jesús las trataría, incluso en momentos de conflicto. La bondad en medio de la contienda tiene el poder de transformar corazones. Debemos recordar que nuestras palabras y acciones tienen el poder de bendecir o maldecir. Cada día, tenemos la opción de vestirnos de bondad. Colosenses 3:12 nos insta a revestirnos de afecto entrañable y de bondad.

La conclusión es simple pero profunda: si queremos ver un cambio, empecemos con un poquito de bondad. Nuestros actos de servicio, realizados con amor, tienen un impacto eterno. No subestimemos la importancia de ser bondadosos. Somos el reflejo del amor de Jesús al mundo, y cada pequeño acto de bondad tiene el potencial de mostrar ese amor y transformar vidas.

De la distracción a la devoción: Encontrando paz en medio del caos

Vivimos en una época en la que estamos constantemente bombardeados por distracciones. La tecnología, las responsabilidades laborales, las preocupaciones familiares y las expectativas sociales compiten por nuestra atención, alejándonos del propósito central de nuestra devoción a Dios. Como dice Colosenses 1:16, fuimos creados para conocer, disfrutar y glorificar a Dios, pero ¿cuántas veces nos encontramos desviados por las preocupaciones diarias?

Las preocupaciones han aumentado dramáticamente en las últimas décadas, afectando a millones de personas en todo el mundo. La tecnología y la pandemia han exacerbado estos desafíos, creando una desconexión entre nosotros y Dios. Nos hemos aislado, y como resultado, estamos más preocupados, angustiados y deprimidos. Jesús nos advirtió sobre la preocupación en Mateo 6:25-26: “Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa?” Él nos llama a buscar primero el reino de Dios y no dejar que las preocupaciones de este mundo ahoguen la semilla de su palabra en nuestros corazones (Lucas 8:14).

Es importante reconocer que, aunque las preocupaciones pueden ser espirituales, también pueden tener una base clínica que necesita tratamiento profesional. La ayuda de un profesional de salud mental puede ser esencial para abordar estas preocupaciones de manera efectiva y saludable.

Jesús nos ofrece un camino hacia una vida libre de preocupaciones. En Lucas 12:22-31, nos insta a no preocuparnos por nuestras necesidades diarias, recordándonos que Dios cuida de nosotros como cuida de los lirios del campo. Esta promesa de provisión divina nos invita a una vida caracterizada por la paz y la confianza en Dios.

Tres prácticas para vivir sin preocupación

  1. Entregar nuestras preocupaciones al Señor

Filipenses 4:6-7 nos exhorta: “No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” No estamos destinados a vivir cargados de preocupaciones. En lugar de reprimir nuestras inquietudes, debemos entregarlas a Dios en oración, confiando en que Él es capaz y desea llevar nuestras cargas. Esto no significa que no debamos preocuparnos por nuestras responsabilidades, sino que debemos manejarlas de manera que no nos abrumen.

  1. Abrazar la Palabra de Dios

Debemos llenar nuestras mentes con cosas excelentes y dignas de alabanza (Filipenses 4:8). La meditación en la palabra de Dios nos proporciona anclas para nuestra alma, brindándonos paz y estabilidad en medio de las tormentas de la vida. Antes de sumergirnos en las redes sociales o las noticias, debemos sumergirnos en la verdad de la Palabra de Dios, permitiendo que moldee nuestra perspectiva y renueve nuestras mentes (Romanos 12:2). Abrazar la Palabra de Dios nos permite encontrar una nueva perspectiva para nuestras luchas, trayendo claridad y esperanza.

  1. Participar en la obra de Dios

No es suficiente simplemente escuchar la palabra de Dios; debemos vivirla. Pablo nos llama a poner en práctica lo que hemos aprendido y recibido (Filipenses 4:9). Al participar activamente en la obra de Dios, nos convertimos en agentes de transformación cultural, llevando la luz de Cristo a un mundo necesitado. Esto implica vivir nuestra fe de manera tangible y visible, demostrando el amor y la gracia de Dios a través de nuestras acciones diarias.

La distracción es el gran enemigo de nuestra devoción, y la preocupación amenaza nuestra intimidad con Dios. Sin embargo, el remedio para nuestras distracciones es una devoción enfocada en Dios, y el antídoto para nuestra preocupación es la intimidad con el Todopoderoso. Al entregar nuestras inquietudes a Dios, abrazar su palabra y participar en su obra, encontramos una paz que sobrepasa todo entendimiento y una vida marcada por la devoción sincera a nuestro Señor.

El camino de la preocupación a la paz comienza con un acto de entrega. No se trata de ignorar nuestras responsabilidades o problemas, sino de reconocer que no estamos solos en enfrentarlos. Dios nos invita a echar nuestras cargas sobre Él porque Él cuida de nosotros (1 Pedro 5:7). Al hacerlo, no solo encontramos alivio, sino que también fortalecemos nuestra relación con Él.

