¿Eres realmente íntegro o solo cuando te conviene?

Vivimos en una sociedad donde la corrupción, la injusticia y la falta de valores y principios parecen normales. Se espera que todos busquen su propio beneficio sin importar el costo. Desde las decisiones más importantes hasta las más simples de nuestro día a día, vemos cómo la verdad se distorsiona, la honestidad se ignora y los valores son reemplazados por la conveniencia.

Pero Dios nos está llamando a ser diferentes. Nos invita a caminar en justicia y con integridad, a mantenernos firmes en su verdad y a rechazar la corrupción, por pequeña que parezca. Pero, ¿qué significa realmente vivir con integridad? ¿Y qué nos promete Dios si lo hacemos?

En Isaías 33:15-16, encontramos una respuesta clara:

“Solo el que camina con justicia y habla con rectitud, el que rechaza la ganancia de la extorsión y se sacude las manos para no aceptar soborno, el que no presta oído a las conjuras de asesinato y cierra los ojos para no contemplar el mal. Ese morará en las alturas; tendrá como refugio una fortaleza de rocas, se le proveerá de pan y no le faltará el agua.” (Isaías 33:15-16, NVI)

Dios nos muestra un estándar alto, pero también una promesa: quien elige vivir en integridad disfrutará de su protección, provisión y comunión con Él.

¿Quién puede habitar con Dios?

Este pasaje de Isaías nos recuerda otro texto poderoso en el Salmo 24:3-4:

“¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Solo el de manos limpias y corazón puro, el que no invoca a los ídolos ni jura por dioses falsos.” (Salmo 24:3-4, NVI)

Ambas lecturas de la Palabra nos enseñan que Dios anhela comunión con quienes eligen vivir de manera justa y recta. No se trata solo de lo que hacemos o decimos, sino de una actitud del corazón que rechaza todo lo que es contrario a la verdad de Dios.

En Isaías, Dios menciona características específicas de una vida íntegra:

  • Caminar con justicia → Vivir con rectitud en cada aspecto de la vida.
  • Hablar con verdad → No usar la mentira para beneficio propio.
  • Rechazar ganancias injustas → No aprovecharse de otros ni enriquecerse a costa de la corrupción.
  • No aceptar sobornos → No ceder a la tentación de la deshonestidad.
  • No participar en la violencia ni el mal → Apartarse de la maldad en todas sus formas.

Con firmeza, Dios está diciendo que este no es un estándar negociable. Es el camino de aquellos que desean estar cerca de Dios y vivir en su favor.

La recompensa de vivir en integridad

Dios no solo nos llama a vivir en justicia, sino que promete bendiciones para quienes eligen servirle con integridad. En Isaías 33:16, nos da cuatro promesas clave:

  • “Ese morará en las alturas” → Dios le dará seguridad y protección.
  • “Tendrá como refugio una fortaleza de rocas” → Dios mismo será su defensa en tiempos difíciles.
  • “Se le proveerá de pan” → Nunca le faltará lo necesario.
  • “No le faltará el agua” → Dios será su fuente constante de provisión.

La integridad no es una carga, es un camino de bendición y seguridad. Dios honra a quienes eligen vivir de acuerdo con sus principios.

Los pequeños compromisos que comprometen nuestra integridad

La sociedad nos enseña que los “pequeños compromisos” con la injusticia no son importantes. Nos dice que hay situaciones donde “no pasa nada” si nos desviamos un poquito. Sin embargo, Dios sí se fija y sondea nuestros corazones. A veces, comprometemos nuestra integridad porque parecen situaciones inofensivas. Algunos ejemplos incluyen:

  • Decir “pequeñas” mentiras → Exagerar la verdad para quedar bien, mentir en una entrevista o justificar una falta con excusas falsas.
  • Tomar lo que no nos pertenece → Desde llevarse material de oficina hasta no devolver dinero extra recibido por error.
  • No cumplir nuestras promesas → Comprometernos con algo y luego retractarnos sin razón válida.
  • Participar en chismes y críticas destructivas → Usar nuestras palabras para dañar la reputación de otros.
  • Tener un doble estándar → Condenar el pecado en otros, pero justificar el nuestro.

Quizás pensemos que estas cosas son insignificantes, pero en realidad reflejan el estado de nuestro corazón. Dios no solo ve lo que hacemos, Él observa las pequeñas decisiones que tomamos día a día.

“El que es honrado en lo poco, también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco, tampoco lo será en lo mucho.” (Lucas 16:10, NVI)

Vivir en integridad es decidir ser fiel a Dios en todo, aun en las situaciones que parecen no tener importancia para la sociedad.

¿Cómo vivir en justicia e integridad hoy?

No es fácil ser íntegros en un mundo donde la deshonestidad es normal, donde se ha popularizado y normalizado la injusticia y el rechazo a la Palabra de Dios. Sin embargo, Dios nos da dirección clara en su Palabra.

“Ya se te ha declarado lo que es bueno. Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:8, NVI)

Necesitamos hacer un análisis de conciencia. Debemos:

  • Evaluar nuestro corazón → Ser sinceros con nosotros mismos y con Dios sobre las áreas donde necesitamos crecer en integridad.
  • Rechazar caminos fáciles pero incorrectos → No ceder a la tentación de justificar pequeñas deshonestidades.
  • Filtrar lo que permitimos en nuestra vida → Alejarnos de influencias que nos llevan a comprometernos moralmente.
  • Aferrarnos a la Palabra → Dejar que la Biblia sea la base de nuestras decisiones y carácter.

Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para vivir en integridad. La pregunta es: ¿Elegiremos caminar en justicia o cederemos a la corrupción del mundo?

Un llamado a vivir con propósito

La integridad no es solo una meta a la que aspiramos llegar, es una decisión de todos los días. Es elegir caminar en la verdad, aun cuando nadie nos está mirando. Es vivir con la certeza de que Dios honra a quienes le obedecen y que su favor está sobre los que caminan con justicia y rectitud.

Pero, ¿por qué es tan importante? ¿Qué sucede cuando decidimos vivir en integridad?

Cuando elegimos caminar con justicia, nos alineamos con el diseño de Dios y nos convertimos en instrumentos para su propósito. Nuestra vida pasa a ser útil en las manos de Dios.

El rey Ezequías fue un hombre que buscó la justicia y la rectitud. Dios le concedió 15 años más de vida (Isaías 38:5). Esos años extra no fueron solo para su beneficio, sino que permitieron que estuviera presente cuando Judá enfrentó las amenazas de Asiria. Su vida íntegra no solo lo bendijo a él, sino que impactó a toda una nación.

