Cuando el exceso de redes sociales apaga tu propósito

Vivimos en una era donde la vida parece desarrollarse tras una pantalla. Las redes sociales, aunque herramientas poderosas para la comunicación y la conexión, también se han convertido en un escenario donde se proyectan versiones cuidadosamente editadas de la realidad. Es cada vez más común ver cómo muchas personas moldean sus decisiones, sueños y hasta su identidad, según lo que consumen en estas plataformas.

El problema no es solo la cantidad de tiempo que pasamos conectados, sino el impacto que tiene en nuestra mente y corazón. Según estudios recientes, el usuario promedio pasa aproximadamente 2 horas y 24 minutos al día en redes sociales, lo que equivale a más de 35 días al año dedicados exclusivamente a consumir contenido. Más de un mes siendo moldeados por una narrativa cuidadosamente construida, que apela a nuestras inseguridades y deseos más profundos. Mientras más tiempo pasamos mirando una vida idealizada, menos valoramos la que Dios nos ha confiado.

Las redes sociales rara vez muestran el dolor, el proceso o los fracasos. Lo que más se ve es una vitrina de logros, viajes, adquisiciones y sonrisas perpetuas. En ese entorno, el “pasto del vecino” siempre parece más verde. Sin darnos cuenta, comenzamos a comparar nuestras vidas con versiones irreales de otras, lo que puede llevar a una disminución de la autoestima y al desarrollo de trastornos como la depresión y la ansiedad. Muchos terminan tomando decisiones precipitadas para alcanzar ese “éxito” que ven en otros, sin considerar su propio proceso, etapa de vida o propósito. Se ignora lo que se tiene, se desprecia el camino recorrido y se adopta una dirección que ni siquiera está alineada con la voluntad de Dios. Este estilo de vida produce una desconexión con lo que realmente importa: con Dios, con la familia, con la gratitud.

Pero este fenómeno va aún más profundo: la comparación en redes ha alcanzado incluso a la fe. Muchos creyentes comienzan a desear los dones, llamados y ministerios que ven en otros, sin entender que cada historia tiene un proceso único y muchas veces oculto. La popularidad ha llegado a convertirse en un termómetro espiritual para algunos, y eso distorsiona peligrosamente la verdad del Evangelio. Se ignora que hay procesos dolorosos detrás de ciertos llamados, y se pretende alcanzar la autoridad espiritual sin el quebrantamiento que la precede. La Biblia nos recuerda que el Señor mira el corazón, no la apariencia (1 Samuel 16:7), y que el camino de la fe es muchas veces silencioso, desconocido y profundamente íntimo.

La Palabra de Dios nos advierte contra esta tendencia. En 2 Corintios 10:12 se dice claramente: “No nos atrevemos a igualarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos. Al medirse con su propia medida y compararse consigo mismos, no son juiciosos”. Pablo enfatiza que nuestra suficiencia proviene de Dios (2 Corintios 3:5), y que cada quien debe caminar conforme al llamado que ha recibido (Efesios 4:1). Cuando el apóstol habla de correr la carrera puesta delante de nosotros (Hebreos 12:1), está dejando claro que no se trata de imitar el recorrido de otro, sino de perseverar en lo que Dios ha diseñado individualmente.

Hoy vemos incluso cómo se diluye la verdad del Evangelio en los contenidos cristianos más populares. Influencers de la fe, por llamarlos así, muchas veces producen mensajes guiados más por estadísticas y reacciones del público que por la guía del Espíritu Santo. Se suaviza el llamado al arrepentimiento, se oculta la cruz, y se enaltece un estilo de vida atractivo, aspiracional, pero muchas veces desconectado de la verdad. Personas que publican vidas espirituales aparentemente vibrantes, pero están lejos de Dios; personas que esconden el dolor por miedo a perder relevancia. Y del otro lado, hay quienes consumen ese contenido pensando que eso es lo que deben llegar a ser, cuando en realidad Dios los llama a autenticidad, a procesos reales, y a comunión sincera.

Un ejemplo reciente fue el testimonio público de la cantante cristiana Majo Solís, quien compartió abiertamente sobre un proceso de depresión que afectó profundamente su vida personal y ministerial. Su honestidad, aunque edificante para muchos, también recibió críticas. ¿Por qué? Porque no estamos acostumbrados a ver vulnerabilidad. Nos sentimos más cómodos en la narrativa de vidas perfectas, sin fallas ni heridas. Pero el Reino de Dios no se manifiesta en la perfección aparente, sino en la verdad, la gracia, la restauración. Callar el dolor no es espiritualidad, es encubrimiento. Y quien vive comparándose con otros termina creyendo que sus luchas lo invalidan.

Si estás leyendo esto y te sientes agotado, comparándote constantemente, creyendo que estás tarde, que estás detrás, que tu vida no tiene tanto impacto como la de otros… haz una pausa. Respira. No estás solo. No estás roto. Estás en proceso, como todos nosotros. Y Dios no se ha olvidado de ti.
Tal vez no tengas seguidores, pero tienes propósito. Tal vez no estás viajando ni publicando, pero estás sanando, creciendo, aprendiendo. Eso también es parte del llamado. Vuelve a lo simple. Cierra el celular por un momento. Agradece lo que tienes hoy. Habla con Dios sin filtros. Él no te pide que seas viral, te pide que seas sincero.
No necesitas ser visible para ser valioso. No tienes que impresionar a nadie para ser usado por Dios. Lo que estás viviendo ahora también forma parte de tu historia con Él. Cada paso, cada silencio, cada momento en que sigues creyendo aunque nadie lo vea, cuenta. Camina a tu ritmo. Camina con Jesús.

Y si te cuesta, si hoy sientes que no puedes más, solo dile eso al Señor. No prepares un discurso. Solo habla. Él escucha. Él entiende. Él no está buscando una versión editada de ti, quiere estar contigo tal como eres. Porque ahí, en esa honestidad, empieza la verdadera libertad.

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