Vivimos en un mundo lleno de distracciones, pero tenemos el privilegio de elegir la devoción sobre la distracción y la paz sobre la preocupación. Que cada día podamos tomar un momento para entregar nuestras preocupaciones a Dios, sumergirnos en su Palabra y participar en su obra, confiando en que Él nos guiará y nos dará la paz que necesitamos.

El poder de nuestras palabras: Usando nuestras redes sociales con responsabilidad

Muchos crecimos en ambientes eclesiales donde el altar se utilizaba para lanzar indirectas, acusar y corregir públicamente, a menudo a costa de la sanidad emocional de muchos. Pensamos que eso ha cambiado, que somos diferentes. Pero, ¿realmente ha cambiado la mala costumbre o solo ha cambiado el método? Antes, el líder tenía el control del altar; ahora, con las redes sociales, todos tenemos un gran podio para dar discursos de fe.

¿Estamos usando ese privilegio con responsabilidad? Lo que decimos tiene un gran poder, y es aún más peligroso cuando afirmamos que hablamos respaldados por Dios. ¿Realmente lo que decimos representa a Dios? Santiago 3:1 nos advierte: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Es triste ver cómo, en lugar de trabajar y procesar personalmente lo que Dios nos dice, lo extrapolamos hacia otros.

Hay una gran responsabilidad en esto. Mirar hacia adentro primero ayuda mucho antes de decidir si debemos compartir algo. Proverbios 29:20 dice: “¿Has visto hombre ligero en sus palabras? Más esperanza hay del necio que de él”. Un momento de insensatez religiosa puede herir a personas y alejarlas de Dios. La Palabra de Dios por sí sola tiene poder; dejemos que la Palabra hable sin que nosotros obstruyamos el proceso.

En lugar de despotricar en las redes sociales, valoremos sentarnos a hablar con las personas. Así no solo entenderemos sus situaciones, sino que también identificaremos cómo podemos ayudarlas. Proverbios 15:1 nos recuerda: “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor”. Al final, lanzar indirectas en las redes no construirá nada, pero si nos involucramos, nos interesamos y nos comprometemos a mostrar la gracia de Dios, podemos edificar mucho.

La misión de la iglesia siempre ha sido la misma: incluir a aquellos que, si nos dedicamos a herir, no podrán escucharnos cuando intentemos restaurarlos. Efesios 4:29 dice: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. Recordemos que nuestra responsabilidad es amar, edificar y mostrar misericordia, reflejando el verdadero carácter de Dios.

Las redes sociales: Un arma de doble filo

Las redes sociales han transformado radicalmente la manera en que nos comunicamos y compartimos nuestras ideas. Tienen el poder de conectarnos con una audiencia global en segundos, pero también pueden convertirse en un campo de batalla donde las palabras pueden causar un daño considerable. Es fundamental que comprendamos el impacto que nuestras palabras pueden tener cuando las publicamos en línea, especialmente cuando decimos hablar en nombre de Dios.

Jesús nos enseña en Mateo 12:36-37: “Pero yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. Esta advertencia nos invita a reflexionar sobre la seriedad de nuestras palabras y a utilizarlas con sabiduría y amor.

La importancia del diálogo personal

El apóstol Pablo nos da un ejemplo de cómo abordar los conflictos y las correcciones en su carta a los Gálatas 6:1: “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. Este enfoque nos recuerda que la corrección debe hacerse en privado, con amor y humildad, siempre buscando la restauración y no la condena.

En lugar de usar las redes sociales para lanzar indirectas o acusaciones, deberíamos buscar oportunidades para dialogar personalmente con aquellos con quienes tenemos diferencias. Este enfoque no solo es más eficaz, sino que también refleja el amor y la misericordia de Dios. Al sentarnos a hablar con las personas, no solo entenderemos mejor sus situaciones, sino que también podremos ofrecer ayuda y apoyo de manera más efectiva.

Edificando con nuestras palabras

Las palabras tienen el poder de edificar o destruir. En Proverbios 18:21 leemos: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos”. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a usar nuestras palabras para edificar y alentar a los demás. Esto significa ser intencionales sobre lo que decimos y cómo lo decimos, asegurándonos de que nuestras palabras reflejen el amor y la gracia de Dios.

Una forma práctica de hacerlo es enfocarnos en la edificación y la alabanza en nuestras comunicaciones. Filipenses 4:8 nos aconseja: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Al aplicar este principio, podemos transformar nuestras interacciones, tanto en línea como en persona, en oportunidades para edificar y alentar a los demás.