Dios desea usar nuestra vida para cumplir su propósito. Romanos 8:28 nos recuerda que Él puede tomar cada decisión, cada prueba y cada acto de obediencia, y orquestarlo para su gloria y para nuestro bien:

“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.” (Romanos 8:28, NVI)

Cuando elegimos la integridad, estamos eligiendo confiar en Dios. Estamos eligiendo creer que no necesitamos atajos ni compromisos con la injusticia para ser bendecidos, porque Dios es nuestro refugio y provisión.

Ahora, la pregunta es personal:

  • ¿Estoy viviendo con la certeza de que Dios honra a quienes caminan en justicia?
  • ¿He permitido que pequeñas concesiones afecten mi integridad?
  • ¿Estoy dispuesto a confiar en Dios y rechazar cualquier camino que no esté alineado con su verdad?

Dios nos ha llamado a vivir en justicia y caminar en rectitud, aquí y ahora.

Cómo enfrentar las crisis sin perder la paz

Las malas noticias llegan sin avisar. Un diagnóstico inesperado, la crisis financiera, una traición, problemas que parecen no tener solución… En esas circunstancias, la incertidumbre y el miedo pueden apoderarse de nosotros. La pregunta no es si vamos a enfrentar malas noticias, más bien, cómo reaccionaremos ante ellas.

Nuestra reacción natural muchas puede ser la desesperación. Nos apresuramos a buscar soluciones, intentamos resolverlo todo en nuestras propias fuerzas o nos desgastamos discutiendo con el problema. Pero la Biblia nos muestra otra forma de enfrentar la adversidad. Podemos llevar la situación a Dios antes que a cualquier otro lugar.

Ezequías era el rey de Judá y recibió una amenaza en una carta enviada por el rey de Asiria. La situación parecía humanamente imposible. Sin embargo, en lugar de entrar en pánico o perder tiempo discutiendo con su enemigo, él decidió llevar la carta al templo y la presentó delante de Dios.

“Ezequías tomó la carta de mano de los mensajeros y la leyó. Luego subió al Templo del Señor, la desplegó delante del Señor, y oró: ‘Señor de los Ejércitos, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: solo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has hecho los cielos y la tierra’.” (Isaías 37:14,16, NVI)

Ezequías nos enseña algo poderoso: no podemos controlar las malas noticias, pero sí podemos decidir como reaccionamos ante ellas.

Las malas noticias son inevitables

La vida está llena de momentos inesperados que ponen a prueba nuestra fe. No podemos evitar que las dificultades lleguen, pero sí podemos decidir reaccionar de una forma que cambie nuestra crisis en un espacio de fe y confianza en Dios.

Ezequías tenía razones para temer. El ejército de Asiria era más poderoso y ya había conquistado muchas naciones. Judá estaba en desventaja. Sin embargo, en lugar de permitir que el miedo lo dominara, decidió llevar la carta delante de Dios.

Nosotros también recibimos cartas de malas noticias:

  • El diagnóstico médico que no esperábamos.
  • Los problemas financieros que nos sobrepasan.
  • Situaciones familiares que no sabemos cómo manejar.
  • Ataques y acusaciones que vienen en nuestra contra.

La pregunta es: ¿qué hacemos con esas cartas?

Si solo nos enfocamos en los problemas, vamos a perder la paz. Pero si tomamos la carta y la presentamos delante de Dios, vamos a encontrar dirección, fortaleza y esperanza.

Orar en lugar de debatir

Ezequías pudo haber pasado días tratando de negociar con el enemigo. Pudo haber llamado a sus consejeros para diseñar una estrategia para defenderse. Pero en lugar de perder el tiempo en discusiones y soluciones meramente humanas, tomó la carta y fue directamente al templo.

Nosotros muchas veces hacemos lo contrario. Cuando enfrentamos problemas, inmediatamente intentamos resolverlo todo por nuestra cuenta. Defendemos nuestra posición, buscamos aliados, justificamos nuestras acciones… y cuando todo fracasa, entonces elegimos la oración como último recurso.

Pero la oración no debería ser nuestro último recurso, debería ser nuestra primera respuesta.

Hay momentos en los que las palabras sobran y lo único que podemos hacer es llorar delante de Dios. Pero incluso en esos momentos, nuestra oración tiene poder:

“Tú llevas la cuenta de mis penurias; has juntado todas mis lágrimas en tu odre. ¡Las has registrado en tu libro!” (Salmo 56:8, NVI)

Dios entiende el lenguaje de nuestras lágrimas. Al ir ante Él y derramar nuestro corazón en su presencia, nos abre el camino para encontrar paz y claridad, para clamar, pedir como conviene.

Ezequías no solo llevó la carta al templo; Él la desplegó delante del Señor. Eso es un símbolo de rendición total. Él no guardó nada, no trató de resolverlo solo. Simplemente, le entregó la situación a Dios.

¿Qué pasaría si en lugar de gastar fuerzas tratando de resolverlo todo, lleváramos nuestras cargas primero a Dios?

Dios sigue siendo más grande que cualquier amenaza

Después de presentar la carta, Ezequías oró a Dios. Él no comenzó con una lista de peticiones, sino con una declaración de fe:

“Señor de los Ejércitos, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: solo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has hecho los cielos y la tierra.” (Isaías 37:16, NVI)

Antes de hablar del problema, Él reconoció la grandeza de Dios.

Muchas veces, al orar, ponemos más énfasis en problema que en recordar quién es Dios. Nos dejamos consumir por el tamaño de la dificultad y olvidamos que Dios es mayor que cualquier circunstancia.

Cuando ponemos nuestra mirada en Dios, nuestra perspectiva cambia.

Si Ezequías se hubiera quedado analizando la amenaza asiria, habría caído en la desesperación. Pero decidió enfocarse en la verdad más importante: Dios sigue reinando sobre todo.

A mayor dependencia, mayor confianza… y mayor victoria

El enemigo quería que Ezequías se sintiera solo e indefenso. Pero Ezequías entendió que la victoria no dependía de su ejército, sino del poder y la fuerza de Dios.

Nosotros enfrentamos la misma lucha: confiar en nuestras fuerzas o depender de Dios.

  • Si intentamos defendernos en nuestras fuerzas, terminaremos agotados.
  • Si ponemos nuestra confianza en Dios, veremos su mano obrar a nuestro favor.

La autosuficiencia nos lleva a la frustración. La dependencia en Dios nos lleva a la paz y la victoria. Cuando llevamos nuestras cargas al lugar correcto, los recursos del cielo se activan a nuestro favor.

Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas.” (Proverbios 3:5-6, NVI)

Dios es más grande y sigue reinando sobre todas las cosas. Y cuando dependemos de Él, nuestra confianza crece y nuestra victoria es segura.

Es tiempo de cambiar la estrategia

Hagamos una pausa.

¿Qué hacemos cuando las malas noticias llegan? ¿Nos dejamos llevar por la desesperación? ¿Buscamos soluciones humanas antes de buscar a Dios?

Ezequías cambió la estrategia. En lugar de gastar sus fuerzas en responder al enemigo, llevó la carta al templo y la presentó delante de Dios.

Hoy es el momento de que hagamos lo mismo.

No permitamos que el miedo, la ansiedad o la duda tomen el control. No perdamos tiempo defendiéndonos en nuestras fuerzas. Vamos a llevar nuestras cargas al único que tiene el poder para obrar.

“Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.” (2 Corintios 10:5, NVI)

No podemos evitar las malas noticias o los problemas, pero sí podemos decidir qué hacer en medio de esas situaciones. Hoy es el momento de entregarlas a Dios y confiar en que Él sigue teniendo el control.

Él es fiel. Él es invencible. Y nuestra confianza está segura en Él.

El ataque invisible: Protegiendo tu mente con la verdad de Dios

El engaño sutil que puede cambiarlo todo

No hay nada más difícil que empezar una dieta y de repente encontrarte rodeado de personas que insisten en que la rompas. Al principio estás motivado y convencido de que es lo mejor para ti, pero entonces comienzan los comentarios: “Solo un poco no hace daño”, “No pasa nada si te lo comes mañana vuelves a empezar”, “No seas tan radical, disfruta la vida”.

Suena inofensivo, ¿verdad? Pero si no tienes cuidado podrías ceder sin darte cuenta.

Algo similar ocurre en nuestra vida espiritual. Pensamos que el enemigo vendrá con un ataque evidente, algo tan claro que podamos identificar y resistir con facilidad. Pero su estrategia es más sutil. No llega con una grandes amenazas, sino con palabras disfrazadas de razón, con pequeños pensamientos que parecen inofensivos pero que poco a poco siembran temor, duda y desconfianza en Dios.

Un ejemplo de esto lo encontramos en Isaías 36:11, donde el pueblo de Judá enfrentaba una amenaza de los asirios:

“Entonces Eliaquín, Sebna y Joa dijeron al comandante en jefe: —Por favor, hábleles usted a sus siervos en arameo, ya que lo entendemos. No nos hable en hebreo, pues el pueblo que está sobre el muro nos escucha.” (Isaías 36:11, NVI)

Los oficiales de Judá pidieron que la conversación se llevara a cabo en arameo, el idioma diplomático de la época, para que el pueblo no entendiera lo que estaba sucediendo. Sin embargo, los asirios insistieron en hablar en hebreo, de modo que todos pudieran escuchar sus amenazas y así sembrar el miedo en el corazón del pueblo. No querían solo negociar con los líderes. Querían que la nación entera perdiera la confianza en Dios.

La estrategia del enemigo: la manipulación sutil

El enemigo sabe que no siempre logrará derribar nuestra fe con un ataque directo. Por esa razón usará estrategias más sutiles, intentando cambiar la narrativa de lo que Dios ha dicho. A veces esto sucede en nuestra mente, trae pensamientos que parecen lógicos, pero que en realidad están diseñados para alejarnos de la verdad.

Podemos notar su influencia en frases como:

“Si Dios está contigo, ¿por qué sigues pasando por esta prueba?”
“Tu oración no está funcionando, mejor deja de intentarlo.”
“No eres lo suficientemente bueno para que Dios te use.”
“Si Dios realmente te amara, no te sentirías así.”

El enemigo toma situaciones reales y las usa para construir una mentira. Su objetivo no es solo hacernos dudar, quiere lograr que poco a poco dejemos de confiar en Dios.

El peligro de escuchar la narrativa equivocada

La estrategia de los asirios en Isaías 36 tenía un propósito claro: hacer que el pueblo de Judá se rindiera antes de que comenzara la batalla. Si lograban que el miedo y la desesperanza los dominaran, ellos ni siquiera tendrían que luchar.

Eso mismo ocurre en nuestra vida. El enemigo quiere que bajemos los brazos antes de que podamos ver la victoria de Dios en acción. Si logra hacernos dudar lo suficiente, podríamos ceder a la ansiedad, la desesperanza y la incredulidad.

La Biblia nos advierte sobre el poder que tienen los pensamientos en nuestra vida. En Proverbios 4:23 dice:

“Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida.” (Proverbios 4:23, NVI)

El “corazón” en la Biblia muchas veces se refiere al centro de nuestros pensamientos y emociones. Lo que permitimos que entre en nuestra mente eventualmente influirá en nuestras decisiones y nuestra relación con Dios. Si prestamos demasiada atención a las mentiras del enemigo, podemos empezar a creerlas como si fueran una realidad.

La renovación de la mente: la clave para vencer

Entonces, ¿cómo protegemos nuestra mente del engaño? La respuesta está en Romanos 12:2:

“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2, NVI)

Dios nos llama a renovar nuestra manera de pensar, a no dejarnos moldear por lo que el mundo y el enemgo intentan meternos en la cabeza. Esta renovación no ocurre de manera automática, requiere una acciones intencionales de nuestra parte.

Renovar nuestra mente significa reemplazar las mentiras del enemigo con la verdad de Dios. Es identificar los pensamientos que no provienen de Él y someterlos a la autoridad de Su Palabra. Como dice 2 Corintios 10:5:

“Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.” (2 Corintios 10:5, NVI)

Cada vez que elegimos creer lo que Dios dice sobre nosotros en lugar de lo que el enemigo susurra, estamos fortaleciendo nuestra fe y protegiendo nuestra mente.

El Yelmo de la Salvación es la protección para nuestra mente

El apóstol Pablo menciona una pieza clave de la armadura de Dios:

“Tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.” (Efesios 6:17, NVI)

El yelmo era el casco de metal que usaban los soldados romanos para proteger su cabeza en el campo de batalla. No era accesorio, era una pieza importante de la armadura, ya que un golpe en la cabeza podía ser mortal. En la vida espiritual, nuestra mente es un blanco constante del enemigo.

Cuando tenemos puesto el Yelmo de la Salvación, nuestros pensamientos están cubiertos con la verdad de Dios:

  • Sabemos quiénes somos en Cristo.
  • Estamos seguros de que nuestra salvación no depende de nuestras emociones o circunstancias.
  • Recordamos que Dios ya ganó la batalla y que nuestra victoria está asegurada en Él.

El enemigo intentará atacarnos, pero si tenemos el Yelmo de la Salvación bien puesto, nuestra mente está protegida y no seremos fácilmente conmovidos.

Vivimos desde la victoria, no desde el miedo

Es momento de detenernos y reflexionar. ¿Cuántas veces hemos permitido que el enemigo hable nuestro idioma y tome ventaja en nuestra vida? ¿En qué áreas hemos cedido espacio a pensamientos de temor, duda o derrota?