El poder de nuestras palabras es inmenso. Como creyentes, tenemos la responsabilidad de usarlas con sabiduría y amor, reflejando el carácter de Dios en todas nuestras interacciones. Ya sea en el altar, en las redes sociales o en nuestras conversaciones diarias, debemos recordar que nuestras palabras tienen el poder de edificar o destruir. Al elegir la edificación, la alabanza y la restauración, cumplimos con nuestra misión de amar y servir a los demás, mostrando la gracia y la misericordia de Dios a un mundo que tanto lo necesita.

El poder de la quietud

En un mundo acelerado y caótico, donde nuestras vidas a menudo parecen ir sin control, la quietud se presenta como un refugio olvidado. A veces, incluso la vemos como un lujo que no nos podemos permitir en medio de nuestras ocupadas rutinas. Tal vez para algunos, la quietud pueda malinterpretarse como pereza, en lugar de ser valorada como lo que realmente es: un espacio vital de conexión con Dios.

Reflexionando sobre la importancia de la quietud, el Salmo 23 nos ofrece una visión profunda del cuidado del Buen Pastor por sus ovejas. Este poema revela cómo el pastor las hace reposar en pastos verdes y las guía junto a aguas tranquilas, proporcionándoles protección y paz. Las ovejas, a diferencia de otros animales, no se recuestan fácilmente debido a su carencia de mecanismos de defensa, excepto la habilidad para correr. Cuando descansan, manifiestan sentirse protegidas, confiando plenamente en el Buen Pastor. De la misma manera, nosotros encontramos en la quietud un lugar de descanso y seguridad bajo el cuidado de Dios.

Quédate quieto para ver a Dios

En Éxodo 14, después de que Dios liberó a los hijos de Israel, ellos enfrentaron una situación que reflejaba la vida de cada creyente: la lucha contra el enemigo que anhela devolvernos a la esclavitud. Los israelitas acamparon según las indicaciones y, cuando el faraón se acercó, entraron en pánico. Moisés les dijo: “No tengan miedo. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes” (Éxodo 14:13-14).

En medio de esta crisis, Dios se movió desde el frente hacia atrás para protegerlos, demostrando que no solo nos guía hacia el futuro, sino que también cubre nuestro pasado. Esto nos recuerda que a menudo no necesitamos más fe, sino más paciencia para ver a Dios obrar. La quietud nos permite detenernos y ver cómo Dios actúa a nuestro favor, tanto en el pasado como en el presente.

A menudo no necesitamos más fe, sino más paciencia para ver a Dios obrar.

Quédate quieto para conocer a Dios

El Salmo 46:10-11 dice: “Estén quietos y sepan que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones, seré exaltado en la tierra”. La quietud nos lleva a sumergirnos en Su palabra, a dedicar tiempo a la oración y la adoración, y a entrar en Su presencia. En la tranquilidad de estos momentos, podemos conocer más profundamente a Dios y entender Su carácter y propósito para nuestras vidas.

La palabra “Selah” aparece en los Salmos y es una invitación a hacer una pausa y reflexionar. No subestimes la importancia de este llamado a la pausa, ya que al meditar se abre la puerta a una comprensión más profunda de la naturaleza de Dios. Nuestra confianza en quién es Dios se fortalece a medida que experimentamos su cuidado en nuestras vidas.

Quédate quieto y experimenta su paz

La quietud no solo nos permite conocer más a Dios, sino que también nos prepara para recibir y experimentar Su paz en medio de las tormentas de la vida. En Marcos 4:35-41, Jesús calma una tormenta, demostrando que incluso en medio del caos, podemos encontrar paz en Él. Jesús dijo a sus discípulos: “Pasemos al otro lado”. A menudo, creemos que las dificultades nos alejan de la voluntad de Dios, pero enfrentar oposición del enemigo podría indicar que estamos en el camino correcto. La verdadera paz proviene de hacer las paces con el Príncipe de Paz.

A veces, enfrentamos problemas que nos alejan de lo que Dios quiere para nosotros. Pero si sabemos que somos de Él y tenemos la disciplina de acercarnos a Él en medio de las dificultades, siempre sabremos cuál es el camino para encontrarlo. La paz debe ser la posición básica de cada creyente porque proviene de hacer las paces con Dios.

No importa dónde estés hoy, incluso si te has alejado, siempre hay un camino de regreso a casa debido a lo que Jesús hizo en la cruz. Él dice: “Acércate a mí y yo me acercaré a ti”. La paz no es la ausencia de problemas, es la presencia de Dios en tu vida. Aunque el mundo siga girando y los problemas persistan, tú y yo tenemos la certeza de que hay un espacio de quietud al que podemos acudir.

Jesús dijo: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Hoy, atrévete a descansar en Dios, a depositar tus cargas en Él. Que el afán del mundo no te robe la oportunidad de ser sanado en su presencia. Echa sobre Jehová tu carga y él te sustentará (Salmos 55:22). Ven a los brazos del Padre y encuentra al Príncipe de Paz que hoy quiere brindarte consuelo y esperanza.