Tal vez hemos creído la mentira de que Dios no está con nosotros. O quizá nos hemos dejado llevar por el miedo a lo que viene, permitiendo que la ansiedad nos robe la paz. O hemos aceptado la comparación como una verdad, sintiéndonos insuficientes o indignos.

Deténte, ese no es tu diseño…

No podemos seguir viviendo bajo una narrativa de derrota cuando Dios ya nos ha dado la victoria. No podemos seguir prestando oído a las mentiras cuando tenemos acceso a su verdad. Es tiempo de llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo:

“Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.” (2 Corintios 10:5, NVI)

Esto significa que no dejaremos que el enemigo tenga la última palabra en nuestra mente. Hoy decidimos alinearnos con la verdad de Dios.

Así que, cuando el enemigo intente hacerte dudar, recuerda que la última palabra no la tiene él, sino Dios.

Su verdad es suficiente para sostenerte.
Su fidelidad es mayor que cualquier mentira.
Su victoria ya fue ganada en la cruz.

¡Es hora de caminar en esa victoria!

Cuando crees que ayudas, pero en realidad minimizas

¿Alguna vez has compartido algo que te preocupaba y te han respondido con un “No es para tanto” o “Estás exagerando”? Esos comentarios, aunque no necesariamente se dicen con mala intención, pueden hacerte sentir invisible, como si lo que sientes no importara. A esto le llama invalidación emocional, y es más común de lo que creemos.

La invalidación ocurre cuando tus emociones o experiencias son ignoradas, minimizadas o desestimadas. Puede ser un comentario rápido, un gesto de desinterés o incluso un silencio incómodo. Aunque no siempre es intencional, este tipo de respuestas puede lastimar profundamente, erosionando la confianza en los demás y, peor aún, en ti mismo.

¿Cómo se siente la invalidación?

La invalidación no siempre es obvia. A veces se esconde detrás de frases que parecen inofensivas, pero que en realidad transmiten un mensaje claro: “Tus emociones no son válidas”. Aquí hay algunos ejemplos cotidianos:

  • Restar importancia: “Hay problemas más grandes que ese”.
  • Interrumpir o cambiar de tema: Justo cuando intentas abrirte, la conversación se desvía.
  • Dar soluciones sin escuchar: “Haz esto y se resolverá”, sin antes permitirte expresar lo que sientes.
  • Respuestas automáticas: Un “Te entiendo” vacío, sin conexión real.

Estas acciones, aunque pequeñas, pueden hacerte sentir incomprendido, como si tus emociones no tuvieran valor. Y, con el tiempo, esto puede llevarte a dudar de ti mismo o a cerrarte emocionalmente.

Validar un acto de amor y responsabilidad

Validar a alguien no es solo decir “te entiendo”. Es un esfuerzo genuino por escucharobservar y reconocer lo que el otro está sintiendo. Es como decirle a esa persona: “Veo tu dolor, tu alegría, tu frustración, y está bien que lo sientas”.

Esto es lo que llamamos responsabilidad afectiva: el compromiso de cuidar cómo nuestras palabras y acciones impactan a los demás. No se trata de estar de acuerdo con todo lo que el otro siente, sino de respetar su experiencia emocional.

Por ejemplo, en lugar de decir:

  • “No te preocupes, todo estará bien”,

Podrías intentar:

  • “Entiendo que esto te está afectando. ¿Cómo puedo apoyarte?”

La diferencia es enorme. Una frase vacía puede hacer sentir al otro invisible, mientras que una pregunta sincera le dice: “Estoy aquí para ti”.

Los efectos de la invalidación:

Cuando una persona es invalidada constantemente, puede empezar a experimentar:

  • Inseguridad emocional: “¿Estoy exagerando? ¿Mis sentimientos son válidos?”
  • Aislamiento emocional: “Prefiero no hablar, total, nadie me entiende”.
  • Conflictos espirituales: “Si Dios me ama, ¿por qué siento que mis emociones no importan?”

La invalidación no solo afecta nuestras relaciones con los demás, sino también nuestra relación con nosotros mismos y, en muchos casos, con Dios.

Cómo validar de manera genuina

Validar no es algo que salga naturalmente para todos, pero es una habilidad que podemos aprender y practicar. Aquí te dejo algunas ideas para empezar:

  1. Escucha con el corazón: Deja que la persona hable sin interrupciones. A veces, solo necesitamos que alguien nos escuche de verdad.
  2. Reconoce lo que siente: “Debe ser difícil pasar por eso”. Esta simple frase puede hacer que alguien se sienta visto y comprendido.
  3. Evita minimizar: Incluso si no compartes su perspectiva, no restes importancia a lo que siente.
  4. Pregunta cómo ayudar: En lugar de asumir, pregunta: “¿Qué necesitas en este momento?”.

Un llamado a construir mejores relaciones

En un mundo donde todo va rápido, donde las conversaciones se reducen a mensajes de texto y las emociones a emojis, validar a alguien es un acto revolucionario. Es decirle al otro: “Eres importante para mí, y lo que sientes también lo es”.

Validar no es solo un gesto de amabilidad; es una forma de amor. Es construir puentes en lugar de muros, es crear espacios seguros donde las emociones puedan fluir sin miedo al juicio o al rechazo.

Así que, la próxima vez que alguien comparta algo contigo, recuerda: tus palabras tienen el poder de sanar o de herir. Elige sanar. Elige validar.

Reflexiona

  • ¿Alguna vez te has sentido invalidado? ¿Cómo te hizo sentir?
  • ¿Cómo puedes practicar la validación en tus relaciones diarias?
  • ¿Qué pasaría si empezamos a tratarnos con más empatía y menos juicio?

La validación no es solo un regalo para los demás; también es un regalo para ti. Porque cuando validamos, creamos un mundo donde todos nos sentimos un poco más vistos, un poco más amados.

Tu Historia No Ha Terminado

Aun en medio del silencio, hay una voz que te llama.
En el ruido de las dudas y los miedos, hay un amor que permanece.
No importa cuán pesado sea el día, cuán largas sean las noches: hay esperanza.

Eres visto, incluso en el rincón más oculto de tu alma.
Cada lágrima que has derramado ha sido recogida con ternura.
No eres un error, no eres un olvido, eres una obra perfecta en proceso.

Aun cuando las palabras no alcanzan a salir, Él escucha.
Aun cuando no encuentras fuerzas para seguir, Él camina contigo.
Aun cuando el silencio parece un grito ensordecedor, Él habla a tu corazón.

Tu vida tiene un propósito, aunque hoy no lo veas.
Eres parte de un plan eterno, diseñado por manos llenas de amor.
Eres importante, no por lo que haces, sino por lo que eres: amado, escogido, valioso.

Cuando crees que nadie nota tu lucha, Él la conoce.
Cuando piensas que nadie escucha, Él guarda cada palabra no dicha.
Eres visto, no por lo que aparentas, sino por quien realmente eres: un tesoro, una obra maestra.

Cada latido de tu corazón es prueba de que hay propósito en ti.
Fuiste formado con cuidado, con intención, con un diseño eterno.
Tu historia no se define por los capítulos oscuros;
se define por las manos que la escriben.
Y esas manos no se cansan, no se equivocan, no se detienen.

Hoy, aunque no lo sientas, hay esperanza.
Aunque el camino sea difícil, no estás solo.
Tu vida tiene propósito porque el Creador del universo te sostiene y te llama por tu nombre.

Levanta tus ojos, aun con lágrimas, y verás que Él nunca te ha dejado.
Aun en el quebranto, hay belleza en lo que Él hará.
Tu vida importa, y cada día que respiras es una prueba de que Él sigue obrando en ti.

Hoy es un nuevo día, lleno de misericordia y gracia.
Tu historia no ha terminado, aunque el presente parezca incierto.
El Autor de la vida sigue escribiendo, con amor en cada línea.
Y mientras lo hace, Él susurra a tu corazón: “Te amo, y estoy contigo”.

Poema: Río de gracia

El río fluye, constante y libre,
abriendo su camino entre las piedras,
sin detenerse,
sin discriminar,
tocando todo a su paso
con la misma gracia infinita.

Pero a veces, en nuestra prisa por guiar,
nos detenemos junto al agua,
como si pudiéramos contenerla,
como si su curso dependiera de nuestras manos.

El evangelio, ese río de gracia,
no necesita guardianes ni puertas.
Es una corriente que corre libre,
sin preguntar quién se acerca,
porque su misión no es excluir,
sino abrazar a los sedientos.

El fariseo se alza junto al río,
orgulloso de su ayuno,
de sus oraciones,
convencido de su pureza,
pero ciego a su mayor debilidad:
el peso del orgullo que nunca suelta.

El publicano, en cambio,
se inclina al borde del agua,
golpeándose el pecho,
dejando atrás lo que le sobra:
el miedo, las máscaras,
la ilusión de merecerlo.

Y el publicano va a casa justificado,
porque el río no distingue méritos,
sino corazones dispuestos a soltar
lo que nunca fue necesario.

Tal vez el llamado no sea a guiar el río,
ni a detener su curso,
sino a caminar junto a él,
dejándonos tocar por sus aguas
y llevando su frescura
a quienes aún no se han acercado.

El camino al Padre no necesita puertas,
ni guardianes, ni balanzas,
solo corazones descalzos
y manos abiertas.
Porque al final, el río sigue su curso,
y en sus aguas claras
se revela la única verdad:
nadie condena,
nadie puede,
porque todos somos los mismos sedientos,
de pie junto al río de gracia,
de rodillas ante la cruz.

Por: Jomayra Soto

Poema: El vuelo del bumerán

El vuelo es un círculo sin fin,
una danza de ida y vuelta
donde las grietas se confunden con ecos.
Lo que parte con fuerza, regresa en silencio,
cargando en sus bordes el peso del quebranto.

Nos envolvemos en capas que no protegen,
collares de humo y ecos sin forma,
tratando de cubrir lo que tememos mirar.
Pero el fuego que encendemos al intentar ocultarnos
no solo calcina lo que toca,
sino que deja al descubierto nuestras propias grietas.
Y mientras las llamas se apagan,
el viento recoge las cenizas,
testigos mudos que nunca desaparecen.

Las palabras vuelan como cenizas,
siempre creyendo que el viento las llevará lejos,
pero olvidamos que el aire nunca olvida.
Cada susurro, cada piedra lanzada,
halla su ruta de regreso,
porque no hay distancia suficiente
que escape de lo que somos.

¿Y si el cambio no estuviera en el vuelo,
ni en el eco de nuestras palabras,
sino en el silencio que precede al grito?
En la pausa que abre espacio para mirar adentro,
donde las grietas no son un fracaso,
sino puertas hacia lo que puede ser restaurado.

Despojémonos del humo, de los tintineos que confunden,
y volvamos al nido.
Ahí donde todo inicia.
Ahí donde el secreto de Dios envuelve,
y donde nos forja para cada día parecernos más a su imagen.

– Jomayra Soto

Comprendiendo el Verdadero Impacto del Bullying

El bullying deja marcas que van mucho más allá de las palabras o agresiones iniciales. Desde mi propia experiencia, puedo decir que el bullying puede llegar a dañar profundamente nuestra percepción de valor y autoestima. A lo largo de los años, esta experiencia no solo afectó mi rendimiento académico y mi vida social, sino que también me dejó cicatrices que aún hoy sigo sanando. Es por eso que hablar de este tema, educarnos y crear conciencia es urgente.

El bullying no es “una broma” ni “cosas de chicos”, como algunos lo trivializan. Es una realidad devastadora que afecta a miles de personas en todas las edades, y que en su peor forma puede llevar a personas a situaciones de desesperanza y depresión. Reconocer el problema, hablar de él y actuar es el primer paso para crear una sociedad más compasiva y consciente.

¿Qué es el Bullying? Modalidades y Cicatrices Emocionales

Para erradicar el bullying, primero debemos entenderlo en sus múltiples formas. Este acoso es una conducta intencional, repetitiva y dañina hacia una persona, a menudo en una situación de vulnerabilidad. El bullying se presenta de muchas maneras, algunas más visibles que otras, pero todas profundamente destructivas:

  1. Bullying Verbal: Insultos, apodos ofensivos, rumores y amenazas. Esta modalidad daña psicológicamente y mina la autoestima de la víctima. Aunque no deja cicatrices físicas, puede tener efectos devastadores en la autopercepción de quien lo sufre.
  2. Bullying Físico: Incluye golpes, empujones o agresiones físicas que buscan intimidar o someter a la víctima. Además del daño físico, este tipo de acoso crea un miedo constante y duradero.
  3. Bullying Social: Se enfoca en aislar a la persona de su círculo social, dañando su reputación y generando rechazo. El impacto emocional de este acoso es profundo, dejando a la víctima con sentimientos de soledad e inseguridad.
  4. Cyberbullying: El Acoso Digital y la Normalización del “Hate” en las Redes SocialesCon el auge de las redes sociales y las plataformas digitales, el cyberbullying se ha vuelto una modalidad alarmante de acoso. En estos espacios, tanto adolescentes como adultos están expuestos a ataques que ocurren desde la comodidad y el anonimato de una pantalla. Hoy en día, es común escuchar expresiones como “tirar hate”, refiriéndose a ataques pasivo-agresivos o comentarios hirientes disfrazados de opinión. Estas interacciones, aunque aparentemente inofensivas, están normalizando la burla, el acoso y la crítica destructiva como formas de entretenimiento.

    Al ver estos ataques virtuales, muchos pueden sentirse cómodos al leer los comentarios o las publicaciones “polémicas”, pero esta percepción cambia drásticamente cuando ellos mismos se convierten en las víctimas. El impacto de este “hate” va más allá de la pantalla, afectando profundamente a quienes lo experimentan. Los efectos del cyberbullying son devastadores, dejando a las víctimas sin un espacio seguro donde refugiarse y, en los casos más extremos, llevándolas a crisis emocionales que pueden derivar en depresión, ansiedad o suicidio.

    El acoso digital requiere atención y control, y las plataformas sociales deben tomar una postura clara para detener la normalización de este abuso en línea, protegiendo a los usuarios de estas prácticas destructivas.

Erradicar el Bullying: Un Compromiso de Todos

Erradicar el bullying requiere un compromiso de cada persona y de cada institución que forma parte de nuestra sociedad. Desde los hogares hasta los espacios digitales, todos tenemos un papel importante en la prevención de esta conducta y en la promoción de una cultura de respeto. Aquí algunos enfoques específicos para combatir el problema de raíz:

  1. Fomentar Valores en el Hogar: Los valores de respeto, empatía y tolerancia se aprenden en casa. Es vital enseñar a los niños y jóvenes a valorar a los demás, a evitar el humor a costa de otro y a comprender que cada persona merece respeto. Este aprendizaje temprano será fundamental en la construcción de sus relaciones futuras.
  2. Prevenir y Actuar en las Escuelas: Las instituciones educativas deben ser espacios seguros donde se prevenga el bullying y se actúe con rapidez cuando este se manifiesta. Capacitar al personal escolar para identificar los signos de acoso y fomentar programas de educación emocional ayudará a los estudiantes a gestionar sus emociones y a comprender el impacto de sus acciones en los demás.
  3. Responsabilidad en las Redes Sociales y Plataformas Digitales: Las plataformas sociales deben establecer políticas claras contra el acoso y el “hate”, además de activar sistemas de moderación para identificar y sancionar comportamientos dañinos. Como usuarios, también es importante denunciar contenidos inapropiados y apoyar a quienes son blanco de ataques en línea.
  4. Fortalecer las Comunidades y la Iglesia: Tanto la iglesia como otras comunidades sociales pueden ser espacios de apoyo y educación sobre el valor de cada persona. Fomentar el respeto y la compasión es parte esencial de su misión. La iglesia, en particular, tiene el compromiso de predicar y practicar el amor hacia todos y de ofrecer un entorno seguro y de respeto para sus miembros.
  5. Promover Campañas de Conciencia Pública: Organizar campañas de sensibilización es crucial para educar a la población sobre el impacto del bullying y el cyberbullying. Estas campañas deben enfocarse en crear conciencia y en enseñar habilidades para manejar conflictos de manera saludable y respetuosa.
  6. Fomentar el Apoyo Profesional para las Víctimas: Buscar ayuda profesional es esencial para las víctimas de bullying. Los terapeutas y consejeros están capacitados para ayudar a las personas a restaurar su autoestima y a trabajar en su bienestar emocional. El apoyo profesional puede ser un recurso invaluable para las víctimas en su proceso de sanidad.

Un Camino de Sanidad y Valor para las Víctimas del Bullying

Es imposible hablar de erradicar el bullying sin recordar a quienes han sufrido esta experiencia. La erradicación comienza con la sanidad de cada persona que ha sido víctima, con la restauración de su autoestima y su bienestar emocional. Sé que el impacto de este acoso puede durar años, y que en muchos casos aún duele; sin embargo, hay esperanza y un camino de sanidad para quienes han sufrido en silencio.

Si has sido víctima de bullying, quiero recordarte que el valor de tu vida no está determinado por las palabras o los actos de los demás. Es normal que sientas dolor y que algunas heridas tomen tiempo en sanar, pero quiero que sepas que la sanidad es posible y que no estás solo en este camino. Existen personas, amigos, familiares, y también profesionales preparados que pueden apoyarte en tu recuperación.

Dios te ve con estima y conoce el dolor que has experimentado. Él te ofrece un lugar de sanidad y un camino de restauración. No permitas que el odio de otros defina quién eres. Tienes un propósito, un valor que va mucho más allá de cualquier burla o agresión que hayas sufrido. Es importante que, en este proceso, busques ayuda; rodearte de personas que te valoren y acudir a un profesional no solo te permitirá romper el silencio y encontrar apoyo, sino también avanzar en la restauración de tu vida y recuperar tu paz interior. La ayuda de un terapeuta o consejero puede ser de gran ayuda para sanar las heridas profundas que el bullying deja, porque son especialistas en acompañar y guiar este proceso.

Permite que la sanidad transforme tus cicatrices en fortalezas, y recuerda que tu experiencia puede servir de aliento para otros. Todos podemos hacer nuestra parte para construir un entorno seguro y lleno de respeto, donde el bullying no tenga cabida y cada persona pueda sentirse valorada.

Erradicar el bullying no es una tarea fácil, pero es una misión necesaria y posible. No basta solo con hablar del problema; es necesario que cada persona se involucre y tome acción. Si has sido testigo o incluso partícipe de algún acto de bullying, hoy tienes la oportunidad de reflexionar y hacer algo para cambiar esta realidad.

Desde el hogar, las escuelas, las redes sociales y cada espacio en el que participamos, tenemos la responsabilidad de construir una cultura de respeto y apoyo mutuo. Cada palabra de aliento y cada acto de compasión son contribuciones que pueden hacer la diferencia en la vida de alguien. Erradicar el bullying comienza con nuestro compromiso de ver y valorar a cada persona con dignidad y respeto.

Es momento de actuar para hacer del bullying una realidad del pasado, y de dar lugar a una sociedad donde el respeto y la empatía sean la base de todas nuestras relaciones.

La Tecnología al Servicio de la Misión

Desde adolescente, he sentido fascinación por la tecnología y he explorado sus posibilidades. Con los años, he buscado aprender y entender cómo aprovecharla dentro de la iglesia para glorificar a Dios y ayudar a las personas. La tecnología se ha convertido en una herramienta que nos permite crear puentes y llevar la Palabra más allá de nuestras paredes, conectando con personas de maneras creativas y accesibles. Sin embargo, con estas posibilidades viene también la responsabilidad de recordar su verdadero propósito y mantener el equilibrio entre lo que es recurso y lo que es esencia.

Un recurso que no suplanta lo esencial

La tecnología puede hacer más accesible el mensaje de Dios y enriquecer el servicio a la comunidad. Desde el uso de transmisiones en vivo hasta presentaciones visuales y plataformas de organización, los avances tecnológicos amplían el alcance y la calidad de lo que hacemos. Sin embargo, como iglesia, debemos tener claro que estos recursos no son el centro de nuestra adoración ni sustituyen el poder transformador de la Palabra. Lo que cambia y restaura vidas es la presencia de Dios y la obra del Espíritu Santo, no la herramienta que usamos para comunicar su mensaje.

Es fácil quedar impresionado con las posibilidades de la tecnología y el impacto visual que puede ofrecer, pero, en última instancia, sigue siendo solo un instrumento. La excelencia es importante —servimos a Dios y queremos que el mensaje llegue de forma clara y honesta— pero debemos recordar que el medio nunca debe superar al mensaje. La tecnología debe estar al servicio de la misión y no al contrario.

Manteniendo el propósito y el enfoque en lo esencial

La tecnología es una herramienta poderosa, y todos —sin importar edad o rol— debemos aprender a usarla con una perspectiva equilibrada. Nos facilita organizar actividades, enseñar, y coordinar esfuerzos, pero nunca debe ocupar el lugar del mensaje central ni desviar nuestra atención de lo eterno. Todos estamos expuestos a la posibilidad de que la tecnología nos distraiga y nos lleve a depender de los recursos más que del mensaje. Al final, estas herramientas están aquí para servirnos en nuestra misión, no para determinar nuestra experiencia de fe.

Es muy importante que en cada espacio donde la tecnología esté presente recordemos su verdadero propósito: redirigir la gloria y la autoridad a Cristo. No importa cuán avanzadas sean nuestras herramientas o cuán bien presentemos un mensaje, el centro sigue siendo la Palabra de Dios y el amor de Cristo por cada persona. La tecnología facilita el camino, pero es Dios quien transforma y da vida.

Manteniendo el enfoque en lo eterno

La tecnología tiene un potencial inmenso y, en muchas formas, es indispensable para cumplir la misión en el contexto actual. Pero al final del día, no hay aplicación, programa o red social que pueda suplantar la presencia de Dios ni el poder transformador de su mensaje. Estos recursos pueden y deben usarse como ayudas, complementos que amplíen nuestro alcance, pero siempre con la conciencia de que el verdadero poder no está en el recurso, sino en el mensaje que transmitimos y en la obra de Dios en los corazones.

En cada transmisión, en cada publicación y en cada presentación visual, recordemos que la tecnología es solo un canal. Su función es comunicar la verdad de la Palabra y acercar a las personas a Cristo, sin que nada desplace el lugar central que Él ocupa. Lograr este balance requiere un enfoque consciente: que cada cosa ocupe su lugar, y que, aunque los métodos cambien, lo esencial siga siendo lo que da vida y transforma.

Quiero enfatizar que esta no es una crítica a la tecnología. Como alguien que ha disfrutado de explorar su potencial desde joven, sé lo valiosa que puede ser. La tecnología tiene un papel importante como recurso en la iglesia, y me esfuerzo por aprovecharla al máximo. Sin embargo, reconozco que debemos retomar un equilibrio en el que estas herramientas apoyen la misión, sin nunca desplazar la centralidad de Cristo. Porque, aunque la tecnología es útil, quien nos dio la misión siempre será más importante que cualquier herramienta.

Amigos que Reflejan el Corazón de Jesús

¿Te has puesto a pensar en la clase de amigo que eres? Todos anhelamos amigos que nos acompañen, que nos entiendan y nos hagan sentir amados. Pero, ¿cuántas veces nos detenemos a reflexionar si estamos siendo ese amigo que otros necesitan? Nos acostumbramos tanto a la presencia de los demás en nuestra vida, que olvidamos que su compañía es un regalo, no una garantía. Jesús nos mostró que la amistad no es algo que tomamos, sino algo que damos. Él invirtió tiempo, amor y paciencia en sus amigos, y en esos tres años de ministerio les enseñó el valor de una amistad sincera, de una relación que edifica y transforma.

La pregunta no es: “¿Qué clase de amigos quiero en mi vida?”, sino “¿Qué clase de amigo estoy siendo?” En este blog veremos juntos algunas lecciones de amistad que Jesús nos dejó, para que cada uno pueda mirar hacia adentro y encontrar maneras de ser un amigo que verdaderamente toca el alma de quienes están a su alrededor.

Amar sin Reservas, como Jesús nos Enseñó

Jesús nos enseñó que la verdadera amistad implica sacrificio. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15:13). Al caminar junto a sus discípulos, mostró un amor que no se detenía ante incomodidades ni necesidades propias; era un amor generoso, dispuesto a entregarse por completo. Este sacrificio no siempre se expresa en grandes gestos; a veces, se encuentra en los detalles: escuchar sin prisa, acompañar sin condiciones, apoyar sin esperar nada a cambio.

A veces decimos “no tengo tiempo”, pero cuando alguien nos importa de verdad, descubrimos que hacer tiempo es una de las maneras más sinceras de amar. Jesús estuvo presente para sus amigos, atento a cada uno y dispuesto a acompañarlos en lo que necesitaran. Amar como Jesús significa elegir dar sin medir el costo, confiando en que esos actos de entrega, por pequeños que sean, crean algo profundo y real. La amistad, vivida de esta forma, se convierte en un espacio donde los lazos se fortalecen y reflejan el amor que Él nos mostró.

La Vulnerabilidad que Fortalece

Jesús mostró vulnerabilidad con sus amigos, y en esa honestidad creó una conexión única. En los momentos más oscuros, como en Getsemaní, pidió a sus amigos que lo acompañaran en oración y les mostró la angustia de su alma (Mateo 26:36-38). La amistad sincera no se trata de mostrarse siempre fuerte; más bien, es un espacio donde podemos ser honestos sobre nuestras luchas y debilidades, sin temor a ser juzgados.

Abrir el corazón y mostrarnos tal como somos es algo que cuesta, especialmente en un mundo que premia la “autosuficiencia”. Sin embargo, Jesús nos enseñó que la amistad verdadera permite la vulnerabilidad y se fortalece a través de ella. Cuando somos sinceros con nuestros amigos, dejamos que el otro nos conozca en lo profundo, y en esa sinceridad se crea un vínculo de amor y confianza.

Además, al abrirnos y compartir nuestras propias luchas, también le damos permiso al otro de ser él mismo. Esa apertura invita a que ambos puedan expresar lo que realmente sienten, sin miedo de ser juzgados o malentendidos. Así, la amistad se convierte en un refugio, un lugar donde sabemos que podemos caer y ser sostenidos, y donde podemos sostener también. Es en esos momentos de apoyo y aceptación donde la amistad se vuelve más real, más humana, porque está construida sobre la verdad y el cariño sincero de saber que estamos ahí, el uno para el otro.

La Verdad con Amor

Jesús dijo a sus discípulos: “Ya no los llamo siervos… los he llamado amigos” (Juan 15:15), mostrándoles que la amistad no es solo compañía, sino que también es un compromiso de ayudarse a crecer mutuamente. Un buen amigo no solo acompaña, sino que se atreve a decir la verdad, aun cuando no sea fácil de escuchar. Jesús corrigió a sus discípulos desde el amor y el respeto, cuidando que sus palabras los impulsaran hacia el propósito que Dios tenía para ellos.

Una amistad que se basa en la verdad permite que ambos puedan ver sus errores y seguir adelante, sin juicios y sin resentimientos. Es esa confianza de saber que el otro, con cariño y paciencia, nos ayuda a mejorar y a acercarnos a lo que Dios quiere de nosotros. La amistad sincera es, al final, un espacio de crecimiento donde ambos pueden desarrollar lo mejor de sí mismos en un ambiente de amor y apoyo mutuo, tal como Jesús hizo con aquellos a quienes llamó sus amigos.

Acompañar con Compasión

Jesús no solo estuvo presente en los momentos de celebración; también fue un amigo constante en los tiempos de dolor. Cuando Marta y María lloraban la muerte de su hermano Lázaro, Jesús fue a su encuentro, y al verlas, lloró con ellas. Esa compasión que mostró (Juan 11:33-35) iba más allá de las palabras, era una presencia sincera en medio de la tristeza.

La verdadera amistad no necesita un plan elaborado para ayudar al otro; a veces, solo se trata de estar ahí, en silencio, acompañando. Jesús nos mostró que la compasión es estar presentes, ser el apoyo y la compañía en las dificultades y alegrías, en las risas y las lágrimas. Este tipo de amistad no tiene que ver con resolver todos los problemas, sino con recordar a quien amamos que no tiene que enfrentar la vida en soledad. Esa es la verdadera compasión, una que deja huella, porque nace del amor y del deseo de ser una ayuda sincera para quienes están a nuestro lado.

El valor del perdón

Las amistades, como toda relación, pasan por momentos de conflicto, y es ahí donde el perdón cobra su verdadero sentido. Jesús nos enseñó con su ejemplo cómo perdonar, no porque la ofensa sea pequeña, sino porque decidió poner el amor sobre la brecha que el conflicto había creado. Y muchas veces, así como nosotros hemos sido los que ofendimos, los que rechazamos, alguien más ha decidido poner el amor sobre esa distancia y eligió perdonarnos.

El perdón es una expresión de amor profundo, que no solo restaura la relación, sino que demuestra el valor de esa relación sobre cualquier desacuerdo o herida. Muchas personas, a lo largo de nuestra vida, han decidido poner amor sobre la brecha que abrió el conflicto, porque nos aman, porque creen en dar una oportunidad más, porque entienden que en el amor hay espacio para la reconciliación y la restauración.

Y así como otros han elegido darnos ese amor sobre el dolor o la contienda, nosotros también estamos llamados a poner en la balanza nuestras relaciones y reconocer que todos, en algún momento, hemos sido los ofensores, y alguien más decidió colocar amor donde había distancia. Perdonar es, entonces, mucho más que olvidar lo que pasó; es un acto de gracia que cierra la distancia, que renueva el vínculo y que nos invita a mirar a los demás desde la compasión y el entendimiento. En ese espacio donde el amor es más fuerte que el orgullo, la amistad crece, se fortalece y se convierte en un reflejo de cómo Dios ha puesto amor sobre nuestras propias fallas, para mantenernos cerca de Él y de quienes nos rodean.

Amar como Jesús

Cuando Jesús nos llamó a amarnos unos a otros como Él nos amó (Juan 15:12), nos dejó un modelo de amistad que no solo nos da apoyo, sino también propósito. Este llamado no es solo una invitación a estar en los buenos momentos; es un llamado a hacer del amor el motor de nuestras relaciones, a permitir que ese amor sea lo que restaure, construya y sane. Jesús nos mostró que la amistad es mucho más que compartir tiempo; es una oportunidad de inspirar, de construir y de reflejar el amor de Dios en cada acto de compañía y compasión. Ese amor —que escucha, que perdona y que busca el bien— tiene el poder de sanar, de cambiar y de dar lugar a nuevas oportunidades.

El carácter apacible de Jesús nos recuerda que el verdadero amor da una oportunidad para sanar, para transformar y para reconciliar. Amar, como Él lo hizo, significa elegir la restauración donde otros solo verían una razón para retirarse. Es estar presentes donde hay necesidad de apoyo, ofrecer una segunda oportunidad, y en muchos casos, elegir la paz por encima de cualquier diferencia. Este amor puede transformar, porque el amor de Dios disuelve las barreras y trae reconci

Al final, el amor que Dios nos pide dar no solo transforma a quienes amamos, sino también a nosotros mismos. Cuando amamos así, respondemos al llamado de vivir el amor de Dios todos los días. En cada reconciliación, en cada acto de paciencia, en cada esfuerzo por mantenernos cerca, mostramos el amor que Jesús nos enseñó. Porque, al final, amar como Él nos amó significa construir relaciones donde la sanidad, la paz y el amor de Dios siempre tengan el lugar más importante.

A veces estamos tan concentrados en nuestros propios desafíos, que olvidamos detenernos a ver el valor de quienes caminan a nuestro lado. Nos olvidamos de reconocer a esos amigos que nos han acompañado en momentos difíciles, aquellos que han estado presentes sin pedir nada a cambio, y que, sin saberlo, son muchas veces una de las formas en que Dios nos muestra su amor. Jesús nos enseñó que la verdadera amistad es una bendición y que amarnos unos a otros es un reflejo del amor de Dios.

Ver a nuestros amigos con estima es recordar que ellos son un regalo, y que en su apoyo y compañía encontramos fuerzas para enfrentar la vida. Nos bendicen con su presencia, con su ayuda en los momentos en que lo necesitamos, con su comprensión y su paciencia, aun cuando no siempre les damos las gracias. Amar a nuestros amigos como ellos lo necesitan es aprender a salir de nuestro propio centro y poner nuestro amor y atención en lo que ellos necesitan, en reconocer el valor que aportan a nuestra vida y en agradecer por cada gesto, cada palabra de aliento y cada día que están allí para nosotros.

Hoy, te invito a que tomes un tiempo para agradecer a esos amigos que han sido una bendición en tu vida. Haz esa llamada que has estado postergando, escríbeles para recordarles cuánto los valoras, invítales un café, ofréceles tu apoyo o simplemente escúchalos con compasión. A veces, un pequeño gesto puede ser el mejor regalo que puedes dar. Este es un buen momento para trabajar en esos vínculos que también son una forma en la que Dios nos muestra su amor y su cuidado. Amar a nuestros amigos, como Jesús nos enseñó, no solo fortalece nuestra amistad, sino que también nos acerca al amor que Dios nos pide vivir cada día.